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El amor es un encuentro de almas, un refugio donde la vulnerabilidad se convierte en fuerza. Es la chispa que enciende la creación y el espejo que revela nuestra esencia. En cada susurro compartido y cada lágrima derramada, encontramos autenticidad. Amar es entregarse sin miedo, celebrar la belleza del otro y crecer juntos en la tormenta y en la calma.
Este era el concepto del amor que habitaba la mente de Minho, concepto que nunca lograba comprender del todo. Se preguntaba si tal idea podía realmente abarcar el profundo significado que una palabra tan grandiosa merecía. Sin embargo, se encontraba impotente ante su propia inexperiencia, ya que jamás había tenido el privilegio de sentir esas mariposas danzantes en su estómago, ese instante mágico que tantos describían como único e inolvidable.
Mientras trataba de ordenar sus pensamientos, la luz tenue del atardecer se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación de un suave tono dorado, sentado en su escritorio rodeado de libros desordenados y hojas llenas de garabatos, sus dedos danzaban sobre las teclas de la máquina de escribir, haciéndolas resonar con un ritmo casi musical, buscando las palabras adecuadas para dar vida a su novela.
Sin embargo había algo que lo atormentaba: ¿cómo podría plasmar en un libro la esencia del amor si nunca había tenido el privilegio de experimentarlo? La frustración lo envolvía, especialmente al sentir la presión de la editorial familiar, que insistía en que al menos debía completar la mitad de su obra.
Unos suaves toques en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento. Con un susurro, Minho invitó a entrar a quien aguardaba al otro lado.
—Minho, llevamos dos meses de retraso con tu libro. ¿Qué sucede? ¿Te encuentras bloqueado? —preguntó Oswald con una ligera inquietud.
—Compréndeme, padre, es complicado para mí escribir sobre un tema en el que soy completamente inexperto —admitió, dejando escapar un suspiro de frustración mientras su mirada se posaba en el cesto de basura repleto de papeles con historias absurdas.
—Si anhelas conocer el amor, sal a la calle y busca a alguien que despierte en ti la inspiración necesaria para escribir.
—Pero estamos en Verona; cada historia de amor aquí parece condenada a un desenlace trágico. Es la maldición de Shakespeare.
Oswald rodó los ojos, convencido de que su hijo se encontraba atrapado en un laberinto sin salida.
—Escucha, te concederé un mes más para que completes el libro. No me importa si decides escribir en casa o te alejas a un lugar remoto; la editorial no puede esperar eternamente por ti.
Con esas palabras, Oswald abandonó la habitación, dejando a Minho aún más agobiado. Sus ideas estaban agotadas, y no sabía cómo liberarse del bloqueo creativo que lo mantenía prisionero.
