CAPÍTULO SEIS: La plaza de la nostalgia

1 0 0
                                    

Lunes, dos de septiembre de 2024, 5:13 PM.
El grupo de jóvenes tomó su tiempo para lamentar la pérdida. Los minutos pasaron mientras los chicos sepultaban el cuerpo de Andrés en los terrenos adyacentes a la autopista, dejando finalmente una estaca de campamento con su gorra colocada en homenaje.
El resto del camino fué totalmente silencioso, para Mateo resultó desilusionante pensar que ese disparo pudo haber salvado una vida si se ejecutaba pocos milisegundos antes, pero Fernanda se anticipó y rompió el silencio.

Fernanda (Entre sollozos y por lo bajo): Gracias. Si no fuera por vos...

Mateo: No es nada, es mi deber. Estacioná despacito acá en este cordón, vamos a seguir la cuadra que nos queda a pie.

Luciano estaba todavía abombado por la situación de hace unas horas, sostenía con fuerza el collar de su madre, que su padre llevaba consigo para recordarla. Fernanda se lo entregó con la intención de darle a entender que de ahora en adelante, ya estaba preparado para formar su propio camino, pues el chico seguía con devoción la voluntad de su padre, para él, su palabra era ley.

Fernanda (Por lo bajo): Bajen con cuidado, estamos en medio de las calles de Verón, si está tan vacío ahora es porque no se enteraron que estamos acá.

Mateo (Por lo bajo): Hay mucho silencio, una caja que pateamos y chau. Esas mierdas, cuando quieren, corren.

La camioneta estaba estacionada en frente de una plaza, casi totalmente vacía salvo por unos pocos cadáveres cubiertos de cuervos en mitad de su merienda, vaya Dios a saber si eran cuervos zombis o no.
El grupo tenía que rodear la plaza completa hasta llegar a la esquina en diagonal a su parada, de ahí caminar dos cuadras al fondo donde la comisaría esperaba, quizás un tanto oculta, pero el resto del paisaje no la tapaba desde la autopista, entonces los jóvenes pudieron saber de antemano que aún estaba allí, al menos de pie.
Los tres mosqueteros avanzaron a paso lento e inquieto, mirando indiscriminadamente hacia todos lados con cada paso exageradamente suave que daban, estaban en la vereda de una plaza, en el centro de la estación, lo primeramente visible a por lo menos un kilómetro de distancia eran sus siluetas moviendose con miedo.
Al llegar a la esquina más cercana apareció el primero, un viejo medio podrido, aparentaba unos ciento cincuenta años, por lo menos. El muerto carecía de ojos, entonces, a pesar de estar a no más de treinta metros y frente a frente, no se había percatado de la presencia de carne fresca. Pese a la incomodidad de tener un mordedor en frente que parecía estar mirandolos fijo de la forma más tétrica posible, con esas cuencas vacías que dejaban ver casi nulamente la podredumbre en su interior, los supervivientes avanzaron, doblando la esquina y a unos ochenta metros de la esquina noreste de la plaza.
La caminata siguió en silencio, acompañada por los ruidos inquietantes que soltaba el errante ciego. Luciano, tensionado por el ambiente, empezó a apurar el paso, desesperando al oficial que, en sus intentos de tranquilizarlo, apoyó suavemente la mano en su espalda, pero esto solo hizo que se sobresalte fuertemente. Un saltito de pánico resonó con sutileza, no era tan fuerte como para atraer a nadie... ¿o sí?
Sí, lo era.

El viejo momificado rugió con una dificultad cómica pero aterradora, poniendole los pelos de punta a los tres jóvenes que tanto esfuerzo habían dejado en el intento de hacer silencio. Apurando levemente el paso para salir de la cercanía del errante tan ruidoso, los chicos se asustaron cuando Fernanda se frenó de golpe, cortando todo el apuro con una cara de pánico totalmente transparente.
Llegaron finalmente a la esquina de la plaza, pero cruzando la calle, justo en frente estaba la imagen que ella tanto temía encontrar. Un auto de policía estrellado desastrozamente contra un poste de luz, con un cuerpo colgando por la ventana. la cabeza y el brazo sobresalían del todo, no era un oficial de policía, sus ropas denotaban una vestimenta criminal ¿un asaltante de barrio que robó un auto de policía para escapar del penal, tal vez? El resto del brazo que no estaba desquiciadamente comido por muertos dejaba ver un tatuaje, uno familiar para dos de tres personas en el grupo.
Luís Lorenzo Granados del Campo yacía muerto en aquel vehículo, su cara brutalmente mordisqueada se levantó suavemente al compás de los sollozos de su hermana, que, olvidando por completo el objetivo de ir silenciosamente, rompió en llanto al ver la expresión tan hostil en su rostro.
Mateo pensó lo que pensaría cualquiera: "¿Otra vez?", el puño de Lorenzo se aflojaba tornandose una mano abierta, dejando caer un metal cuadrado al suelo al mismo tiempo que se extendía para intentar llegar a la cara de su hermana. Fernanda lloraba en silencio desconsolado, dejandose caer sobre sus rodillas mientras cubría su rostro entre sus manos.
Mateo, en un arranque de ira, tumbó al ciego de una patada sólida, al son de sus gruñidos y rugidos secos debido a las cuerdas vocales totalmente destrozadas, una vez en el suelo, acabó su vida rápidamente aplastando lo que quedaba del cráneo con su bota, cuya base era semi-metálica. Luego de tomar aire y calmarse por unos breves instantes, tomó la palabra.

Mateo: Fer... me duele en el alma, en serio, pero si no apuramos el paso... no vamos a salir de esta, ya llegamos muy lejos como para-

Luciano apoya su mano en el hombro de Mateo, cerrando los ojos y tras un suspiro, explicó: "Hasta acá llegamos. Vinimos para esto, lo mejor va a ser volver... en cualquier momento arranca a anochecer y... - A mitad de su discurso, la voz comienza a quebrarse mientras observa a sus hermanos - y no quiero... no voy a perderla a ella ¿me entendés?". Mateo asintió, con un gesto de aceptación y desilusión en su rostro.

Mateo: Yo voy... voy para la comisaría, queda acá a dos cuadras. Ustedes vayan yendo para casa, capaz los alcance mas tarde.

Fernanda agarró el pedazo de metal cuadrado del suelo, extrañada, enfocó la vista limpiandose las lágrimas para notar... era el encendedor, el mechero que ella le había regalado a Lorenzo cuando volvió de sus vacaciones en la costa. Él todavía lo guardaba, y está más que claro que lo sostuvo en sus últimos instantes para recordar a su familia.

El silencio invadió la cuadra. Ni un alma, ni viva ni muerta, se atrevió a interrumpir aquel momento, Fernanda simplemente cerró los ojos, mientras los dos chicos se quedaban observando los alrededores en su posición estática, esperando a que la muchacha se decida por ponerse de pie, y así, después de una travesía llena de drama, separar por fin sus caminos.

Necrofobia: La ciudad de los errantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora