ÚLTIMO VIAJE

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Sabía que sucedería, así suceden las tragedias, todos los elementos, la receta completa. Y, aun así, sabiéndolo, no podía evitarlo, no podía ni siquiera hablar. Me abroche el cinturón mientras observaba el velocímetro, enrome en el centro del tablero. Detras del asiento del conductor, me encontraba solo, parecía ver y ser parte en una película, sentía la vibración de la maquina esforzándose a su máximo. Podía observarlo todo, incluso a mí mismo, como si se tratara de una cámara en tercera persona, por momentos no estaba ahí, pero, aunque la sensación no era del todo real, ahí estaba. Sentí un abrazo helado que me devolvió a este mundo, no había nadie a mi lado, pero de todas formas sabía que él también, ahí estaba, esperando por los tres. Gire mi cabeza y lo mire directo, al vacío. Estoy seguro de que él también me miro. Su rostro se mantuvo frio como el mármol. Sin verlo entendí que ahí estaba. Esperando.

La autopista se transformó en una serie de haces de luces. Luces que pasaban como munición trazadora en la noche al lado de mi puerta. En un corto periodo de lucides pensé en ella. Las cosas que nos quedaban por hacer y los planes de viaje mochila al hombro hacia Jujuy. Tomé mi celular y le escribí, lo que pude.

-Amor no se que está pasando, pero algo va a pasar, te amo. -

Un sinsentido, imagine el desencanto de ella recibiendo ese mensaje. Hubiera escrito solo un "te amo" así ella sabría que en mis últimos momentos pensé en ella y no tuve miedo, pero no, que patético último mensaje. El terror aflora de esas palabras, sabría que morí cagandome en los pantalones, derrotado, vencido, no quería que me recuerde así.

De repente un shock de adrenalina se liberó en todo mi cuerpo, mis sentidos se agudizaron al máximo, la piel se erizo. Esto en serio estaba sucediendo, peligro de muerte. Me acomode en el asiento, agarre el cabezal de Marcos con fuerza y me acerque por entre medio de los asientos. Quise hablar, pero solo pude observar como sobrepasamos un coche violentando todas las leyes de la física, atravesamos una ranura mínima que se abría entre una camioneta y un coche. Martina puso sus dos manos sobre el tablero con fuerza pensando que eso valdría para protegerse, por mi parte casi escupo el estómago, entero. Hubo un estallido ensordecedor, el ruido de las bocinas se fue difuminando en el contexto, nos acompañaron furtivamente hasta desaparecer. No pude articular palabra, me paralicé justo cuando brotaba de mis poros el coraje para detener esta locura. Se neutralizo el impulso químico, mi última carta me valió para balbucear algo inentendible mientras la presión del cinturón de seguridad se hacía insostenible sobre mi pecho. Marcos reía, esa estúpida risa, se engañaba así mismo creyendo que todo se encontraba bajo control. Me vi impedido, apoyé la espalda contra el asiento y comencé a rezar. No era el personaje principal de esta historia, no estaba ahí para decidir que iba a suceder. Solo era un espectador. Quedaba el rencor, maldito imbécil de Marcos y su auto deportivo, maldito imbécil de mí que me subí al coche con él en este estado.

Abrí los ojos. Acostado sobre el pasto, boca arriba, la mente tiznada. Mirando el cielo negro y sus puntos brillantes, me acode al suelo y me levante un poco. Martina se encontraba sentada al lado mío, aparentaba mantener esa postura hacia un tiempo, solo pude pensar en como una piba así de inteligente podría soportar a un imbécil como Marcos.

-Martu, ¿qué onda? ¿Qué hacemos acá?

-Nos sacaron, estamos esperando que nos lleven, quédate tranquilo. - percibí el tono seco y cortante, siempre se portaba como una hermana mayor conmigo.

Note el disgusto en su rostro, la resignación, el sabor amargo del arrepentimiento. Entendí que no tenía ganas de mirarme. Me repuse, observé la ambulancia, los bomberos, la policía, toda esa gente trabajando.

- Y Marcos? -pregunté instintivamente y me encontré buscándolo en todas direcciones, del mismo modo que cuando salía de casa, una vez que cerraba la puerta de calle tenía que buscar frenéticamente mi billetera, aun sabiendo que hace escasos segundos la había guardado. Necesitaba buscarla una última vez, en todos los bolsillos y la mochila, rutina que detestaba, pero no podía dejar de repetir.

-Nada, esta del otro lado. - contesto al rato Martina. Esta vez había tristeza en el tono de su voz.

Me miraba desde el piso, sentada con sus Jeans clásicos azules desgastados, abrazándose las rodillas. Luego escondió la cabeza entre las piernas. Seguro pensaba que era responsable, después de todo fue su idea ir a esa fiesta en el auto de Marcos.

Di unos pasos, me acerqué al guardarraíl, el choque había sido un escándalo, un barullo y muy por encima, un desorden de metales enroscados que aparentaban una intricada escultura de alabastro. Vidrios se continuaban desparramando por el asfalto, una infinidad de pequeños cristales esperando su momento para refractar los haces de luz que proyectaban las patrullas. Sorprendía que todavía no haya algún reportero amarillista queriendo sacar tajada.

Encontré a los ambulancieros llevando una camilla plegable con una bolsa negra a unos cuantos metros. Sentí un cosquilleo en las cervicales, sudor frio que se volvió helado y cayó como un trueno sobre mi cadera. Se me vencieron las piernas.

-"¡Hey! ¡Paren!, es mi amigo". Salte el guardarraíl, corrí como pude, torpe, débil, mientras mi cerebro procesaba las palabras de Martina: "esta del otro lado", necesitaba verlo. Alcancé la camilla, -"¡Hey!" - volví a gritar, a nadie parecía importarle lo que me pasaba. La bolsa a medio cerrar, desprolijo, no tendrían que dejar a un pibe ver estas cosas, parte del torso y cabeza a la vista. Sentí cada musculo de mi cara dejarse vencer, mi mandíbula desencajada, ya era tarde para rezar, y aun así, ahí estaba.

por un segundo pensé que seguramente él se encontraba en mejor estado que yo, pacifico, con sus ojos cerrados, no podía entenderlo y sin embargo ahí estaba.

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