Capítulo 1

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Le acabo pegar en la cara a una persona. Y no a cualquier persona. A mi mejor amigo. Con quien vivo.

Bueno, creo que desde hace cinco minutos ya quedó bastante claro que no vamos a vivir más juntos.

Le empezó a sangrar la nariz casi de inmediato y, por un segundo, me sentí mal por haberle pegado. Pero después me acordé de que es un mentiroso y un traidor, y me dieron ganas de darle otra piña. Y lo habría hecho de no ser porque Erwin se puso entre medio de nosotros y lo impidió.

Pegarle a alguien duele más de lo que imaginaba, aunque tampoco es que hubiera dedicado mucho tiempo de mi vida a pensar qué se siente darle un golpe a otra persona. Pero, al ver el nuevo mensaje de Eren en mi celular, me están dando ganas de hacerlo otra vez. Otro con el que tengo que ajustar cuentas. Ya sé que, técnicamente, él no tiene nada que ver con el quilombo en el que estoy metido, pero podría haberme avisado un poquito antes. Sólo por eso, también me gustaría darle una piña a él.

Eren: estás bien? queres subir hasta que pare de llover?

Obvio que no quiero subir. Ya me duele bastante la mano. Si subiera, me dolería aún más.

Me giro para mirar hacia su balcón. Está apoyado en la puerta corredera de cristal, observándome, con el teléfono en la mano. El sol ya bajó casi por completo y la oscuridad empieza a hacerse presente, pero las luces del patio le iluminan la cara. Me mira fijamente con sus oscuros ojos verdes, y la forma en que curva los labios en una especie de sonrisa dulce y apenada, hace que me cueste recordar por qué estoy enojado también con él. Se pasa la mano libre por el pelo que le cae sobre la frente y su preocupación se hace más patente. Aunque tal vez sea una expresión de arrepentimiento. Como correspondería.

Decido no contestar y, en lugar de eso, levanto mi mano y extiendo mi dedo del medio. Él niega con la cabeza y se encoge de hombros, como si quisiera decir "por lo menos lo intenté". Después entra en el departamento y cierra la puerta corredera.

Vuelvo a guardarme el celular en el bolsillo antes de que se moje y dirijo mi vista hacia el patio del complejo de departamentos en el que he estado viviendo durante los dos últimos años. Cuando nos mudamos, el abrasador verano de Buenos Aires estaba devorando los últimos vestigios de la primavera, pero este patio parecía seguir aferrado a la vida. Los senderos que llevan a los distintos portales y a la fuente situada en el centro estaban flanqueados por hortensias de intensos tonos azules y violeta.

Ahora que el verano ya alcanzó su más desagradable punto álgido, el agua de la fuente se evaporó. Las hortensias no son más que un triste y marchito recuerdo de la emoción que sentí cuando Erwin y yo nos mudamos. Contemplando ahora el patio, arrasado por el verano, es como observar un inquietante reflejo de cómo me siento en estos momentos: derrotado y triste.

Estoy sentado en el borde de la fuente de cemento, ahora vacía, con los codos apoyados en las dos valijas que contienen la mayoría de mis pertenencias, a la espera del Uber que ya pedí. No tengo ni idea de a dónde me va a llevar, pero sí sé que cualquier lugar es preferible a éste. Dicho de otro modo, soy un sintecho.

Podría llamar a mi familia, pero eso sería darles la munición que necesitan para empezar a bombardearme con esas palabras que sé que están ansiosas por salir de sus bocas: "te lo dijimos".

"Te dijimos que no te fueras a vivir tan lejos, Levi".

"Te dijimos que no te entusiasmaras con ese chico".

"Te dijimos que, si elegías derecho y no música, te pagábamos los estudios".

Bueno, puede que nunca me enseñaran la técnica correcta de cómo pegarle a alguien, pero si tanta razón, tienen siempre, deberían haberlo hecho.

Renacer en SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora