Soñaba que a los diecisiete años sería todo aquello que anhelaba ser cuando tenía diez.
Curiosamente, he cambiado, pero no siguiendo la retrospectiva en la que infundía mis más íntimos pensamientos cuando solo era una niña que soñaba con tener una vida normal. La relación abusiva que sufrió mi madre recayó en lo más profundo de mi ser, y ver a mi padre incapaz de superar el divorcio años atrás tampoco me ayudó.
Podía ser solo una niña egoísta de diez años, a la que le importaba el número de juguetes que le regalaban por Navidad y a la que le daba vergüenza el coche viejo con el que su madre la llevaba al colegio. Sin embargo, también era la niña que cuestionaba por qué nadie entendía su tristeza. "Siempre tienes todo lo que pides, no sé de qué te puedes quejar".
Al poco tiempo, empecé a sentirme sola, pero tampoco me sentía a gusto estando sola conmigo misma. Dura realidad para alguien que no creía tener a nadie en quien apoyarse. Mi padre vivía lejos y lo veía, como mucho, dos veces al año. Ahora que lo pienso, nunca he tenido confianza con él; nunca ha intentado ser una figura paterna y me pregunto si, a día de hoy, le molesta que esté en su plano familiar. Por otro lado, mi madre estaba cegada por un amor insoluble y roto que la separó completamente de toda su familia, cambiando su centelleante personalidad por una más malhumorada y errática. Se me hacía imposible ver mi situación reflejada en algún cuento idílico en el que mis padres se amaban verdaderamente.
Me daba asco mi realidad y me daba asco a mí misma; comencé a pensarlo todo en exceso. Creo que me encerré en una burbuja de la que aún me cuesta salir. Además, nunca me he sincerado con nadie respecto a cómo veo el mundo y cómo les veo a ellos. Asimismo, crecer en una situación así te hace cambiar de perspectiva rápidamente; mirando hacia mis años de niñez, no tengo muchos recuerdos agradables y, a día de hoy, extraño una infancia humilde y ordinaria que nunca llegué a experimentar. Sé que sigo siendo una niña, pero no puedo evitar verme a mí misma como una adulta porque nunca tuve la oportunidad de sentirme vulnerable como un niño. Tenía claro que si me daba el capricho de sentirme endeble, todos mis problemas me empujarían hacia el vacío.
YOU ARE READING
Cachitos de realidad
Spiritual¡Hola! Soy Nea y tengo 17 años. Estos son cachitos de mi vida que necesito quitarme de encima poco a poco. A lo largo de los años, he acumulado experiencias, pensamientos y emociones que han moldeado quien soy, pero que también han dejado cicatrices...