Capitulo I

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¡Desperté cinco minutos antes de qué sonara el despertador!

No me importó, me levanté de la cama y me arreglé a toda velocidad porque ese día comenzaba a trabajar como camarera.

Quería llegar temprano porque me costó mucho encontrar ese empleo después de recorrer casi toda la ciudad y no encontrar nada.

Cuando ya estuve lista me miré en el espejo y me gustaba como iba:
Camiseta de manga corta color rojo, jeans negros, mis zapatos qué llevan rojo y negro y mi largo cabello negro atado en una coleta.

Salí directo hacía la cocina.

-Buenos días, mami -le dije a mi madre mientras me sentaba al rededor de la mesa.

-Buenos días, Ly -Respondió mientras me servía el desayuno. -¿Dormiste bien?

-No tanto -admití.

-Tu padre antes de irse al taller volvió con su tema de qué: La niña no está para andar trabajando, ella tiene que seguir estudiando -hizo una pausa-. Su machismo no acepta que tú quieras hacer algo por tí.

-Déjalo, ya se le pasará.

-Ojalá, porque ya está muy cansón - dijo mientras me ponía el plato de comida en frente.

Me engullí dos cucharadas de seguido y mastiqué a toda velocidad para poder responder.

Tenía hambre.

-Aunque él no lo acepte en voz alta, sabe que es una buena idea qué yo trabaje, así no tendrá tanto gastos, solos los tuyos y los de él... Ah, y la mitad de la comida, porque también pienso colaborar con la merca.

-Ey... Deja de armar tantos planes, solo empiezas hoy -Dijo mientras se sentaba delante de mí.

-Con la ayuda de Dios sé que me irá bien.

- Amén, Ly.

Me levanté de la silla para dejar el plato en el fregadero y me cepillé los dientes.

-Bueno mami, ya me voy -le dije mientras me aplicaba un poquito de pintalabios.

-Bueno, qué te valla bien -me dió un beso en la frente y salí de la casa.

-¡No me extrañes! -grité mientras cerraba la puerta principal.

Llevaba cinco minutos exactos esperando un bus y nada que pasaba ninguno y agradecí a Dios qué aún tenia tiempo para llegar al trabajo.

Del estrés de tanto esperar - lo odiaba -, comencé a morderme la uña del dedo meñique, pero de pronto ví qué un taxi estaciona frente a mí.

Genial, era lo único que pasaba y cobraban muy caro.

Y mientras ví que el conductor bajaba la ventanilla del taxi, mi mente comenzó a pensar a toda velocidad qué debía decirle para que le hiciera una rebaja al pasaje... Hasta qué todos esos pensamientos se esfumaron cuando lo ví:

Cabello rojo, ojos verdes, pecas en su rostro, sonrisa encantadora... Es... Es... ¿Gabriel?

-¿Gabriel? -murmuré con los ojos bien abiertos.

-¡Lyla! ¡Qué Sorpresa! ¿Cómo estás?, sube, sube, yo te llevo a dónde vallas -dijo con una amplia sonrisa.

Yo medio en shock obedecí.

Vale, vale, eso estaba raro ¿Gabriel de taxista? ¿En esta ciudad? ¿No disque se había ido no sé para dónde?

Cuando me subí al auto no sabía cómo empezar a preguntarle qué hacía ahí y por qué.

Lo Que Nunca FuíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora