La hija de la luna

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Ahí estaba ella, blanca como la nieve, bajo el brillo de su madre, la luna, su hombro ligeramente descubierto y su cabeza inclinada, admirando el reflejo de la luna en el lago. Caminé a través de los árboles solo para contemplar su belleza: su cabello ondulado cayendo sobre su espalda, el viento moviéndolo ligeramente.

Había escuchado la leyenda antes, pero nunca imaginé que fuera cierta aquella vieja historia infantil. Mi abuela solía decirme que esa chica había nacido un lunes y que, por ello, la luna siempre estuvo de su lado. La admiraba cada vez que tenía oportunidad y hablaba con ella sobre todo y sobre nada, le contaba sus problemas y preocupaciones. Según la leyenda, a sus 17 años de edad, la chica enfrentaba problemas del corazón, pero no físicos. Ojalá hubieran sido físicos.

Las abuelas dicen que una noche de luna llena, salió a su balcón y, llorando, le suplicó a la luna que le devolviera a su amado, ignorando toda advertencia de su abuela sobre no pedirle cosas a la luna. Desesperada, le pidió consejo y le dijo:

—Luna bella, tú que me escuchaste en mis pesares, tú que sabes que te admiro desde pequeña, tú que iluminas mis noches, tú que me escuchaste cuando suplicaba por un enamorado, tú que, junto con mi amigo el mar, me lo diste a él y ahora que ha llegado el momento de pagar, como no tengo riqueza alguna que darte, lo estás alejando de mí. Por favor, apiádate de mí, no tengo nada más que mi devoción para entregarte, por favor, no te lo lleves.

Pero, por más que suplicaba, la luna, celosa, veía la admiración que la joven sentía por el chico, por lo que se ocultó entre las nubes e hizo caso omiso a sus súplicas.

La joven, en un acto de desesperación, continuó deseando, hablando y suplicando. La luna volvió a salir sobre el mar, que comenzó a agitarse poco a poco y decidió hablar:

—La luna y yo te dimos el amor que tanto deseabas. Yo te lo di y yo te lo quitaré —la marea no paraba de subir ante las palabras del mar.

—Y yo, que no tengo con qué tomar mi pago más que con el joven, no puedo hacer más por ti. Pero tú no quieres entenderlo. Me cansé de tus lloriqueos, por lo cual he decidido que me pagaré enseñándote a callar y a no llorar por el resto de la eternidad.

Y con la sentencia de la luna, la joven cayó al piso, su cuerpo temblando, su piel tornándose aún más blanca y su cabello comenzando a oscurecerse como la noche.

En el pueblo dicen que el mar tomó su cuerpo y que ella solo vuelve de entre las aguas las noches de luna llena.

Camino hasta ella y no hay más que silencio, demasiado. Ella se sienta a ver el reflejo de la luna en la laguna y yo me siento a su lado. Ella, espantada, se aleja de mí y puedo ver el miedo en su bello rostro. ¿Cómo es que una mujer tan bella terminó sufriendo por amor? Me acerco a la chica y ella se aleja aún más.

—Solo quiero ayudarte, yo sé cómo liberarte —susurro y ella me mira impactada con aquellos ojos grises. Se acerca un poco a mí y yo sonrío—. Eres la hija de la luna, conozco tu historia, todos la sabemos —le digo y ella se acerca a mí con curiosidad.

Me acerco a ella y le doy un abrazo, el más fuerte que puedo. No tengo miedo, no puedo tenerlo. Ella sonríe y me devuelve el abrazo, pero la luna, que todo lo ve, nos observó y decidió hablar:

—Oh, pequeño nacido el día de Venus, aún te recuerdo. El día en que naciste había luna menguante. Debería castigarte por querer ayudar a esa pobre alma en desgracia, pero le perteneces a Venus, no a mí, así que no puedo hacerte nada.

—¿Hay alguna manera de liberarla? —pregunto viendo a aquella chica con la cabeza baja.

—Aunque quisiera, no puedo. Ella está pagando el costo de sus deseos, no tiene más con qué pagarme que con su devoción.

—¿Ella nunca podrá ser libre? —pregunto tratando de engañar a la hermosa luna.

—La persona que podía liberarla ya murió hace décadas, no hay nada que hacer por esa pobre alma desdichada. Está condenada a vivir así el resto de la eternidad.

Las palabras de la luna resuenan en mi cabeza. La chica mira hacia abajo y coloca su mano en el mar. Al sacarla, tiene un dije en ella. Extiende su mano y lo coloca en la mía. Con una ligera sonrisa, asiente con la cabeza, comienza a adentrarse en el mar y desaparece poco a poco, dejando destellos de luz a su paso mientras la espuma la consume.

Decidí volver a casa y, ya en ella, veo aquel viejo dije. Al abrirlo, me encuentro con una foto de la chica con un joven. En el rostro de ella, puede verse vida; sus ojos cafés y su cabello un poco más claro. Era increíblemente hermosa. Se puede ver el amor que destila hacia el joven, pero, por otra parte, el joven, también de increíble atractivo, no parece quererla de la misma manera.

En ese momento entendí que la luna y el mar no la estaban castigando, la estaban protegiendo de aquello que ella más quería. Y mientras miraba la luna y aquel viejo dije, entendí que la historia estaba mal: la luna y el mar nunca castigaron a la joven, la joven pidió a la luna que se la llevara y, a cambio, la luna pidió su devoción, mientras que el mar cumplio su petición.

La hija de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora