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Londres (Inglaterra)                                    3/03/2033
Estaba nublado, el olor metálico se expandía por todo el lugar, era tan desagradable como el olor de un cuerpo en descomposición abandonado a la interperie siendo devorado por los gusanos y las moscas, sin contar los otros innumerables animales grotescos que de él se apoderarían; muchos hubiesen sentido asco o repulsión, pero en mi caso era el olor de la victoria, y no podía ser mejor. Sangre carmín empapaba mis pies descalzos, su tacto era viscoso y empezaba a cuagularse ya, tan rápido como nunca hubiese pensado. La daga afilada que llevaba se introdujo otra vez en su abdomen, con un sonido tan seco y dramático que se podría describir como excitante después de tanto. Con todos los sentidos en el acto no pude evitar preguntarme: ¿así lo habrá sentido aquel día?. Mis manos viajaron más rápido que mis pensamientos y la daga se liberó e introdujo frenética y rápidamente tantas veces que serían imposibles de numerar, para un ser que lo hiciese de forma desesperada y llevando una ligera carga de culpa por el hecho; pero para mi, no podría estar más claro. Fueron trece veces, trece heridas que acompañaban las de su alma, trece profundos cortes; el primero más doloroso que el segundo, el segundo más mortal que el tercero, el tercero sentenciaría lo su muerte pero los otros diez fueron sentimientos personificados que tenía en mi interior, todos los que habitaban en el fondo de mi ser desde el día que mi mundo se cayó. Y ahí estaba: el fin. Vi como la vida se le escapaba de los ojos que tanto me atormentaron, sentí como su cuerpo perdía total rastro de calidez al ser abandonado por su alma, oí el último compás que daban sus pulmones para exaltar el aire que retenían, sentí el olor de su repugnante sangre y saboreé, saboreé la victoria, la venganza.

Cuando lleguemos a conocernosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora