"El Último Baile Bajo la Luz del Pasado"

"El Abrazo del Perdón"

Érase una vez un chico que, sin explicación alguna, despertó en un lugar desconocido. La habitación que lo rodeaba no se parecía en nada a la que conocía, y al abrir los ojos, fue recibido por el eco de risas infantiles y el bullicio de una fiesta. La luz del sol se filtraba a través de grandes ventanas, iluminando un salón decorado con globos y serpentinas. Los niños corrían a su alrededor, sus padres observando con sonrisas complacientes.
El chico, confundido y desorientado, se levantó lentamente. Cada paso que daba lo llevaba más lejos de su presente, más profundamente en un pasado que no recordaba. No entendía cómo había llegado allí, pero algo en su interior lo empujaba a seguir adelante, a descubrir qué lo había llevado a ese lugar. Los ojos de los presentes se posaron en él, observándolo con una mezcla de curiosidad y reconocimiento, pero nadie se atrevió a decir nada.
Y entonces, entre el ruido y la confusión, escuchó una voz. Era una voz tan familiar, tan inconfundible, que el corazón del chico dio un vuelco. Se giró lentamente, temeroso de lo que podía encontrar, pero al mismo tiempo desesperado por verlo. Y ahí estaba ella, una niña con un moño en el cabello, riendo y jugando con sus amigos.
El chico sintió un nudo en la garganta al verla. Sus ojos se llenaron de lágrimas, un torrente de emociones que lo abrumó. No entendía cómo, pero sabía quién era ella. Era alguien a quien había perdido hace mucho tiempo, alguien cuyo recuerdo lo había perseguido durante el primer año tras lo sucedido.
Sin poder contenerse, el chico se acercó a la niña, sus pasos vacilantes y su corazón latiendo con fuerza.
Cuando la niña lo vio, sus ojos se iluminaron con reconocimiento. En ese instante, todo el año de distancia, de tiempo perdido, desaparecieron. La niña corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, como si temiera que al soltarlo, él se desvanecería. El chico, entre sollozos, trató de hablar, pero sus palabras eran apenas un susurro, ahogado por las lágrimas. Quería decirle tantas cosas, pedirle perdón, explicarle todo, pero las palabras no salían.
De repente, desde los parlantes del recinto, comenzó a sonar una canción que, en el pasado, los unió.
La música llenó el salón, envolviéndolos en su ritmo pegajoso y emotivo. El chico, sin pensarlo, tomó la mano de la niña y la llevó a la pista de baile. Ella lo siguió, riendo, emocionada por la inesperada aventura. Bailaron juntos, el chico aún llorando, pero ahora también riendo, agradecido por esta oportunidad que el destino le había otorgado.
A medida que la canción llegaba a su fin, el chico se detuvo y miró a la niña a los ojos. El tiempo parecía haberse detenido. La abrazó una vez más, con fuerza, como si quisiera grabar ese momento en su memoria para siempre. Entre sollozos, llamó a la niña por su nombre, pidiéndole disculpas, rogándole que lo perdonara por lo que fuera que los había separado. Por haberle causado un daño irremediable, tanto a ella, como a su familia.
La niña, antes de que el chico terminase de hablar, se abalanzó sobre él y, entre el abrazo y las primeras lágrimas que caían desde los ojos de la niña, asomó una sonrisa cálida, le dijo que ya lo había perdonado desde el primer día. Que siempre lo considerará como a un hermano mayor y que nada cambiaría eso.
Sus palabras, tan simples y sinceras, fueron todo lo que el chico necesitaba escuchar.
Y entonces, como un suspiro, el chico se encontró de nuevo en su presente, en su habitación, solo. La música se había desvanecido, y la fiesta era solo un recuerdo, pero algo en su interior había cambiado. Sabía que, de alguna manera, había recibido una segunda oportunidad, una redención que nunca había esperado.
Y aunque no entendía cómo ni por qué había sucedido, supo que ese instante, ese baile bajo la melodía de la canción, sería algo que llevaría consigo para siempre.