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Las 22 horas marcaba el reloj sobre el escritorio de aquel pequeño cuarto dormitorio. Cuatro paredes eran suficientes para mantener aprisionados a dos jóvenes entusiastas del arte y la poesía. El profesor Keating había otorgado la tarea de escribir un poema para la siguiente clase, el tema era a libre elección y tal parecía que Todd Anderson tenía una idea en mente, porque se le veía más concentrado que nunca en su escritorio con un bolígrafo en mano y una pequeña hoja de papel frente a su figura encorvada contra la mesita y su rostro sobre su mano. O Eso parecía.
Tic tic tic. Era lo que escuchaba su compañero de cuarto, Neil Perry, quien descansaba sobre su cama, con las sabanas encima, cubriéndolo de pies a cabeza.

—Todd, ¿por qué no vienes a dormir? —el castaño preguntó con voz adormilada.
—Sé que estás terminando la tarea del profesor Keating, pero es muy tarde y mañana estarás muy cansado para la clase.

—Neil, contando este tengo seis intentos fallidos, estoy comenzando a rendirme y a creer que definitivamente escribir no se hizo para mí —respondió el rubio con fragilidad en su voz. —No sé qué estoy haciendo mal, quizás simplemente deba irme a dormir y no entregarla mañana, Keating comprenderá.

Neil se sentó repentinamente en la cama revelando parte de su pijama.

—¿De verdad? Oye amigo, debiste decirlo antes. Si necesitas ayuda en alguna asignación, sabes que puedes decírmelo sin problemas —habló suavemente con un tono calmado, mostrando ligeros tintes de preocupación. —Para algo estamos, ¿no es así? —le sonrió el joven castaño.

Todd se tomó un momento antes de responder.

—Neil, no lo sé. Creo que simplemente nunca he sentido nada que sea lo suficientemente fuerte como para escribir sobre ello.

El castaño lo miró reflexivamente por unos segundos.

—Tonterías. —una disimulada sonrisa se cruzó por su rostro y sus ojos bailaron con diversión.

La expresión del más joven se volvió desconcertada.
—¿Que, acaso no me crees? —su ceño ligeramente fruncido denotaba algo de desesperación, estaba cansado y no entendía qué estaba pretendiendo Neil.

—Ven aquí, acércate —soltó el chico sobre la cama dando ligeras palmaditas en esta, indicándole al otro que lo acompañase. Su expresión parecía divertida, algo no muy nuevo en el chico de ojos marrones. Su semblante usualmente reflejaba esperanza, alegría y sueños; y pese a las ya altas horas de la noche, el cansancio del día y el sueño acumulado, esta vez no era una excepción.

Todd dudó un momento, pero se levantó de la silla causando un leve rechinido por esta. Caminó unos 5 pasos para llegar al lado de Neil, ya que su dormitorio era visiblemente pequeño, y cautelosamente se sentó sobre la cama justo en frente del otro, tratando de no invadir su espacio personal.
Objetivamente, no había nada por lo cual avergonzarse. Todd se caracterizaba por evitar lo que él consideraba demasiada cercanía con los demás. No era una persona de muchas palabras, ni de muchos amigos, sin embargo desde que conoció al joven Perry, se sintió en compañía. Tenían apenas meses de haber interactuado por primera vez, pero si se permitía ser muy honesto con él mismo, diría que ese tiempo fue más que suficiente para sentirse como en casa a su lado. Podría llamarlo su mejor amigo.

—Cierra los ojos —solicitó Neil, notando como el desconcierto de Todd se elevaba en su expresión facial. —¡Vamos, dije que cierres los ojos! Expresó con una ligera risa, de una manera bromista, sacudiéndolo suavemente de ambos brazos, alentándolo a seguir sus palabras.

—De acuerdo, ¡lo haré!, tranquilo —levantó sus manos en señal de darse por vencido esta vez. Así como sonrisa se formaba lentamente en sus labios mientras cerraba sus ojos.

Lago; anderperryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora