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Cuando llegó al mundo era de noche.
Una muy silenciosa y quieta, con una enorme luna brillando alto en el cielo.
Había un claro despejado que estaba bien iluminado por el espacio que dejaban los árboles esparcidos alrededor en ese bosque.
Pero su mirada fue de inmediato a la humana tendida en el suelo, la que apenas respiraba.
Un charco de sangre la rodeaba y comenzaba a hacerse más y más grande tiñendo esas ropas rotas de las que apenas podía distinguir su verdadero color porque la mayoría de la tela brillaba con el intenso color carmesí.
Esa noche iluminada por la luna fue su nacimiento… y la primera vez que sintió alguna emoción.
Protégelo.
Los ojos de esa humana se encontraron con los suyos; desesperación pura, rabia, impotencia y una promesa de venganza, eso transmitían esos orbes antes de que la luz en ellos se apagara y solo fueran dos pozos oscuros carentes de vida.
Nadie le había dicho nada, pero ya sabía el propósito por el que había nacido en ese mundo.
Sus párpados se cerraron, todos sus sentidos se enfocaron en buscarlo.
El bebé humano al que estaba atado.
El que lloraba triste sin saber que era lo que estaba pasando pero sin reconocer los brazos del hombre que lo cargaba. Lo sabía. Su mente estaba en esa infantil cabeza de pensamientos tan simples y distorsionados, podía sentir esa tristeza y desesperación del infante por volver a los brazos que conocía y lo arrullaban.
Y solo así, abrió los ojos y estaba caminando al lado de ese caballo azabache que era montado por un corpulento hombre de ropas finas pero manchadas de sangre, el aroma ferroso que bañaba sus sentidos debía de provenir de esa espada que descansaba en el costado de la cintura del humano.
Nadie se percató de su presencia ahí, solo los caballos que se detuvieron por un momento tan breve que los humanos ni siquiera lo notaron. Pero nada de eso le importaba.
Él quería saber la razón por la cual había sido creado.
El bebé humano que aún lloraba mientras era sostenido con un brazo por el hombre de aspecto serio.
Estaba tan curioso por ver la razón por la que había llegado a ese mundo.
Era…
…feo.
Rojo por el incesante llanto, con mejillas mojadas por la lágrimas y llenas de tierra y esa voz tan aguda que comenzó a irritar sus oídos.
Silencio.
Una mirada húmeda y confundida lo encontró. El bebé humano lo miraba con ojos tan oscuros como los de la humana que vio antes.
— Al fin guardo silencio — gruñó el hombre que cargaba al pequeño humano.