No podía creer que estaba haciéndolo. Por fin, tras diez años, mi deseo de mudarme a Londres se convertía en una realidad.
Había estado la mitad de mi vida esperando este momento y dando lo mejor de mí para que este llegara. Había tomado una decisión, y era dura, pero marcaría una parte muy importante de mi vida: irme a vivir sola a otro país.
Quizá esté siendo un tanto exagerada. Tampoco es para tanto, al fin y al cabo me espera una vida mucho mejor allí. Me fastidia dejar atrás a Sofía, Pablo, Lia e incluso Paloma. Pero era yo quien decidió abrir otro camino en mi vida y abandonar mis tardes con ellos.
Hace cinco años, empecé a estudiar derecho simplemente por amor a las letras y por un buen futuro, y supongo que también fue para escapar un poco de mi mente esas horas. Pero lo que en verdad quería hacer era escribir. Amaba sentarme y empezar a redactar cualquier historia, aunque mis favoritas eran las tristes. También me inspiraba mucho una conversación profunda con alguien.
Aunque fue en la universidad donde conocí a tres de mis mejores amigos. No cambiaría esos años por nada en el mundo. Sofía era un caso aparte, a ella la conocí cuando tenía nueve años y era mi hermana de distinta sangre.
Con Sofía me di cuenta de que mi novio de cuarto curso no me merecía, de que la amistad real si existe, y ahora, de que querer también es dejar ir, aunque la que realmente se estaba coscando de eso era ella.
—¿Te ayudo a meter las maletas en el coche? —me pregunto mientras seguía sollozando.
Estaba demasiado cansada como para meterlas yo sola, así que asentí. Tras una hora entera llorando con ella a mi lado, como para no estarlo.
—Sí, por favor, hagamos esto cuanto antes.
Sofía permaneció en silencio unos instantes. Sus ojos avellana se desviaron a mi coche, y tras unos segundos, a mis dos maletas.—Vamos, anda, que el avión sale en cuatro horas y quiero llegar temprano —sentencié yo mirándole a los ojos—. Yo tampoco tengo muchas ganas de hacer esto ahora mismo. Quizá hoy no, pero sí casi todos los días de mi vida.
—Es normal, Stella.
—Lo es. Últimamente lo único que quiero hacer es salir de esta ciudad.
—Estoy cansada.
—Ven aquí, Sofi.
La abracé suavemente. Su tacto y el mío sonaban a despedida, la iba a echar muchísimo de menos. Estaba claro que las dos estábamos destrozadas, pero era lo que tocaba.
Tras separarnos cada una cogió una maleta distinta. Eran en total dos, ambas grandes. La que yo llevaba era rosa; en esta metí toda la ropa que creí necesaria, desde sudaderas hasta chanclas. La que sostenía Sofía, en cambio, era color café; en esta metí cosas del hogar de las que no me quería deshacer, desde jarrones de flores hasta cajas para guardar el maquillaje.
Las dos avanzamos y salimos de la casa en dirección al coche —que en realidad era de mi madre porque yo no tenía— y descargamos las maletas en el maletero.
Cogí fuerzas y miré a Sofi a la cara.
—Volveré, ¿lo sabes, no?
Ella asintió.
Ambas éramos conscientes de que, si lo hacía, sería en un futuro muy lejano, y solo serían unos días para visitar a la gente que quería. Ni de coña volvería a vivir aquí. Nunca. Pero si le decía eso, la despedida dolía menos. Las dos estábamos cayendo en mi propia mentira, pero era por un bien mayor.
—Venga, vete ya. Espero que esta no sea la última vez que nos veamos. Algún día me invitarás a pasar una semana en tu súper casa, ¿verdad?
—Y tanto que sí.
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Liviano: intenta no odiarme
Teen Fiction¿Te dejarías llevar por un chico tan atractivo, como desafiante, que acabas de conocer en el proceso de tu mudanza a Londres? Se suele decir que del amor al odio hay un paso, pero poco se habla de que del odio al amor hay unos cuantos. Stella sueña...