1. El niño llorón.

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Había una vez, hace ya varios años en un reino lejano al resto de continentes, con zonas costeras muy hermosas y llenas de comerciantes, un rey y una reina florecían de amor con cada sonrisa que compartían. Pero un día, su felicidad se vio amenazada por un travieso príncipe bebé fruto de aquel amor.

El Príncipe Ilaias era un bebé hermoso, con ojos color miel y cabellos castaños. Sin embargo, había algo peculiar en su personalidad: lloraba sin cesar. Desde el amanecer hasta el anochecer, sus lamentos llenaban los pasillos del castillo. No importa si estaba feliz o triste, si tenía hambre o solo estaba somnoliento, pasaban las horas y el bebé lloraba y lloraba.

El Rey y la Reina pronto empezaron a desesperarse. "¿Qué podíamos hacer?" Se miraban entre ellos. Consultaron a los sabios, buscaron en los libros antiguos y probaron todo tipo de remedios. Pero nada parecía calmar al pequeño príncipe. La pareja empezaba a enloquecer, ojerozos y somnolientos en reuiniomes y fiestas reales, ya no sabían qué más hacer "¡Pero qué mal tendrá este niño!" Solían pensar el resto de familiares y personal del castillo, ambos reyes quedaron sin alternativas y apelaron a los rezos, esperando que cuando creciera se rodeara de serenidad y quietud.

Una noche, mientras la luna brillaba en el cielo, el pequeño príncipe yacía en su cuna, como no, llorando. Su llanto resonaba a través de los árboles y los arroyos, tal era el estruendo del niño que tres ninfas del bosque, hartas de la interminable tortura para sus sensibles sentidos aparecieron junto a la cuna del pequeño príncipe, irritadas y cubriendose los oídos como pudieran.

Las ninfas eran hermosas y etéreas, con cabellos de hojas y ojos que brillaban como luciérnagas. Se llamaban Linfia, Elowen y Thalassa.

- ¡Pero qué le hacen a este niño! ¡Ya lo escucho hasta en las cuevas! - Quejó Thalassa con el rostro enrrojecido, estaba muy molesta.

- Ni me lo digas, ¡Ya ni puedo concentrarme al cuidar a los animales! - Elowen miraba al bebé ruidoso de reojo con un puchero en sus labios.

- ¡Espanta a las abejas! - Vociferó Thalassa.

- ¡Y ni hablar de las frecuencias que alteran a la tierra! - Adjuntó Elowen dando un par de saltos de puntillas.

Linfia, se interpuso entre ellas y la cuna extendiendo sus brazos y acercando su índice hacia sus labios para que guardaran silencio.

- ¡Niñas! ¡Niñas! Cálmense, no pueden reprocharselo, es solo un bebé. - Defendió ella, tomando su rol como la hermana mayor de todas.

- ¿Y cómo haremos para que deje de llorar? - Inquirió Elowen dispuesta a cualquier plan.

- ¿Dejar de llorar? ¡Santo Dios! Eso es cruel hasta para nosotras, todos nos exteriorizamos... No, no, no, nada de eso. - Denegó la mayor sacando de su manga una rama con la cual aporreó la cabeza de ellas como regaño.

Ambas pegaron un brinco y sobaron sus frentes a la par.

- ¡Pero nos fastidia! Si no nos concentramos entonces no podemos hacer bien nuestro trabajo. - Aclaró Elowen que aún se alivianaba el ardor de la cabeza.

Linfia llevó sus manos bajo su puntiagudo mentón intentando usar su cabeza a diferencia de sus hermanas.

- Bueno, pues si va a llorar tanto al menos que haga algo bueno con esas lágrimas.

Ella se subió las mangas y enderezó su espalda. Estiraba su cuerpo en señal de preparación y las otras dos siguieron sus movimientos.

Cada una de ellas tocó suavemente la frente del bebé y susurró palabras antiguas en un idioma que solo los árboles entendían.

- Pequeño príncipe... - Dijo Liria. - Le concedemos a tus lágrimas la mágia de estas tierras.

El bebé con ojos húmedos apaciguó sus sollozos solo para escucharla con curiosidad. Elowen continuó.

- Cada vez que derrames una lágrima, una flor o un milagro brotará en el suelo donde caiga.

Thalassa, la más astuta de las ninfas, añadió:

- Estos milagros llevarán consuelo, buena suerte y prosperidad a todo el reino. Las mares se alzarán y las tierras fertilizarán... Así nos ahorrarías gran parte del trabajo...

Elowen se aproximó a codearla con fastidio por su insinuación. Las otras ninfas la miraban sorprendidas

- ¿Qué? No me vean así, si no duermo lo suficiente no puedo asegurar la fertilidad de estas tierras. - Se cruzó de brazos con soberbia.

- ¡Ash! Eres una aprovechada...

Elowen pese a entender su punto no podía creer que le encargara tal responsabilidad a un bebé mortal solo por su propia comodidad, pero mientras esta se abalanzaba a pellizcar a su hermana Linfia disimulaba su sonrisa, pues había previsto las palabras de Thalassa a la perfección. Si algo estaba segura es que aquel niño llegaría a ser un gran rey algún día, bondadoso y ejemplar.

El bebé príncipe parpadeó sus grandes ojos y sonrió. Las ninfas desaparecieron en la bruma de la noche a mitad de su discusión, dejando al pequeño con su nuevo don.

Desde entonces, las lágrimas del bebé príncipe se convirtieron en beneficios para el reino, de alguna forma u otra. Dondequiera que cayeran solo traían abundancia y suerte. A veces brotaban algunas flores, margaritas o girasoles. Los aldeanos se maravillaban al ver estas flores y las llevaban a sus seres queridos, algunos jóvenes incluso como muestras de amor verdadero.

El rey y la reina observaban con asombro cómo su hijo crecía rodeado de belleza y compasión. Las tierras del reino prosperaron, y la gente se unió en gratitud por su tan querido futuro heredero.

Y así, la leyenda del príncipe y sus lágrimas milagrosas se extendió más allá de las fronteras del reino, llegando a los oídos vecinos que rápidamente al enterarse de las riquezas de sus tierras comenzaron a entablar relaciones comerciales y acuerdos de paz que hicieron prosperar al pueblo y la gente que lo habitaba.

De alguna forma, las lágrimas del príncipe siempre llenaban al reino y a su gente de dicha y abundancia convirtiendose así en su talismán de bienestar hasta el día de hoy...

Lágrimas de un reino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora