Jane estaba con mucho frío y pateaba el suelo sin parar para que los dedos de los pies no se le congelaran. Hacía un momento, de todos modos, había asegurado que lo hacía simplemente por la frustración que le provocaba tener que hacer cola e insistía en que fumar un cigarrillo tras otro le servía para calentarse.
-Esto es exasperante, de verdad- dijo Jane, arrojando la colilla a la calle mojada y aplastándola con el infinito tacón de la bota.
-Creo que lo mejor será que lo dejemos correr por hoy- sugerí.
Nuestros carnets falsos no habían resultado tan sensacionales como nos había prometido el contacto de Jane y aquella sería la tercera discoteca donde nos rechazaban, si es que conseguíamos llegar a la puerta.
Ya que salíamos, había dejado que Jane me vistiera, y el resultado no era otro que un atuendo que me quedaba pequeño y resultaba demasiado revelador para la noche de Minnesota. Nos rodeaba una espesa neblina, pero ella seguía negándose a tiritar y a reconocer que la situación empezaba a enojarla. Su plan era emborracharse y engancharse con el primero que le gustara, y resultaba imposible hacerla entrar en razón.
-¡No!-Jane negó con la cabeza-.Este local me gusta.
-Ya es más de medianoche, Jane. -Los zapatos de tacón que me había prestado mi amiga me estaban destrozando los pies y descargué el peso de mi cuerpo sobre la pierna contraria en un intento por aliviar el dolor.
-¡Lo único que quiero es bailar!-Se puso a gimotear y eso la hizo parecer aún menor de los diecisiete que tenía, lo que disminuyó todavía más nuestras posibilidades de entrar en la discoteca-. ¡Vamos, Alice! ¡Ser joven consiste en esto!
-Espero que no-murmuré. Hacer colas interminables y que te negasen el acceso a las discotecas no me parecía divertido en absoluto-. Podemos intentarlo el fin de semana que viene, te lo prometo. Así tendremos más tiempo para conseguir unos carnets mejores.
-Si ni siquiera he tomado una copa. -Ahora fruncía los labios para mostrar su enojo, aunque yo sabía que estaba empezando a rendirse.
-Una copa podemos tomarla en cualquier lado-dije.
Jane era capaz de encontrar alcohol con la misma facilidad con la que yo encontraba agua. No podía quejarse al respecto. A dondequiera que fuera Jane, había fiesta segura.
-De acuerdo. -Con un suspiro, abandonó la cola y echó a andar en dirección a mi casa, y poco a poco empezamos a alejarnos de las luces de las discotecas y de la gente borracha que salía a fumar-. Pero me debes una.
-¿Por qué te debo una?-le pregunté.
-Por obligarme a volver a casa temprano.
Estábamos aún a escasos metros de la cola y yo no podía más. Me detuve para deshacerme de aquellos zapatos prestados, pues prefería caminar descalza sobre el asqueroso cemento que arriesgarme a sufrir más ampollas. Lo más probable era que se me acabara pegando un chicle o cualquier otra cosa en alguna de las heridas abiertas y que, como resultado de ello, me contagiara de tifus o la rabia, pero aun así me pareció una alternativa mejor.
A medida que nos alejábamos de las discotecas nos fuimos adentrando en una zona desierta: dos adolescentes caminando por el centro de Minneapolis no representaban precisamente la situación más segura imaginable.
-Deberíamos parar un taxi-sugerí.
Jane movió la cabeza de un lado a otro, dando a entender su negativa a la idea. La verdad es que llevábamos poco dinero encima y cuanto más camináramos, más barata nos saldría la carrera. Yo vivía en Loring Park. En realidad no quedaba muy lejos, pero caminando, la distancia era excesiva.
Nos adelantó un taxi verde y blanco; lo miré con anhelo.
-El ejercicio nos hará bien-comentó Jane, percatándose de mi expresión.
No tengo ni idea de por qué siempre acababa accediendo a sus tejemanejes. Siempre resultaban mucho más divertidos para ella que para mí. Ser la colega menos sexy no implicaba llevar una vida muy glamorosa, que digamos.
-Jane, me duelen los pies-dije.
-No hay belleza...
-...sin dolor, sí, sí, ya lo sé-refunfuñé, cortándola.
Jane encendió otro cigarrillo y continuamos caminando en silencio. Sabía que estaba de mal humor por lo de la discoteca e intentando tramar alguna nueva aventura, pero yo no tenía ninguna intención de caer de nuevo en la trampa.
El sonido del tráfico de Hennepin Avenue había perdido la intensidad suficiente como para permitirme escuchar el eco de unos pasos detrás de nosotras. Jane parecía no darse cuenta de nada, pero yo no podía quitarme de la cabeza la sensación de que nos estaban siguiendo.
Los pasos empezaron a acelerarse, cada vez más fuertes y más próximos, y se combinaron con el sonido de respiraciones entrecortadas y voces masculinas llamando al silencio.
Jane me miró, y el pánico reflejado en sus ojos me dio a entender que también ella los había oído. De las dos, Jane era la más valiente y se atrevió a echar un vistazo por encima del hombro.
Estaba a punto de preguntarle qué había visto cuando Jane echó a correr, y aquello me bastó como respuesta. Intenté atraparla, pero enseguida vi que no tenía la más mínima intención de bajar el ritmo para esperarme, de manera que continué corriendo varios metros detrás de ella.
La calle terminaba en un garaje. Jane entró en él, y la seguí. Seguro que había por allí otros lugares donde hubiera gente, pero su primera elección no fue otra que un garaje subterráneo apenas iluminado.
Me permití mirar hacia atrás por vez primera. En la penumbra sólo alcancé a ver la silueta de cuatro hombres. Cuando se dieron cuenta de que los miraba, uno de ellos se puso a silbarme.
Seguí corriendo, y fue entonces cuando me di cuenta de que Jane ya no estaba delante de mí. No puede decirse que mis reflejos para luchar o salir huyendo sean muy refinados, de modo que me quedé paralizada.
-¡Por aquí!-dijo Jane entre dientes, pero el eco de aquel garaje era terrible. No conseguí adivinar de dónde procedía su voz, de manera que continué clavada debajo de una parpadeante luz amarilla, confiando en que mi muerte fuera rápida e indolora.
-Hola, pequeña-ronroneó uno de aquellos tipos con un tono de voz que sonaba a cualquier cosa menos amistoso.
Me volví hacia ellos. También habían dejado de correr y se acercaban a mí lentamente.
-¿Siempre corres cuando quieres un revolcón?-preguntó uno de ellos. Por algún motivo que desconozco, el comentario les pareció muy gracioso a los demás y sus carcajadas llenaron el garaje.
Se me erizó el vello de la nuca y abrí la boca para decir algo, tal vez incluso para gritar, pero no salió nada. Permanecí inmóvil sobre un charco de agua helada y aceite, y la lamparita que colgaba por encima de mi cabeza decidió apagarse definitivamente.
Cerré los ojos para combatir la oscuridad, no quería correr el riesgo de ver lo que fueran a hacerme. Aquellos tipos no paraban de hablar entre ellos, riendo y haciendo comentarios asquerosos. Supe que iba a morir.
Oí entonces el rechinar de unos neumáticos a mis espaldas y cerré con más fuerza los ojos.
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Instinto 01
Teen FictionÉsta historia no es mía, sólo la transcribo. Espero que les guste