WILDFLOWER

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Ella llegó y tocó la puerta de mi departamento. Cuando la abrí, ella lloró sobre mi hombro. Se desahogó cuan niño al que le quitan algo preciado. Mi expresión era de sorpresa al observar su desenfrenado llanto. La sostuve entre mis brazos, temiendo que sus piernas fallaran y cayera al suelo mientras su alma se desgarraba en indescifrables sollozos.

Intenté comprender cada uno de los balbuceos que su boca repetía con la respiración tan pesada como un costal de mil kilos; sin embargo, no pude hacer nada para aligerar la carga. Yo sólo le di pequeñas palmadas en su espalda al mismo tiempo que ella continuaba lamentándose.

Quise saber la razón.

¿Por qué en sus ojos existía una flotante tristeza? ¿Acaso lo inevitable sucedió? ¿Acaso el enamorarme de ti fue la causa de tal escozor? No lo sabía o, quizá, sí... No quería enfrentar la triste realidad.

La herí.

La herimos.

Te herí.

Y... me herí.

Cada caricia. Cada roce. Cada abrazo. Cada palabra. Cada sentimiento encerrado. El remordimiento apañó mi juicio.

¿Crucé la línea? Lo hice. Y ahora siento como si mis sentimientos me estuvieran quemando vivo. 

Mis pensamientos fluctuaron entre la realidad y los recuerdos; en consecuencia, a falta de mi entendimiento, ella pronunció, con voz pausada:

—Jeno rompió nuestro compromiso.

La miré a los ojos. Orbes cafés claros y profundos como un cálido amanecer, pero ahora ya no existía esa candidez, fue reemplazada por una irrevocable angustia.

Tu imagen llegó a mi mente y un sentimiento agridulce invadió mi ser.

No supe qué decir. No supe cómo consolarla. La culpa me corrompió. Mi desliz era su sufrimiento.

Tú eras de ella, tanto que se iban a casar. No debí entrometerme. No debí acercarme a ti en aquella noche de verano en el mes de julio.

Me arrepiento, pero... qué vergüenza admitir que te amo. Te amo más de lo que ella jamás podrá.

Entonces, ella golpeó mi pecho, desesperada.

—Haechan, lo amo. ¿Por qué me abandonó? ¿Es que, acaso, no soy lo suficientemente buena?

Silencio.

No había nada que pudiera decir. Mi boca se sintió febril. Ella esperó una respuesta con esas dos brillantes pupilas bañadas en llanto.

—Lo siento.

Fue todo lo que salió de mí.

Es normal que las cosas se desmoronen. Es normal que te rompan el corazón. Justo como yo se lo rompí a ella. Justo como yo me desmoroné ante su sufrimiento.

Yo no estuve desde el principio. Yo no conocía su historia de amor, nunca fue de mi interés saber cómo se enamoraron. No obstante, sabía que ella era tu novia. Sabía que fuiste tú quien le enseñó a disfrutar el mundo. Y yo, en ese momento, era un extraño.

Cuando me conociste, para ti sólo era un amigo más de ella; pero, entonces, me metí en tu piel. Te susurré mis secretos y te compartí mi vida. Me dejaste entrar en ti, me llamaste con pasión y nos acercamos cada día más.

Nunca hubo nada físico entre tú y yo, pero hubo algo más doloroso, tu amor la olvidó y encontró un nuevo dueño.

Nuestros ojos destellaban en deseo cada vez que nos veíamos. Había algo entre nosotros que nos atraía como dos imanes. No pude alejarme de ti, así como tú tampoco pudiste alejarte de mí.

Entonces, cuando ella se tranquilizó, se fue con el corazón en la mano, creyendo que yo estaba ahí para ella. Y lo estuve, pero no como ella hubiera deseado.

Quise llorar, derramar cada centímetro de mi ser en recriminación; sin embargo, fui un cobarde. Lo sentí indebido. Esto no se trataba de mí, yo no era la persona a la que le rompieron el corazón. Yo sólo fui el antagonista de una bella historia de amor que duró más de siete años.

Me mentí y le mentí al decir que pasaba más tiempo contigo debido a que teníamos mucho en común. Para ser sincero, éramos muy distintos; pero, entre nosotros existía algo que ya no tenías para ella: amor.

Dos horas después, llegaste. Yo estaba consternado por lo sucedido y tú me abrazaste con inusitada ternura. Me besaste con un cariño que nunca había sentido y, después de tanto tiempo, me sentí querido por alguien.

Dijiste que debía dejar todo atrás, que merecíamos ser felices, pero ¿realmente lo merecíamos? La engañamos. Le hiciste creer que todavía eras de ella, cuando en realidad eras mío.

La primera lágrima cayó por mi rostro y la borraste mientras me consolabas. Entonces, visualicé en tu rostro el amor que le había arrebatado a ella. No quise afrontarlo, así que me acurruqué en ti y respiré tu dulce colonia.

Creí que ese era el primer paso para que fuéramos felices.

Me equivoqué.

Las cosas buenas nunca duran y la vida se mueve a un ritmo agitado. Nunca hablamos sobre la incomodidad que nos causaba saber cómo nuestra relación comenzó. Nunca me atreví a preguntarte quién era mejor, ya que ella y yo éramos similares. Quizá esa era la razón por la cual ambos nos veíamos felices al estar a tu lado, pero tú la habías dejado atrás; entonces, ¿por qué, ahora, siempre que me tocas, siempre que me besas, siempre que me haces tuyo, en el fondo de mi mente, pienso en ella?

—Te amo, Haechan.

Lo sé, Jeno, no es necesario que me lo recuerdes. Yo también lo hago; sin embargo, hay algo dentro de mí que me impide expresar mis verdaderos sentimientos. Yo lo llamo culpa, tú lo llamas "apatía".

Deseo dejar todo en el pasado, pero no puedo. Suelo preguntarme cómo se debió haber sentido ella en aquel lujoso hotel ese día de San Valentín donde la dejaste plantada mientras nosotros confesábamos nuestros sentimientos en la hermosa laguna a la que me llevaste. Todavía recuerdo las luciérnagas que nos rodeaban. Los sentimientos que me hiciste sentir. La felicidad que me recorrió. Ese día no fui consciente del daño que causaría... Esa misma noche fue cuando me prometiste que cancelarías tu compromiso. A sólo un mes de tu boda. Me debí sentir mal, pero no fue así. Me ilusioné pensando que, por fin, podría llamarte libremente "mío". No pensé que verla tan destrozada fuera a afectar mi percepción de cómo mis sentimientos hicieron infeliz a alguien más.

Una expresión de duda surcó tu ceño después de que observaste la falta de respuesta ante tu amor. Me preguntaste qué pasaba y yo atiné a responder:

—También te amo, Jeno.

Pero mis sentimientos no llegaron a ti. Mi apagada expresión te hizo saber que había algo molestándome. Te negué muchas veces qué era lo que sucedía conmigo, pues ni yo mismo tenía conocimiento sobre ello. Estaba confundido y asustado. ¿Por qué no podía ser feliz? ¿Por qué, a pesar de que te amo, no me permito disfrutar nuestra relación? No lo comprendiste, así como yo tampoco lo hacía. Así que, peleamos y exploté. Lloré justo como ella había llorado conmigo. Sólo que yo sí te tenía a ti para que me consolaras, pero ella no tenía a nadie más que a mí. Ahí fue cuando lo comprendí, la había traicionado, mi amistad fue mancillada debido a mis sentimientos. Te expliqué mi sentir, pero no lo entendiste, optaste por convencerme, como siempre, de algo que ambos sabíamos que era mentira. Era mi culpa. Yo fui el que destruyó el amor de su amiga. Y sé que tu intención no era lastimarme, al contrario, intentaste protegerme de mis malos pensamientos; sin embargo, tus palabras sobre ella sólo me dolían más, así que me quedé callado. Parecía que en ti no existía culpa alguna. Era como si sólo yo fuera consciente del daño que causamos.

Volví a llorar, esta vez sobre tu hombro y me abrazaste mientras susurrabas el amor que sentías por mí. Después, tomaste mi rostro entre tus manos, tu expresión se suavizó y me besaste la frente, nuestras miradas se encontraron y mi corazón latió en el más inocente amor.

Entonces, me pregunté, ¿cuándo me miras a los ojos también la ves a ella en el fondo de tu mente...?

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