Jimin

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UNO

La respiración que había estado conteniendo se me escapó con alivio cuando el joven al que había dirigido la mirada se acercó un paso más a la zona de anotación. Se me dibujó una sonrisa en los labios, pero la transformé en un ceño fruncido y agarré mi vaso de mojito. Mientras trabajaba, no me gustaba tomar nada más fuerte. Técnicamente, ni siquiera debía estar en el bar, pero no quería perderme el gran partido. Como no tenía televisión por cable en mi pequeña casa de dos habitaciones, me aventuré hasta aquí la noche del partido en mi destartalada y vieja camioneta.

—¡Joder, Jimin, ese chico tuyo es bueno! —gritó el camarero, pareciendo y sonando genuinamente impresionado.

—No es mi chico. —Me apresuré a replicar. No había sido nada para mí
desde la jodidísima cosa que había hecho diez años atrás. No quería tener nada que ver con él, y verlo desde la segura distancia de una pantalla tendría que ser suficiente. —Es una pena, hombre. La vida podría haber sido mucho mejor para ti, ¿sabes?

En lugar de responder esta vez, me tragué el resto de la bebida y dejé el
vaso en la barra. —Otra —pedí.
Me miró enarcando una ceja. —¿Estás seguro? ¿No trabajas esta noche? —Eso no es asunto tuyo, Sol —refunfuñé—. Estás aquí para servir licor, así que haz tu puto trabajo de una vez.

Me sacudió la cabeza. —¿Qué oso te ha meado en la bebida esta noche? Nunca sueles estar tan irritable. —Debió de ver la mirada afilada que le dirigí porque levantó las manos y se alejó—. Me voy. Me voy. No hace falta que me arranques la cabeza.

Volví la mirada a la enorme pantalla que colgaba sobre el bar. Los jugadores acababan de tomar su descanso de un minuto para comenzar la segunda prórroga asignada, ya que ambos equipos seguían empatados. Los Jags tenían la posesión del balón, y el bar estaba en silencio mientras todos miraban con la esperanza de que el chico local de una pequeña zona de Mobile, Alabama, que había llegado a la gran liga, llevara a su equipo a la victoria. Mi hijo, el jugador estrella de uno de los mejores equipos del campeonato de este año.

Se me empañaron los ojos y, de la rabia que sentía en mi interior, surgió un auténtico orgullo por todo lo que había conseguido. Si había algo que había
hecho bien en esta vida, era hacer todo lo posible para que siguiera en el fútbol. ¿No fue mi determinación lo que me metió en el lío en el que me encontraba ahora mismo? Toda una vida de deudas que no estaba ni cerca de pagar porque él siempre necesitaba equipo nuevo u otra cosa. Y como le había visto jugar y sabía el talento que tenía ese chico, siempre le había apoyado al cien por ciento.

Hasta la noche en que él me recostó a mí.

Joder.

Intenté no pensar en aquel desastroso suceso en la medida de lo posible y en gran parte lo había conseguido, pero últimamente los recuerdos no dejaban
de aparecer. Estaba lejos de lo que necesitaba. ¿Y por qué ahora? ¿Acaso era porque se acercaba su cumpleaños y por fin iba a llegar a los 26?

Ese era el tipo de hito que un padre y un hijo debían celebrar, ¿verdad? Ya era un adulto. Muy diferente de aquel chico de diecinueve años que había hecho una sola maleta y se había marchado a la universidad, dejando atrás a un viejo avergonzado y con el corazón roto.

—Aquí tienes, cabrón intratable. —Sol colocó la bebida en el mostrador ante mí con tal fuerza que parte se derramó sobre la reluciente madera.
—Yo no voy a pagar por eso —le dije.

Me hizo un gesto con las cejas. —¿No? Hay otras formas en las que seguro que podrías pagarlo.

Puse los ojos en blanco y pegué los labios a la pajita. Ya me había acostado con Sol y me había pagado muy bien por ello, pero de eso hacía mucho tiempo. Ahora estaba casado con una mujer, pero sus ojos se desviaban de vez en cuando. Se rumoreaba que tanto él como Irene eran swingers, pero amí no me gustaban nada las mujeres. No desde mi desastroso intento durante mi segundo año en la universidad que acabó conmigo teniendo un hijo y
cambiando el curso de mi vida.

¥levƴ¥ Kookmin. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora