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Desde que Saga y Kanon habían decidido aceptar sus sentimientos, la relación entre ambos se había vuelto más cercana, intensa y llena de emociones que jamás habían experimentado antes. Sin embargo, como con todo lo valioso, también venían desafíos.

Saga, conocido por su fría fachada y su reputación intachable como Santo de Oro, siempre había sido cuidadoso con las apariencias. La presión de su posición y la sombra de su pasado lo mantenían en constante alerta. Aunque amaba a Kanon profundamente, había algo que lo atormentaba: el miedo de que su relación se descubriera. ¿Qué pensarían los otros Santos? ¿Cómo afectaría esto su ya fracturada imagen dentro del Santuario?

A pesar de compartir momentos de gran intimidad en la privacidad del Templo de Géminis, Saga evitaba a Kanon cuando estaban en público. Si los otros Santos estaban cerca, apenas intercambiaban palabras, y cuando lo hacían, era con una formalidad distante, como si nada hubiera cambiado entre ellos.

Kanon, al principio, trató de entender las razones de su hermano. Sabía que Saga cargaba con un gran peso, y que siempre había sido más reservado. Pero con el tiempo, la indiferencia pública de Saga comenzó a dolerle. Se sentía ignorado, como si su relación fuera un secreto vergonzoso que debía esconderse a toda costa. Cada vez que intentaba acercarse a Saga en público, recibía una mirada fría, y eso lo hería más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Una tarde, después de un entrenamiento con los otros Santos, Kanon decidió enfrentar a Saga. Había soportado demasiado, y su corazón ya no podía con la carga de ser ignorado. Lo encontró solo en su templo, con la mirada perdida en los símbolos gemelos que decoraban las paredes.

—Saga, tenemos que hablar —dijo Kanon, su voz tensa.

Saga levantó la vista, sorprendido por la severidad en el tono de su hermano.

—¿Qué ocurre, Kanon? —preguntó, intentando mantener la calma.

—No puedes seguir ignorándome cuando estamos con los demás. No es justo para mí, y tampoco lo es para nosotros —Kanon hizo una pausa, su frustración y tristeza reflejándose en sus ojos—. Me haces sentir como si nuestra relación fuera algo de lo que deberías avergonzarte.

Las palabras de Kanon cayeron sobre Saga como un golpe. Sabía que su comportamiento estaba afectando a su hermano, pero escuchar esas palabras en voz alta lo hizo sentir aún peor.

—Kanon… —comenzó Saga, buscando las palabras correctas—. No es que me avergüence de ti, nunca podría. Es solo que… tengo miedo. Miedo de lo que los demás puedan pensar, de que nos juzguen, de que no comprendan lo que tenemos.

Kanon lo miró, con una mezcla de dolor y comprensión.

—Entiendo que tengas miedo, Saga. Pero si de verdad me amas, si de verdad crees en lo que tenemos, entonces no deberíamos ocultarlo. No quiero ser solo alguien a quien amas en secreto, quiero que seamos libres para ser quienes somos, juntos, sin importar lo que los demás piensen.

Saga bajó la mirada, sintiendo la culpa y la vergüenza por haber lastimado a Kanon de esa manera. Era un hombre poderoso, capaz de enfrentarse a los enemigos más formidables, pero cuando se trataba de sus propios sentimientos, se sentía vulnerable, temeroso.

—Tienes razón, Kanon —dijo finalmente, con una voz apenas audible—. No puedo seguir viviendo con miedo. No es justo para ti, ni para nosotros. Prometo que cambiaré, que dejaré de ocultar lo que siento. Ya no quiero que te sientas ignorado, porque eres lo más importante para mí.

Kanon sintió un alivio que lo abrumó. Se acercó a Saga, y con una ternura que solo compartían en los momentos más íntimos, lo abrazó. Sintió cómo Saga se relajaba en sus brazos, dejando ir el peso del temor que había estado cargando.

—No tienes que hacerlo solo, Saga. Estoy contigo, siempre. Pase lo que pase, enfrentaremos esto juntos —le susurró Kanon al oído.

Saga asintió, sintiendo por primera vez en mucho tiempo una paz que lo llenaba por completo. Sabía que el camino no sería fácil, pero con Kanon a su lado, estaba dispuesto a enfrentar lo que fuera.

Desde ese día, aunque no proclamaron abiertamente su relación, Saga dejó de ignorar a Kanon en público. Comenzó a tratarlo con la misma calidez y respeto que siempre había sentido por él, sin importarle lo que los demás pudieran pensar. El cambio no pasó desapercibido para los otros Santos, pero con el tiempo, todos comprendieron que lo que unía a los gemelos de Géminis era un lazo que iba más allá de lo ordinario, algo que solo aquellos dos podían entender y proteger.

Y así, Saga y Kanon encontraron un nuevo equilibrio, uno donde el amor que compartían no tenía que esconderse en las sombras, sino que brillaba con la misma intensidad que las estrellas sobre el Santuario.

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