1. Aquella Habitación

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Las personas que me rodean me han dicho siempre que soy una chica atractiva, dicen que mi cabello de color blanco me hace especial, que el gris de mis ojos tiene personalidad, y que mi piel, "suave" como una pieza de cerámica, me atribuye belleza.

Pero aún con todas estas características, halagos o lo que sea, me siento… ordinaria.

Cuando camino por las calles de Capital, miro a mi alrededor y todo lo que veo es hormigón y cristal, como si cada superficie estuviera diseñada para mostrarme mi propio reflejo. Una ciudad donde más que sentirse un hogar, para mi se siente como un laberinto de espejos que se burla de mi con cada paso.

Así es Capital, mi hogar. Para mí es inevitable pensar en sus imponentes edificios cada vez que salgo de casa, como éstos proyectan frías sombras sobre las calles, sin importar lo cuan caluroso del día.

El paisaje urbano que se crea, un horizonte monótono y austero. Las calles anchas, rectas e impecables están bordeadas por edificios de aspecto robusto y funcional, pocos adornos y con predominio en colores sobrios, sin mencionar que la gran mayoría optan por dejar un acabado con el grisáceo color del concreto, algo que contrasta con la gran cantidad de interiores con un aspecto calido y minimalista.

Junto transmite una sensación de orden y uniformidad, como si cada estructura estuviera diseñada para servir a un propósito práctico en esta gran maquinaria social.

Pero no se diga de los numerosos dueños que últimamente optan por instalar jardines frente a las aceras de sus edificios, lo cual llena las calles de una aparente vida, creo que Capital no está tan mal después de todo.

Aún asi me atormenta pensar en las razones detrás del muro que nos separa de los siete sectores periféricos. ¿Por qué nuestro gobierno aún nos mantiene encerrados? Y lo peor es que a nadie parece importarle. Aquí, en Capital, todos viven en una burbuja, disfrutando de una vida cómoda, "libre", y sin preocupaciones. O al menos eso parece, lo que todo el mundo querría.

Deteniéndome a pensar, recordé haber escuchado historias sobre bestias que deambulan libremente por el desierto de Zyan, un páramo del que solo sabemos de su existencia por las constantes tormentas de arena que suelen azotar a Capital. Tal vez sea por eso que nos tienen dentro de estos muros, para protegernos, ¿Verdad?

También se ha dicho que el gobierno de Capital trata a los habitantes de los sectores que tienen menores recursos económicos como prisioneros. Que solo les importa la mano de obra que ellos pueden realizar, así se benefician del trabajo de estos ciudadanos, pero nadie nunca lo ha comprobado, o visto, dejándonos con solo una aparente teoría conspirativa…

De regreso al mundo real, los rayos del sol matutino reflejaban su luz en el pavimento, iluminando la piel de mi amiga Vernell, una chica de diecisiete años, con cabello oscuro como el carbón. Hermosa, reservada y seria, ella es todo lo que yo envidio. En un buen sentido.

Mientras las dos paseábamos por la ciudad, una suave brisa mecía las hojas de los árboles cercanos, impregnando el aire con una fragancia fresca a hierba y tierra húmeda de los jardines artificiales que decoraban las aceras, un contraste notable con la arquitectura de los edificios, aunque juntas, parecieran armonizar.

Intentando no arruinar este momento, dejé de lado mis problemas, tratando de disfrutar nuestra salida juntas.

—Qué clima tan agradable, ¿No crees? —, suspiré, disfrutando la brisa fresca mientras sentía los rayos del sol en mí cabeza.

—Mmmm… Sí, es lindo, muy fresco —, respondió Vernell con ojos brillantes mientras observaba las hojas de las áreas verdes de la ciudad bailar con el viento.

—Vernell, ¿Ya desayunaste? —, pregunté, notando el rugir del estómago de mi amiga mientras caminábamos.

—No, aún no —, admitió Vernell con una sonrisa tímida.

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