1. Hikikomori

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En veinticinco años de vida no he logrado nada.

Absolutamente nada de lo que enorgullecerme a mí o a mis padres. Diez años atrás, cuando era estudiante de bachillerato; había proclamado con soberbia y altivo exceso de confianza que a ésta edad ya sería la próxima autora mexicana bestseller. Si pudiera decirle algo a mi yo del pasado, sería un simple: niña no seas tan ingenua, la vida puede enseñarte lecciones de humildad de las maneras más vergonzosas que te puedas imaginar.

¿A quién le importan las novelas escritas por un autor mediocre?

Ahora sabía lo complicado que era conseguir el interés genuino de una editorial tradicional. Peor aún, lo complejo que podía ser conseguir un contrato serio con mis predilectas: Editorial Planeta o alguna perteneciente al sello Penguin Random House.

De tantas entrevistas vistas en YouTube, sabía por experiencia del mismísimo Santiago Posteguillo lo difícil que era incluso para un autor talentoso tener tanta suerte con un simple primer intento. Conocía la forma en que Stephen King inició su propia trayectoria.

Ninguno fue recibido con los brazos abiertos ante su primer intento.

Los autores tenemos expectativas, la vida nos pone a prueba una y otra vez. Las inseguridades emergen, el proceso creativo nos quebranta cuando comparamos nuestras obras con las de otros que vistas bajo un filtro de glamour, parecen escritas por dioses narrativos. Y lo propio se siente tan imperfecto, tan humano e insignificante.

El orgullo debe atemperarse. La frase de un documental dicha por un forjador de katanas resonaba en mi mente cuando pensaba en eso: yo no creo en el talento, creo en la paciencia y en la persistencia.

Sin embargo, pese a todo lo que sabía, no había conseguido terminar nada. Me consideraba una mediocre.

¿Estaba en el camino correcto?

¿Ser autora era mi verdadera vocación?

Una sonrisa nostálgica apareció en mi rostro cuando deslicé el pulgar sobre la pantalla del dispositivo móvil. Secretamente había estado stalkeando el perfil de algunos ex compañeros de estudios. Acababa de comprobar lo que sospechaba por comentarios de mi madre. Muchos de mis antiguos conocidos ya eran exitosos egresados universitarios, otros tenían hijos y pareja, cada uno había forjado su propio camino.

La mayoría de esos conocidos de mi generación ya eran económicamente independientes, en cambio yo, el celular que había en mis manos ni siquiera había sido pagado con mi propio dinero. Era un verdadero privilegio tener un padre que me compraba casi todo lo que necesitaba a pesar de no ser una hija útil en las aportaciones financieras de la casa. En Japón existe un término para los parásitos como yo: Hikikomori, gente que vive recluida en casa sin estudiar, ni trabajar.

Apagué la pantalla y dejé el celular sobre una mesa, después fui a preparar un poco de té y una fruta mientras continuaba reflexionando sobre mi vida con una sensación de pesadumbre. De fondo sonaba WTF? de Sasha Sloan.

Tanto tiempo lejos de esa cuenta de Facebook me había hecho ajena a las actualizaciones de sus vidas. No porque no usara redes sociales, simplemente disponía de cuentas alternativas y esa había quedado abandonada durante años.

La espuma del jabón se diluyó cuando el agua del grifo cayó sobre la manzana que estaba lavando para botanear. Dos de mis ex compañeras lucían vestidos de gala en su reciente graduación. Se veían tan dichosas, era difícil calcular cuántas noches de estudio y esfuerzo, o lágrimas tuvieron que afrontar para llegar a ese momento de celebración. El tiempo pasa factura. ¿Cómo era posible que mi crush de la adolescencia ya no pareciera tan encantador como en mis memorias? Su ex novia por otro lado, seguía luciendo tan hermosa como la recordaba. Al parecer tras su ruptura amorosa, ella lo había bloqueado y eliminado todas sus fotos juntos.

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