Sirius

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Rojo, el piso de la pequeña habitación estaba manchado de éste por todos lados ¿cuánto tiempo habría pasado desde... Seguramente había sido el suficiente para no tener remedio. Un fuerte dolor le oprimió el pecho a tal grado de cortarle la posibilidad de respirar, intentó hablar pero nada salió de entre sus labios. Quiso correr, pero las piernas le temblaron al intentar dar un paso. Esto no podía ser real, todo y cuanto estaba mirando era una terrible pesadilla producto de su subconsciente.

Hace un par de años jamás habría pensado en ver algo como esto, en aquel tiempo vivía a plenitud: Asistía a una de las mejores universidades, tenía todo y cuanto pudiera desear alguien de su edad, lo único que podría pedir era encontrar el amor. Esa mezcla de emociones que le fue negada por largo tiempo la encontró en el amigo de toda su vida. Aquel chico de delgada figura, de mirada intensa y labios preciosos;  éste poseía las sensual y atractiva personalidad y, no sólo eso pues además era brillante, hermoso en muchos sentidos.

Luego de muchas bromas pesadas y enfrentamientos por tonterías, de pasar cosas que con nadie más habrían vivido, se enamoró de una manera dulce y apasionada de ese que había sido su compañero de juegos y apasionado rival de deportes. Debido a su amistad decidió ocultar sus verdaderos sentimientos, no valía la pena perderlo; siendo  su amigo podía  procurar su felicidad de una manera u otra.

Todo marchaba bien hasta que un terrible día Yo-ka llegó con la devastadora noticia, el pelinegro había formalizado su relación con una chica de su propia clase. ¿Cómo demonios no se dio cuenta de lo que sucedía?  Su amor y dedicación por el otro le habían impedido ver más allá de él, lo que había alrededor de ambos.
Fue el inicio de todo, en aquellos primeros días sólo fue incomodo tener que soportar la presencia de la hermosa castaña –no se atrevió en su momento a negar la belleza física de ésta-, que les siguió a todas partes. Dónde antes dos miraban el atardecer después fueron tres y paulatinamente lo excluyeron de una a una de las actividades de después de clases.

Imposible fue hablar con Yo-ka luego de la universidad pues ni siquiera en ésta pudo acercarse para tener un momento a solas. Le pareció lógico que esto sucediera -lo tuvo claro-, para cualquiera su pareja se volvería más importante que cualquier otra cosa o persona y eso pasó: Kei dejó de ser tan importante para el pelinegro.
Quiso culpar a sus celos, pero algo le decía que aquella relación no era normal. El pelinegro se veía decaído cuando no contaba de la presencia de su novia, situación que se invertía al verla; parecía un esclavo sin pensamientos, el cual hablaba, comía y respiraba sólo si esa mujer lo indicaba. Pensó que tal vez eran figuraciones suyas, porque le era inevitable sentirse morir al ver como el ser amado se alejaba a pasos agigantados de su lado. Se le desgarraba el alma al no poder hacer lo que antes, cuando ambos gozaban de la soltería. Añoraba el simple hecho de abrazarlo para oler su perfume con el pretexto de molestarlo.

De ahí en adelante sólo recibió las despectivas miradas de la novia aquella, las cuales se volvieron más constantes con el pasar de los días. No dio importancia al trato que le daba, le tenía sin cuidado alguno lo que ella pensara de él. El caso de Yo-ka era distinto, la indiferencia de éste le tuvo envuelto en dolor, ansiedad y frustración. Le amaba, tanto como para dar todo con tal de verlo feliz, como para aguantar la sensación de mil espinas clavadas en su corazón.

Justo por ello, resolvió no ser más una molestia para la pareja en cuestión. Dejó de buscar al chico de piel de nieve, a penas si lo veía en las aulas que compartían. Lo más punzante del proceso fue, darse cuenta que al hombre añorado le dio igual su presencia o la ausencia de ésta. Kei no paró en ninguno de esos días de sentir que había hecho lo correcto, además de recriminarse lo idiota que fue al esperar una reacción contraria.

Así como un día fue excluido de todo, así un día vio llegar a un pelinegro devastado con los ojos hinchados y tan rojos que era evidente había llorado por largo tiempo. A su apariencia normalmente desalineada se sumaron, unas ojeras impresionantes, una mirada perdida y una lenta y pesada respiración.

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