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Choi Beomgyu pensaba constantemente en las palabras que no podían traducirse, como aquella vez que viajó a los cenotes que se hacían hueco cerca de alguna playa en México. El guía habló de ello, casi desapercibido, muy superficialmente, "te extraño" murmuró cuando habló de su abuela muerta, y que por significado adquirido tiene el echar de menos a alguien. Conocía varias palabras al español, y cuando le escuchó murmurar aquellas dos palabras se confundió, pues pensaba que el concepto de la extrañeza se trataba de algo ajeno en su totalidad, pues la extrañeza resulta de algo extraño, de algo desconocido, y entonces se preguntó cómo es que aquellos conceptos bifurcaban entre sí, derivando de tantos significados románticos y crudos al mismo tiempo. Creía que así se sentía extrañar a alguien.

Cuando apoyaba su mentón en la delgada barra de la cocina observaba a Choi Soobin cocinado para él todas las mañanas, habían pasado varios meses desde que el mayor no le dejaba solo, el aroma de los huevos revueltos inundaban la cocina, que se impregnaba de los rayos solares que entraban por aquellos huecos que de pronto lucían desconocidos para él.

-Ventanas.

Murmuró Beomgyu uno de esos días. Sintió que su mirada se hacía pequeña al encontrarse con los dorados lucíferos solares, y de pronto su realidad se fragmentaba.

-¿Eh?

Preguntó Soobin, un tanto conmocionado al escucharle hablar después de varias semanas envuelto en un voto eterno de silencio.

-Tenemos ventanas.

Aclaró el menor, y Soobin dirigió su mirada a aquellos huecos con cristales empolvados.

-Debería comprarte un par de cortinas.

Pero a Choi Beomgyu no le gustó la idea, no lo dijo, pero inclusive Soobin notaba con cautela la manera en la que el menor cerraba los ojos y percibía el calor fugaz sembrándose en sus párpados.

-Viajaré a Colombia.

Dijo el menor sin previo aviso, irrumpiendo en el silencio abismal que se hacía espacio entre el desayuno.

-¿Tan pronto?

Cuestionó Soobin con la boca llena.

-Lo decidí hace un par de semanas. Han pasado siete meses desde que no salgo de este lugar.

Entonces el mayor limpió su boca con sus manos y le observó con atención.

-¿Estás escapando?

Preguntó, y Beomgyu asintió.

El escape como un concepto abstracto de su bienestar le resultaba bastante extraño. Aquellas noches en las que no podía dormir había recordado las veces en las que Huening Kai había dormido en la habitación de Soobin unas cuantas noches en las últimas semanas del mes, para entonces había optado por tomar aquel futón que yacía extendido en el suelo de la habitación del mayor y se lo había llevado consigo hasta el suelo de la cocina, en donde reposó sus párpados bajo la tenue luz de la nevera abierta, mientras sentía su cuerpo arder y por instantes se pensaba que padecía de alguna fiebre mental en la que agonizaba de dolor, después cuando observaba la luz del alba aparecer entre sus ventanas, lograba concebir el sueño.

Había pasado aquellos últimos tramos de su vida cuidando de un bonsái que nunca floreció, pero tampoco se secó, se había visto reflejado en aquella ramificación bien cuidada, no florecía pero tampoco se secaba, le resultaba abrumadora la necesidad de avanzar y se quedaba estancado quemando cartas de poesías que antes había escrito con pasión y ganas de vivir, también lloraba, todos los días lloraba.

Hubo una vez, junto a Soobin, habían hecho una carrera hasta la azotea, en donde los recibió un cielo estrellado acompañado de fuegos artificiales, Choi Beomgyu se encontraba tan absorto en sus emociones que le era difícil percatarse del día en el que se situaba, o de la fiesta en la que se encontraba, de todas formas fue la primera vez que había sonreído con un sentimiento genuino entre sus manos, sintió que por un instante respiraba y entre los destellos de colores que se impregnaban en el cielo nocturno, él se desvanecía, le resultaba divino, una epifanía entre tanta oscuridad.

Los siguientes días después de aquella conversación matutina habían sido borrosos, Choi Beomgyu se pensó que había estado en una clase de piloto automático pues no sintió que estuviese despierto hasta que la turbulencia al momento de aterrizar irrumpió en su profundo sueño. Se levantó una vez el avión se detuvo, siguiendo la oleada de aquellos pasajeros adultos que siempre tenían prisa. Había sido un vuelo tranquilo, sin demasiadas charlas con pasajeros que le incomodaban, o chilleantes niños chiflados a su espalda.

El aroma de Pereira había cubierto sus pulmones en una selva conífera de emociones abismales, le habían entrado ganas de llorar, poseía un silencio espectacular entre sus entrañas que le resultaba doloroso. Poco tiempo después había abandonado el aeropuerto y había decidido tomar un servicio de movilidad para dirigirse a su próximo destino.

atarazo; yeongyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora