—Levanta y tira de la manta, compañero, que esto no es un albergue para indigentes.
La voz y el tono de sádico regocijo hicieron que Jungkook emitiera un gemido. Se dio la vuelta sobre el estómago y se puso la almohada encima de la cabeza.
—Vete. Vamos, vete muy lejos.
—Si crees que te vas a pasar el día aquí durmiendo hasta las doce, estás muy equivocado.
Con placer, Cam tiró de la almohada—. ¡Arriba!
Jungkook abrió un ojo y lo puso en blanco hasta que enfocó el reloj de la mesita de noche. Aúnno eran las siete. Volvió el rostro hacia el colchón y musitó una sugerencia vulgar en
italiano.—Si crees que llevo todos estos años viviendo con la Spinelli y no sé que lo que acabas de decir significa «Vete a la mierda», es que además de perezoso eres un Imbécil.
Para resolver el problema, Cam apartó las sábanas de un tirón, agarró a Jungkook de los tobillos y tiró de él hasta dejarlo en el suelo.
—Maldición. ¡Demonios! —Desnudo, con el codo dolorido porque se había dado con la mesilla, Jungkook miró a su acosador—. Pero ¿a ti qué carajos te pasa? Éste es mi cuarto, y mi cama, y estoy tratando de dormir en ella.
—Ponte un poco de ropa. Tengo una tarea para ti en la parte de atrás.
—Maldita sea, podrías darle veinticuatro horas a una persona antes de ensañarte con ella.
—Mira, niño, empecé a ensañarme contigo cuando tenías diez años y aún no
ando ni siquiera cerca de haber terminado. Tengo trabajo, así que muévete.—Cam. —Anna apareció en el umbral, con las manos en las caderas—. Te he
dicho que le despertaras, no que le dieras una paliza.—Dios. —Mortificado, Jungkook le arrebató a Cam la sábana de las manos y se la envolvió en torno a la cintura—. Demonios, Anna, estoy desnudo.
—Entonces vístete —sugirió, y se fue.
—En la parte de atrás —le dijo Cam mientras salía del cuarto—. Dentro de cinco minutos.
—De acuerdo, entendido.
Había cosas que no cambiaban nunca, pensó Jungkook mientras conseguía unos vaqueros. Podría vivir en aquella casa hasta los sesenta años y Cam seguiría sacándole de la cama como si tuviera doce.
Agarró lo que quedaba de una sudadera de la Universidad de Maryland y se la metió por la cabeza mientras salía del cuarto.
Como no hubiera café, caliente y recién hecho, alguien iba a pagar gravemente por ello.—¡Mamá! No encuentro mis zapatos.
Jungkook miró hacia el cuarto de Jake mientras se dirigía a las escaleras.
—Están aquí abajo —gritó Anna—. En mitad del suelo de mi cocina, que no es
donde deben estar.—No ésos. Jo, mamá. Los otros.
—Prueba a buscarlos en tu culo —llegó la sugerencia cuidadosamente modulada desde del cuarto de Kevin—. La cabeza ya la tienes allí.
—Tú sí que no tienes problemas para encontrar tu culo —se oyó la respuesta
siseada—. Lo llevas justo encima de los hombros.Éstas dinámicas tan familiares habrían hecho sonreír a Jungkook, pero no eran ni las siete de la mañana. Y el codo le dolía un montón. Y no había recibido ni una dosis de cafeína.
—Ni el uno ni el otro podrían encontrar el culo aunque usaran sus propias
manos —gruñó, mientras bajaba las escaleras con aire irritado.—¿Qué carajo le pasa a Cam? —preguntó a Anna cuando entró en la cocina—. ¿Hay café? ¿Por qué todo el mundo se levanta gritando en esta casa?
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La Bahía Azul (Kooktae)
RomanceJungkook era un muchacho díscolo y retraído cuando a los diez años fue adoptado por Ray Quinn, viudo y casi un anciano. Con el paso del tiempo el cuarto Quinn se ha convertido en un pintor de prestigio y, tras una estancia en Europa, vuelve al peque...