- ¿Pero por qué?- dije cabreada. Este tipo de situaciones se estaban haciendo demasiado constantes.
- Porque no, Sally. Y ya deja el tema- dijo mi madre cortante.
Estaba harta de todo esto. Está bien que es mi madre, está bien que yo estaré con las hormonas por las nubes, pero eso no quiere decir que solo por ser adulta mi madre tenga razón. ¿No?- ¡Maldita sea, mamá!- grité.- Cuando te pregunto el por qué de algo quiero que me respondas con argumentos jodidamente sólidos- dije intentando controlar mi frustración que iba en aumento.
- Esa boca, jovencita. Si sigues así te quitaré a Bonnie- dijo refiriéndose a mi preciado skate. Si hace eso juro que me voy de casa.
- ¡Es más productivo hablarle a la pared!
Pegué un grito mientras subía las escaleras hasta mi cuarto y cerré de un portazo una vez allí. Me tiré sobre mi cama y tomé la almohada para estamparla contra mi cara y poder gritar sin armar escándalo. Cuando me cansé la arrojé hasta la otra punta de la habitación. Me levanté de la cama y con manos temblorosas saqué una caja que siempre tenía debajo de esta. La abrí para observar los relucientes guantes de boxeo que tanto anhelaba poder utilizar. Sentí como una lágrima rebelde se deslizaba por mi mejilla y me la sequé bruscamente con la manga de mi gigante sudadera, dejándome la zona irritada. Mis padres estaban separados, y al menos mi hermano también se había quedado con mi madre. Aunque él fuera idiota en el fondo era la única persona con la que podía hablar abiertamente sobre mi vida. Él al igual que yo, quería vivir con papá, pero él vivía muy lejos de aquí y eso significaría dejar nuestras vidas y a nuestros amigos. Sí, soy una amiga genial. Papá me había regalado esos guantes hacía unos años después de ganar una apuesta, él siempre decía que yo tenía madera de boxeadora. Me mordí el labio inferior esperando que dejara de temblar. ¿Por qué mi madre tenía que ser tan jodidamente terca? Ella no quería que yo boxeara, lo veía demasiado "masculino". Y un cuerno. Toda yo lo era. Me encantaba hacer deporte y sudar, sentir la adrenalina correr por mis venas. Ella no parecía entender eso, ya que seguía teniendo la esperanza de que yo cambiara y me convirtiera en la perfecta chica. Já. Al menos mi hermano sí me conocía lo bastante y sabía que no cambiaría nunca. De vez en cuando él y yo boxeábamos en el patio trasero, cuando mi madre no estaba. En ocasiones nuestros amigos se animaban a hacer de público. Y eso me encantaba. Yo tan solo quería boxear tranquila. E irme con papá, si no tuviera que dejar nada atrás. Yo amaba a mi padre. Él me entendía y apoyaba en todo, me llevaba de maravilla con él, al igual que mi hermano. Recuerdo que cuando mis padres no estaban separados y mi madre estaba trabajando nos poníamos combates en la televisión y mi padre nos traía nuestras golosinas favoritas. Sonreí tristemente sintiendo los ojos hinchados de llorar, no era habitual que yo hiciera eso. Odiaba la sensación de sentirme vulnerable.