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El reloj de la cocina marcaba casi las seis de la tarde, y una sombra inusual se proyectaba sobre la encimera. Yuichiro, con el delantal a rayas y una cuchara de madera en la mano, observaba un pequeño frasco de especias como si fuera un artefacto extraterrestre. Una neblina de harina flotaba en el aire, y el aroma de las especias se mezclaba con el incienso de la cena inminente.

Yuichiro estaba de pie junto a él, su rostro pálido y sus ojos fijos en el frasco con la misma intensidad con que uno observa una película de terror.

— ¿Yui? —preguntó muichiro, intentando sonar casual mientras intentaba abrir el frasco con una mano, mientras la otra estaba ocupada en una difícil operación con un cuchillo de cocina.

Yui no respondió de inmediato. Sus dedos temblaban ligeramente, y sus movimientos eran tan erráticos como si estuviera bailando con un par de marionetas enredadas.

— No puedo hacerlo, Yuichiro —dijo finalmente Yui, su voz era un susurro entrecortado. Miró el frasco con una mezcla de horror y fascinación. — No puedo tocar eso... ¿Qué tal si algo explota?

Yuichiro levantó una ceja, bajando el frasco con cuidado. — Yui, no va a explotar. Solo son especias. ¿Recuerdas el año pasado cuando te dijimos que el ajo en polvo no era polvo mágico?

— ¡Eso fue diferente! —protestó Yui, sacudiendo la cabeza con firmeza—. ¡Esas especias parecen sacadas de un hechizo antiguo! ¡El frasco parece estar esperando a invocar una maldición!

Un ruido en la puerta de la cocina hizo que ambos se giraran. La abuela, con su vestido floreado y un aire de autoridad que no conocía rival, entró con un brillo en los ojos.

— ¿Ya terminaron? —preguntó con una sonrisa expectante mientras se dirigía a la encimera, donde el caos reinaba.

Yui se puso aún más pálido al ver a su abuela. Sin pensarlo, le echó la culpa a Yuichiro. — ¡No! ¡muichiro no me dejó hacer nada! ¡Me dijo que las especias eran peligrosas!

Mui, que acababa de empezar a mezclar los ingredientes con una habilidad impecable, levantó la vista con una sonrisa traviesa. — Oh, claro. Yui estaba tan ocupada temiendo a las especias que no tuvo tiempo para hacer nada.

La abuela miró a Yui con una mezcla de diversión y comprensión. — No te preocupes, cariño. Todos hemos tenido nuestro momento de miedo en la cocina. La próxima vez, solo recuerda que las especias son menos aterradoras de lo que parecen.

Yuichiro se inclinó hacia Yui con una sonrisa burlona. — Pero sí, te diré un secreto: la verdadera amenaza en la cocina es no seguir las instrucciones. Y, por cierto, el tenedor se ve muy peligroso también.

Yui lo miró con una expresión de incredulidad y alivio mientras la abuela se dirigía a la estufa para echar una mano.

Después de unos minutos. Yuichiro, aunque algo tembloroso, decidió finalmente acercarse para ayudar a su hermano. Con mucha cautela, extendió la mano hacia la sartén caliente, y al instante se escuchó un fuerte silbido seguido de un grito.

—¡Les dije que estaba maldita, esto quema! —exclamó Yui, sacudiendo su mano herida y mirando a muichiro con una mezcla de dolor y frustración.

La abuela, en lugar de intervenir inmediatamente, le lanzó una mirada significativa antes de dirigirse hacia el botiquín. Con la calma que la caracterizaba, sacó una pomada y se la tendió a Yui.

—Ven, cariño, ponte esto. Pero después de eso, quiero que vayas a dejar los papeles de la escuela —dijo en tono serio—. Los tuyos y los de Mui. Es hora de que enfrentes esa situación.

Yui suspiró pesadamente, sin poder replicar. Tomó los documentos y, aunque aún adolorido, se despidió con un ligero resoplido. Salió de la casa y comenzó a caminar hacia la oficina de orientación escolar.

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El aire fresco del pueblo contrastaba con el bullicio que solía experimentar en Tokio, y aunque el silencio era reconfortante, Yui no dejaba de sentirse atrapado. Cuando llegó a la oficina de orientación, dejó los papeles, pero en lugar de regresar inmediatamente, decidió dar una vuelta por el edificio.

Los recuerdos  lo inundaron: las peleas con Mui, las discusiones interminables con sus abuelos. Todo por su deseo de estudiar en Tokio.

Cuando regresó a casa esa tarde, la tensión seguía colgando en el aire. Yui y Mui habían evitado hablar del tema durante semanas, pero esa noche no pudieron escapar de la conversación. En medio de la cena, cuando todos se levantaban de la mesa, Mui lo confrontó directamente.

—Yui, no podemos seguir así —dijo, su tono más firme de lo habitual. Sus ojos lo miraban con una mezcla de frustración y preocupación—. No podemos ir a Tokio todos los días y pagar esa escuela. No es sostenible.

—¡No quiero estudiar aquí! ¡Ya te lo dije! —gritó Yui, su voz quebrándose mientras las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos—. ¡Todo lo que quiero está en Tokio! Mis sueños, mi futuro…

Mui, que rara vez se dejaba llevar por las emociones, levantó la voz también, algo completamente fuera de lugar para él.

—¡No podemos darte todo lo que quieres! ¡No es justo para nadie! ¡Yo también quiero cosas, pero tenemos que ser realistas, Yui! —dijo, su voz resonando en la pequeña cocina.

El silencio cayó de repente sobre la casa. Los abuelos, que habían permanecido callados durante toda la conversación, no intervinieron. Sabían que este era un momento que los dos hermanos tenían que resolver por su cuenta.

Yui rompió a llorar. Las lágrimas caían pesadamente sobre sus mejillas mientras su cuerpo se estremecía. El dolor que sentía no era solo por sus estudios, sino por la sensación de estar atrapado entre sus deseos y la realidad de su situación.

Mui, al ver a su hermano en ese estado, sintió un nudo en el estómago. Se acercó a él, suavizando su expresión, y le puso una mano en el hombro.

—Yui... puedes estudiar aquí, el bachillerato —dijo en voz baja, buscando consolarlo—. Y después, puedes ir a la universidad en Tokio. Solo... espera un poco más, ¿sí? Por favor. Podemos hacerlo funcionar.

Yui, aún con lágrimas en los ojos, asintió levemente, sintiendo que, por primera vez, había una solución a sus problemas. Las palabras de Mui lo tranquilizaron, aunque todavía sentía la lucha interna por sus deseos.




Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos cuando, desde la distancia, vio a Genya caminando por la calle. No estaba solo. A su lado, una chica hablaba animadamente, pero Genya parecía incómodo, como si quisiera estar en cualquier otro lugar.

Yui parpadeó, olvidando por un momento sus propias emociones. "¿Qué estará pasando?", pensó, observando la expresión rígida de Genya.

Pero no le dio importancia después de todo no es su problema.

Cuando la marea sube | GenmuiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora