Volvía a casa. La orilla oriental de Maryland era un inundo de marisma y lodazal, de amplios campos sembrados de cosechas en surcos derechos como soldados. Eran canales de drenaje con abruptos ribazos y secretos arroyos de marea donde se alimentaba la garceta.
Era la Bahía de Chesapeake y el cangrejo azul, y los hombres de mar que lo
capturaban.Al margen de dónde hubiera vivido en los miserables diez primeros años de su vida o en los últimos a medida que se aproximaba a la treintena, sólo la orilla oriental, había sido un hogar para él.
Contaba ese hogar con múltiples aspectos, con recuerdos sin número, y cada uno de ellos permanecía en su mente con un brillo tan resplandeciente como el sol que se reflejaba en el agua de la Bahía.
Mientras la cruzaba en coche por el puente, su ojo de artista deseó captar aquel instante: el azul profundo del agua y las embarcaciones que se deslizaban por su superficie, las rápidas olas blancas y el descenso en picado de las avaras gaviotas. El modo en que la tierra rozaba el borde y lo rebasaba con sus tonos marrones y verdes.
Las hojas de los robles y los eucaliptos, cada vez más abundantes, y esos reflejos de color, flores que disfrutaban de la calidez de la primavera.
Deseaba recordar aquel instante como recordaba la primera vez que cruzó la
Bahía hasta la orilla oriental, cuando era un muchacho asustado y triste junto a un hombre que le había prometido una vida.
Iba en el asiento del copiloto, con el hombre al que apenas conocía sentado al
volante. Lo único que poseía era la ropa que llevaba y unas pocas cosas que guardaba en una bolsa de papel.
Tenía el estómago atenazado por los nervios, pero había compuesto lo que creía un gesto aburrido y miraba por la ventanilla.
Mientras estuviera con el viejo, no estaba con ella. Eso era lo mejor que le podía pasar.
Además, el viejo era guay.
No olía a alcohol ni a las pastillas de menta que usaban para disimularlo algunos de los capullos que Gloria llevaba a la mierda de casa donde vivían. Y las dos veces que se vieron, el viejo, Ray, le había comprado una hamburguesa o una pizza. Y había hablado con él.Los adultos, según su experiencia, no hablaban con los niños. Peroraban*
esperando que los niños escuchasen, charlaban sobre ellos o en contra de ellos. Pero no con ellos.
Ray sí. Y además escuchaba. Y cuando le preguntó, directamente, siendo apenas un niño, si quería vivir con él, no sintió aquel miedo que le estrangulaba ni un pánico ardiente. Había sentido que quizá, sólo quizá, su suerte estaba cambiando.
Se alejaba de ella. Eso era lo mejor. Cuanto más durara el viaje, más se alejaban de ella.
Si las cosas se pusieran feas, podía huir. El hombre era muy viejo. Era grande,
grande de verdad, pero viejo. Con todo aquel pelo blanco y aquel rostro ancho y lleno de arrugas.
Le miró de reojo, a hurtadillas, mientras comenzaba a dibujar su rostro
mentalmente. Tenía los ojos muy azules y aquello resultaba bastante extraño, porque los suyos también lo eran.
Además su voz era potente, pero cuando hablaba no parecía que gritase. Era una voz serena, puede que incluso con un deje de cansancio.
En aquel momento, sin duda tenía un aspecto fatigado.-Ya casi hemos llegado -comentó Ray mientras se acercaban al puente-.
¿Tienes hambre?-No sé, supongo que sí.
-Según mi experiencia, los chicos siempre tienen hambre. He criado a tres que eran verdaderos pozos sin fondo.
Su voz poderosa contenía una nota de alegría, pero sonaba forzada. Puede que el chico sólo tuviera diez años escasos, pero sabía reconocer la falsedad.«Ya estamos bastante lejos», pensó. Por si tenía que huir. Así que pondría las
cartas boca arriba y vería qué coño pasaba.-¿Cómo es que me llevas a tu casa?
-Porque necesitas una casa.
-¡Anda ya! La gente no hace ese tipo de cosas.
-Algunas personas sí. Mi esposa Stella y yo hacíamos ese tipo de cosas.
-¿Le has dicho a ella que me llevas?
Ray sonrió, pero había cierta tristeza en su gesto.
-A mi manera. Stella murió hace un tiempo. Te habría gustado. Y ella te habría echado un vistazo y se habría subido las mangas hasta los codos.
No supo qué contestar a aquello.-¿Y qué se supone que debo hacer cuando lleguemos a donde vamos?
-Vivir -le dijo Ray-. Ser un niño. Ir a la escuela, meterte en líos. Te enseñaré a navegar.
-¿En un barco?
Entonces Ray se echó a reír, con un sonido estruendoso que llenó el vehículo y que, por razones que el muchacho no pudo comprender, le desató los nervios del estómago.-En un barco, pues claro. Tengo un cachorro tonto, a mí siempre me tocan los tontos, al que estoy tratando de enseñar. Me puedes echar una mano. Tendrás algunas tareas que hacer, ya lo veremos. Fijaremos las reglas y tú las cumplirás. No te creas que, porque soy un viejo, te puedes pasar conmigo.
-Le has dado dinero.
Ray apartó un momento la vista de la carretera y la fijó en unos ojos del mismo color que los suyos.-Sí. Eso es lo que ella entiende, por lo que puedo ver. A ti nunca te ha
comprendido, ¿verdad, chaval?Algo se iba arremolinando en su interior, una tormenta que aún no reconocía como esperanza.
-Si te mosqueas conmigo, te cansas de tenerme aquí o cambias de opinión, me mandarás de vuelta. Pero no voy a volver.
Ya habían pasado el puente y Ray arrimó el coche al arcén y se giró en el asiento hasta que estuvieron frente a frente.
-Seguro que me mosqueo contigo y, a mi edad, claro que me canso de vez en
cuando. Pero te voy a hacer una promesa, aquí y ahora: no te voy a mandar de vuelta. Te doy mi palabra.-Si ella...
-No voy a dejar que te recoja -dijo Ray, adelantándose-. Da igual lo que
tenga que hacer. Ahora me perteneces. Eres parte de mi familia. Y te vas a quedar conmigo mientras así lo desees. Cuando un Quinn hace una promesa -añadió, extendiendo una mano-, la cumple.Jungkook miró la mano que se le ofrecía y alzó la suya, húmeda.
-No me gusta que me toquen.Ray asintió.
-Vale. Pero aun así, tienes mi palabra.
Volvió a la carretera y lanzó una última mirada al chico.
-Casi hemos llegado -dijo una vez más.
A los pocos meses, Ray murió, pero mantuvo su palabra. La mantuvo por medio de los tres hombres a los que había hecho hijos suyos. Ésos hombres le dieron una vida a un muchacho esquelético, infeliz y desconfiado.
Le proporcionaron un hogar y le hicieron un hombre. Cameron, el gitano nervioso y de genio vivo; Ethan, el hombre de mar firme y paciente; Phillip, el ejecutivo elegante y de mente aguda. Todos le apoyaron y lucharon por él. Le salvaron.
Sus hermanos.*Peroraban: Pronunciar un discurso u oración.
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La Bahía Azul (Kooktae)
RomanceJungkook era un muchacho díscolo y retraído cuando a los diez años fue adoptado por Ray Quinn, viudo y casi un anciano. Con el paso del tiempo el cuarto Quinn se ha convertido en un pintor de prestigio y, tras una estancia en Europa, vuelve al peque...