Nosotras también matamos, además más y mejor

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31 de octubre de 2000

Hora: 03:00 am

Caminaba lentamente dentro de la casa oscura. Afuera, el cielo se desgarraba con cada relámpago, mientras adentro el frío infernal calaba hasta los huesos. Ascendí las escaleras, cada paso resonando en la madera crujiente. A mitad de camino, un trueno iluminó brevemente el espacio, y me detuve. Giré sobre mis pies, mirando la puerta de entrada. Una sonrisa amarga cruzó mis labios, y terminé de subir.

Abrí la puerta de su habitación con cuidado, evitando que rechinara. Ahí estaba él, el dueño de mis desgracias. Me acerqué lentamente, controlando cada movimiento para no hacer ruido. Cuando estuve frente a él, saqué el cuchillo que llevaba escondido detrás de mi espalda. Lo levanté, decidida, pero entonces sus ojos se abrieron, primero con sorpresa, luego con furia. Se lanzó sobre mí, tratando de desarmarme.

Su fuerza era abrumadora, la misma que me había mantenido en silencio durante años. Pero ya no podía soportarlo más. Mientras forcejeamos, caímos al suelo. Sentí el golpe de mi cuerpo contra la dura madera, y él se colocó encima de mí, listo para repetir el castigo diario.

"Ya no más," pensé con desesperación.

Como pude, lo mordí, logrando liberarme parcialmente. Me arrastré hacía el cuchillo, que había quedado a unos metros, y lo tomé entre mis manos temblorosas. Sin pensarlo, lo blandí con todas mis fuerzas. Sus gritos desgarradores resonaron en la habitación, pero para mí eran música. Su dolor, su sufrimiento, era una justa retribución.

Me levanté del piso y me lancé contra él, aprovechando su distracción. Lo apuñalé una y otra vez, sintiendo su sangre tibia empapando mis manos, mi rostro, incluso colándose en mis labios. El sabor metálico me revolvió el estómago, pero no me detuve. No paré hasta que no pude más.

Cansada, me levanté y vi mi reflejo en el espejo. Ahí estaba yo, a los veinticinco años, recién viuda y vestida de blanco. Mi cabello negro, suelto y desordenado, cubría gran parte de mi rostro, pero lo poco que dejaba ver era una mueca ensangrentada. Y entonces, ocurrió lo inimaginable: sonreí.

"Al fin era libre."


25 de octubre de 2023

Hora 03:00 pm

Anna Smith

Apenas llegamos al nuevo vecindario, una sensación de alivio y logro me invadió. Finalmente, después de tanto esfuerzo, teníamos nuestra propia casa en un barrio decente y a un precio increíblemente bajo. Bajé del coche emocionada.

—Sigo pensando que este lugar es raro. Al entrar, se siente un escalofrío —comentó mi esposo, siempre tan suspicaz.

—Y yo te dije que no creo en esas cosas. Este es nuestro hogar. Mejor bajemos las cosas.

Comenzamos a descargar nuestras pertenencias, pero al abrir la puerta de la casa, un hedor putrefacto nos golpeó con fuerza, haciéndonos retroceder.

—¿Qué demonios es ese olor? —exclamó, visiblemente molesto.

—No lo sé. Será mejor llamar a la agente de bienes raíces. Dejemos las ventanas abiertas mientras tanto.

Él se negó a seguir descargando con ese olor presente, así que llamé a la señorita Lincoln. Al cabo de un rato, llegó con unos hombres de traje azul que ingresaron con máscaras en el rostro. Salieron casi tres horas después.

—¿Y bien? —pregunté impaciente.

—Solo era una tubería dañada que provocaba el mal olor. Ya todo está arreglado.

Sombras de AnnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora