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Lágrimas y sangre

Lágrimas y sangre

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No podía seguir corriendo. Mis pequeñas piernas dolían cada vez más, y las lágrimas corrían por mi cara. Sentía ardor en mis ojos debido a las gotas de sangre que caían sobre mí.

Por más que intentara limpiar las manchas de sangre de mi rostro, no dejaban de caer una tras otra. El frío invierno en este pequeño pueblo me obligaba a cubrirme los brazos, pero era en vano; había perdido mi abrigo hacía tiempo.

El solo recordar lo que había ocurrido hacía que mis piernas tambalearan de miedo, temiendo que esos malditos monstruos me encontraran. Decían que nosotros, los Brujos, éramos los verdaderos monstruos, pero esos Humanos eran los auténticos horrores. Nuestra especie jamás asesinaría a sangre fría a una familia feliz frente a su pequeña hija.

No sé cuánto tiempo corrí; ya no sentía las piernas, así que reduje la velocidad. Caminaba lentamente, intentando cubrirme con mis pequeños brazos. Los copos de nieve caían sobre mí, y un atisbo de felicidad me invadía. Yo debería estar jugando con otros niños de mi edad y disfrutando de mi niñez, no escondiéndome de asesinos.

Mientras avanzaba, escuché el bullicio de varias voces. Mi miedo creció, pero el cansancio, el hambre y el frío no me dejaban otra opción que seguir adelante. A medida que me adentraba, vi muchas personas, cabañas pequeñas y animales muertos esparcidos por el suelo.

Era un refugio improvisado, mi posible salvación o mi perdición.

-¡Ey! ¡Tú!- oí un grito potente detrás de mí. Asustada, giré lentamente y vi a un hombre corpulento con un hacha, su rostro estaba cubierto de sangre seca.

El terror se apoderó de mí, y lo único que pude hacer fue correr. Al adentrarme en el refugio, choqué con varias personas; algunas me insultaban y otras intentaban agarrarme. Yo solo quería escapar.

Miraba hacia atrás y veía cómo el hombre con el hacha me seguía, sus pasos resonando con un ritmo ominoso. Mis lágrimas no se hicieron esperar y, al correr, me froté los ojos con desesperación.

Tapé mi vista y sin pensarlo choqué con un hombre enorme. Al caer al suelo, mis sollozos se hicieron más fuertes mientras intentaba cubrirme con los brazos.

-Perdón, brujo, vi a esta niña al inicio del refugio...- La voz temblorosa del hombre se cortó abruptamente cuando alguien con una voz ronca le ordenó que se callara.

-¡Cállate!- La voz era dura y autoritaria. El hombre se acercó a mí y tocó suavemente mi hombro-. ¡Eh! Levántate, mocosa, te llenarás de lodo.- Alzando un poco mi vista, vi el rostro de este hombre.

Tenía el cabello largo y blanco como la nieve, ojos dorados que parecían reflejar la luz de una luna fría, una mirada penetrante, y su estatura era imponente.

El último suspiro de cintra [Geralt De Rivia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora