1: "fracasar"

14 0 0
                                    

Alina.

—¡Chica! Coge este panfleto. —murmura un hombre, insistiendo. Su soberbia se hace presente en sus palabras, cosa que me desagrada.

Lo cojo y no es algo nuevo y tampoco interesante. La política es algo que odio desde muy pequeña, simplemente porque mí padre se comportaba como un auténtico necio cuando la política se hacía presente en una de nuestras comidas familiares.

El vestido largo se hace notar cuando tapa mis tobillos. Cosa que agradezco porque el tiempo de hoy parece que no está muy decidido.

Han esparcido rumores sobre el desfile militar, todas las personas de esta ciudad —Venecia— han estado aquí. Hay mucho respeto y más cuando se trata de ellos.

Aunque nunca entendí la razón por la cual existían los desfiles, no sé si se trataba de alguna que otra moda o simplemente por gusto; siempre estaba cómoda. Ya que era la única razón por la cual me dejaban salir de mi propia casa.

La música se hace presente y los primeros militares salen a desfilar. Todas las personas tienen la bandera de Italia en la mano, orgullosos de su país.

—Todos son... guapísimos. —susurra Lady, a lado mía. Es mí hermana, y admira mucho a los militares. No por su trabajo, sino por su increíble físico.

—Y infieles.

—No todos. —contraataca.

—La mayoría.

Las dos nos reímos, mientras nos acomodamos el pelo. El decorado que me ha puesto mí madre es demasiado incómodo de llevar y más cuando tú pelo es rizado.

Después de diez minutos, decidimos irnos. Las calles deslumbra incomodidad, y más cuando me choco con un hombre totalmente desconocido.

—Ooh, scusi, señorita. ¿Estás bien? —pregunta con una sonrisa, su pelo es igual de rizado que el mío.

—Eh? Sí... lo siento.

Me sonríe y se da la vuelta, ajustando su ropa militar.

—¿Ese no es Artem? —pregunta Lady, asombrada.

Trago saliva, alzando los hombros.

—Vamos. —dice mi padre harto de nosotras, adelantándose.

¿Artem? Me suena haber oído su nombre en algunos periódicos. Tiene treinta y cinco años y aún no se ha casado, cosa que en esta sociedad está muy mal visto.

Nunca entendí la finalidad del casamiento, pero tener uno de esos vestidos tan blancos y largos... me da envidia. Envidia sana quizá.

Llegamos a casa, dejamos el abrigo y me voy a mi habitación. Aprovechando esta última hora para escribir un poco. Sentir la pluma entre mis dedos es otro nivel de satisfacción, pero lástima que en esta sociedad tan machista las mujeres nos tengamos que esconder.

Siempre quise publicar uno de mis libros con mí nombre y mis apellidos, pero siempre opto por un seudónimo. Supongo que es más fácil y más cómodo escribir así, escondiéndome entre la sociedad para que no me acribillen con sus palabras.

Mi padre entra rápidamente a mí habitación, haciendo que toda la tinta se derrame en mí escritorio.

Me levanto y lo limpio todo nerviosa, aunque esta tinta es difícil de quitar. Por mucho que rasque y rasque, se va a quedar ahí.

¡Lo qué faltaba!

—¿Qué haces?

Aprieto los labios.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Si algún día volvemos a coincidir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora