Mi madre no me creyó cuando le dije que no había roto su fotografía favorita, esa que colgaba en el salón desde antes de que yo naciera. Era una imagen en blanco y negro de sus padres, una reliquia familiar. Tampoco me creyó el día que todas las piezas de la vajilla de porcelana se hicieron añicos, como si un mazo invisible la hubiera golpeado con furia.
El día que la lámpara del salón apareció estampada sobre la mesa de cristal, recibí una paliza. Mi madre estaba enfurecida y sus gritos resonaron por toda la casa, mostrando su rabia e impotencia. Le juré que no había sido yo, ni sabía cómo había ocurrido. Lo negué una y otra vez pero sus ojos sólo reflejaron odio. Aquellos sucesos siempre ocurrieron cuando yo no estaba presente pero, aún así, mis padres nunca me creyeron.
Cuando cumplí la mayoría de edad, mi madre me dijo que ya no tenía obligación de darme cobijo, que debía irme de casa porque no soportaba mis poderes. La palabra "poderes" cayó en medio de su discurso como una losa. Pero esa palabra, pronunciada con esa mezcla de miedo y repugnancia, me hizo entender que lo que ocurría no era casualidad. Hasta entonces, consideraba aquellas manifestaciones como accidentes inexplicables. Fue entonces cuando comprendí que poseía una extraña fuerza en mi interior, algo oscuro y poderoso que estaba empezando a tomar forma.
Finalmente, descubrí que yo mismo, de forma involuntaria, había generado aquellos primeros sucesos de telequinesis. Mi ira desbordada, mis miedos y emociones fueron la respuesta a los maltratos sufridos desde mi niñez. Toda esa fuerza puso en marcha un poder que aún no entendía y no sabía canalizar. Con el tiempo, aprendí a ser consciente de mis actos y dominar esa energía.
Unos años más tarde, recibí la noticia de que mi padre había muerto. En ese momento, me encontraba fuera del país y no pude llegar a tiempo para asistir a su funeral. Mi padre había sido asesinado mientras dormía. Tenía un cuchillo de cocina clavado en el pecho, las sábanas estaban ensangrentadas y los muebles de la habitación se encontraban desordenados. Días después, mi madre fue acusada de su asesinato. Aunque no había testigos y se declaró inocente, las pruebas en su contra fueron abrumadoras.
Yo sabía que ella no lo había hecho, pero aún así, dejé que el proceso siguiera su curso. El odio y el resentimiento comenzaron a germinar dentro de mí. Me había echado de casa y culpado de todos aquellos sucesos inexplicables. Me había dado la espalda, precisamente, cuando más la necesitaba. Si yo había sufrido por razones que no comprendía, ahora ella sufriría por motivos que tampoco podría explicar. Desde la distancia manipulé los objetos necesarios para crear una escena del crimen incriminatoria. Ahí comenzó mi venganza.
Durante su estancia en la cárcel, los guardias hablaban en voz baja sobre los extraños sucesos que ocurrían en la celda de mi madre y los rumores pronto comenzaron a propagarse entre las reclusas. Al principio, se trataba de cosas pequeñas: objetos que se movían solos, susurros en la oscuridad y sombras que parecían danzar en las paredes. Cada noche me concentraba para que mi poder fluyera, infiltrándome en su mente, convenciéndola de que era culpable y que su destino estaba irremediablemente escrito.
Llegó un momento en el que mi madre se encontraba aterrorizada y, por fin, logré volverla loca. Una noche comenzó a gritar, a arrancarse los cabellos y arañar las paredes hasta sangrar. Los médicos dijeron que había sufrido una crisis nerviosa debido al estrés de la cárcel y, sobre todo, al sentimiento de culpa. Pero sólo yo sabía la verdad.
Y entonces, un día, sucedió. Los guardias la encontraron colgada en su celda. Su cuerpo menudo se balanceaba suavemente mientras la sábana crujía bajo su peso. Aunque las investigaciones concluyeron que se trataba de un suicidio, el cuerpo de mi madre pendía a una altura imposible de alcanzar sin ayuda. Las cámaras de seguridad mostraron que la puerta de su celda se mantuvo cerrada desde que entró tras la cena. Confieso que la maté desde la distancia, guiando la sábana alrededor de su cuello, apretando hasta que cesó su respiración y el silencio inundó la celda.
El mundo jamás entenderá lo que realmente ocurrió. Hablarán de fantasmas, de maldiciones, de locura. Buscarán explicaciones en lugares equivocados, sin saber que todo fue obra de un hijo abandonado, de un corazón lleno de odio y un poder que se alimentaba de la desesperación. Nadie puede entender lo complicada que es la mente humana.
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"No necesito que me creas, ni busco tu aprobación. Solo necesito tu miedo."
Esteban Rebollos (Agosto, 2024)