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Tener diecinueve años en una época como esta no era nada fácil, y menos con la clase de padres que Conan tenía, quienes, aun siendo adultos, seguían tratándolo como si tuviera quince. Era molesto tener un horario de llegada cada vez que salía, pero aun así, él sabía que lo hacían solo por protegerlo.

—No llegues tarde hoy, Conan, ¡y recuerda desayunar! —gritó su madre, con voz alta mientras lo veía irse. Conan, que nuevamente se había despertado tarde, solo le hizo un gesto de despedida mientras cruzaba la puerta, afirmando que había escuchado sus palabras.

Tomo su bicicleta y se subió para comenzar a pedalear rumbo a la universidad, la cual no le quedaba muy lejos, pero aun así se apresuró para llegar a tiempo. No quería ser ese chico que llegaba tarde el primer día de clases. Una vez que llegó, dejó su bicicleta en el lugar correspondiente, asegurándola con una cadena y un candado antes de finalmente entrar al edificio. Se dirigió al salón indicado en su hoja de inscripción y, al llegar, se sentó en un lugar al fondo, rogando que nadie se le acercara a querer socializar. Conan no era una persona a la que le gustaran esas cosas.

Pero claramente el universo no estaba de su lado ese día, ¿o tal vez sí?

—¡Hola! Soy Keegan, ¿cómo te llamas? —un chico de cabello oscuro y piel algo morena se sentó a su lado, sonriéndole de forma casi deslumbrante. Conan lo miró por unos cortos segundos, debatiéndose entre responder, ignorarlo o mandarlo al carajo, pero finalmente optó por lo más sencillo.

—Soy Conan —dijo cortante, mirando hacia el frente de nuevo, rogando que el chico no dijera más, y agradeció cuando así fue.

La asamblea de bienvenida siguió su curso. Una mujer, que se presentó como Iliana Phillips, vice directora de la universidad, explicó los horarios de las clases y, tras eso, los instó a levantarse para comenzar un recorrido por las instalaciones, dándoles a conocer la mayoría de los salones. Conan agradeció ese recorrido, ya que, de otra forma, podría haberse perdido en el laberinto de pasillos.

Una vez finalizado el corto paseo por el lugar, la mujer se despidió, dejándolos ir a sus clases. Conan miró su lista de horarios, buscando a cuál debía ir, cuando sintió una mano en su hombro. Al voltear, se encontró con el mismo chico de antes.

—Oye, parece que tenemos la misma clase: arte y manualidades, ¿no? —dijo, sonriendo con una calidez que desarmó un poco a Conan.

—Al parecer —respondió Conan, algo bajo, encogiéndose de hombros.

—Genial. Me alegra que no sea el único novato —continuó Keegan, sin perder la sonrisa—. ¿Tienes experiencia en arte? Porque yo apenas estoy aprendiendo a dibujar.

Conan lo miró con curiosidad. En su mente, la idea de que alguien tan extrovertido y optimista pudiera querer hacer amistad con él parecía un poco descabellada, pero también intrigante. En realidad, a Conan siempre le había gustado el arte, aunque nunca había tenido la confianza para compartirlo.

—Bueno, me gusta, pero no soy un experto ni nada por el estilo —respondió, intentando sonar más desinteresado de lo que realmente se sentía.

—¡Perfecto! Entonces podríamos aprender juntos. —Keegan se giró hacia él, sus ojos brillando con entusiasmo—. Te puedo mostrar algunos de mis trabajos, son bastante... únicos.

Conan sintió una mezcla de incomodidad y curiosidad. A pesar de su deseo de evitar la socialización, algo en la forma en que Keegan lo miraba lo hacía sentir un poco más relajado. Y, para su sorpresa, no podía evitar preguntarse qué más había detrás de esa sonrisa.

—Claro, estaría bien —murmuró, antes de darse cuenta de que su respuesta había sido más abierta de lo que había planeado.

Conforme caminaban juntos hacia la clase, la conversación fluyó de una manera que Conan nunca había esperado. Hablaron de música, de sus artistas favoritos, y Keegan incluso hizo algunas bromas que lograron sacar una pequeña risa de Conan. Era extraño sentirse tan a gusto con alguien que acababa de conocer.

Al entrar al aula, el profesor los recibió con una sonrisa y les asignó sus asientos. Conan se sentó junto a Keegan, y aunque al principio se sintió un poco nervioso, la energía del chico a su lado le ayudó a relajarse. Mientras el profesor explicaba el plan de estudios y los materiales que necesitarían, Conan no pudo evitar robarle un vistazo a Keegan, que tomaba notas con entusiasmo.

—Oye, ¿te gustaría quedarte después de clase para trabajar en algún proyecto juntos? —preguntó Keegan de repente, rompiendo el hilo de sus pensamientos.

Conan sintió que su corazón se aceleraba un poco. La idea de pasar tiempo a solas con Keegan le parecía aterradora, pero también emocionante.

—Sí, supongo que podría hacerlo —respondió, sintiéndose un poco más audaz de lo habitual.

La clase avanzó, y Conan se dio cuenta de que, aunque no era su intención, se estaba sintiendo más cómodo con Keegan. El resto del día transcurrió entre risas, conversaciones y la promesa de un nuevo comienzo. Quizás la universidad no sería tan mala después de todo.

Sin embargo, mientras se preparaban para salir, Conan no pudo evitar preguntarse: ¿qué más significaría este nuevo camino que estaba comenzando a recorrer? Y, lo que era más importante, ¿qué lugar tendría Keegan en su vida?

Trazos de Corazón.Where stories live. Discover now