El despertar de la armadura antigua

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El cielo sobre la necrópolis estaba permanentemente cubierto de nubes grises y retorcidas, como si el mundo mismo estuviera enlutado por las glorias olvidadas que yacían enterradas bajo la tierra. Entre las tumbas y ruinas de lo que alguna vez fue una civilización vibrante, una armadura antigua y majestuosa yacía inmóvil. Su superficie ennegrecida contaba la historia de incontables batallas, de enfrentamientos épicos que habían sido tragados por el tiempo.

Era una armadura que, a simple vista, parecía deshabitada, un cascarón vacío sin vida dentro de él. Pero en su interior, algo más allá de la comprensión mortal la llenaba, una fuerza tan antigua como el mundo mismo, que dormía esperando el momento de ser llamada nuevamente al deber. Y ese día, entre las sombras de la necrópolis, esa llamada finalmente llegó.

El despertar fue lento, casi imperceptible al principio. Un leve crujido rompió el silencio pesado de la necrópolis cuando la armadura se movió por primera vez en siglos. Pequeñas motas de polvo se levantaron de su superficie, danzando en el aire antes de ser arrastradas por el viento frío que soplaba entre las tumbas. Luego, con un resonar que parecía provenir de las profundidades de la tierra, la armadura se levantó.

Era una figura impresionante, una obra maestra de la forja, hecha de metal negro con intrincados detalles dorados. A medida que se levantaba, cada uno de sus movimientos provocaba un eco, como el de un trueno distante que prometía tormenta. Sin vida que la animara, sin ojos que vieran el mundo a su alrededor, la armadura no necesitaba tales cosas. Solo tenía un propósito, un deber grabado en su existencia misma: debía avanzar hacia su destino, y nada podría detenerla.

A medida que sus pies resonaban contra el suelo de piedra, el polvo caía en cascadas de sus placas, como si las sombras mismas estuvieran siendo sacudidas. No tenía prisa, pero cada paso que daba estaba cargado de una urgencia que solo una fuerza tan antigua como ella podía comprender. Sus movimientos eran metódicos, su determinación implacable. La armadura no estaba hecha para cuestionar ni para temer; estaba hecha para cumplir con su propósito.

La necrópolis que la rodeaba era un mar de ruinas y tumbas olvidadas, donde la vida había sido reemplazada por la quietud eterna. Columnas caídas y mausoleos derruidos se alzaban en la penumbra, vestigios de un tiempo en el que grandes reinos habían florecido y caído. La armadura caminó entre estos monumentos al pasado sin prestarles atención. Para ella, no había nostalgia, solo un sentido de propósito que la impulsaba hacia adelante.

A medida que avanzaba, las sombras parecían retirarse a su paso, como si temieran su presencia. Los sonidos de la necrópolis, el susurro del viento y el crujido de las ramas secas, parecían atenuarse en su proximidad. La armadura no emitía ningún sonido excepto el de su propio movimiento, un ritmo constante que no mostraba signos de detenerse.

Finalmente, después de lo que parecieron horas de marcha incesante, la armadura llegó a un lugar donde la neblina se hacía más densa, y el ambiente se cargaba de una energía oscura y amenazante. Allí, en medio de ese espesor, una figura se alzaba, imponente y encorvada, bloqueando el camino. La armadura se detuvo, sus ojos invisibles fijándose en el obstáculo que tenía delante.

El Iudex Gundyr

Era un coloso, una criatura envuelta en una armadura desgastada y corroída, que había sido colocada allí como guardián de las almas errantes que osaran cruzar esa barrera

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Era un coloso, una criatura envuelta en una armadura desgastada y corroída, que había sido colocada allí como guardián de las almas errantes que osaran cruzar esa barrera. Sus enormes manos descansaban sobre una lanza igualmente imponente, que estaba clavada en el suelo como una señal de advertencia para los intrusos. El coloso estaba inclinado hacia adelante, su respiración pesada era apenas audible en la quietud de la necrópolis.

La armadura, sin miedo ni vacilación, avanzó unos pasos más. Sabía que el enfrentamiento era inevitable. Este guardián no era simplemente un obstáculo físico, sino un juez, un antiguo protector cuyo deber era asegurarse de que solo los dignos pudieran pasar. Y él, al igual que la armadura, había sido llamado de un largo letargo para cumplir con su propósito. Acerco lentamente su mano a la espada espiral que estaba incrustada en su pecho y la retiro sin problemas. El golem de acero tardo pocos segundos en reaccionar.

Al sentir la proximidad de la armadura, el coloso levantó lentamente la cabeza, y sus ojos, brillando con un rojo profundo, se abrieron con un fulgor que cortó la oscuridad como un cuchillo. Con un gruñido gutural que resonó como un trueno, el coloso arrancó la lanza del suelo y la alzó, señalando a la armadura. Sin mediar palabras, comenzó a moverse, sus pasos sacudiendo la tierra mientras se lanzaba hacia adelante.

La batalla comenzó con un estruendo ensordecedor cuando las dos fuerzas chocaron. El coloso atacaba con una fuerza descomunal, cada golpe de su lanza parecía capaz de partir la misma tierra. Pero la armadura, a pesar de su tamaño y peso, se movía con una agilidad sorprendente. Sus movimientos eran calculados, esquivando los ataques con precisión, y contraatacando con una brutalidad fría.

Empuño su hacha gigante y escudo listo para el enfrentamiento del Juez de la necrópolis.

El eco de sus golpes resonaba en la necrópolis, como si los espíritus de los muertos observaran el enfrentamiento desde sus tumbas. El coloso era una bestia de pura fuerza bruta, sus ataques eran feroces y devastadores, pero la armadura no era una simple criatura. Cada golpe que lanzaba estaba cargado de una precisión mortal, cada movimiento estaba diseñado para explotar las debilidades del coloso.

A medida que la batalla continuaba, la oscuridad alrededor del coloso comenzó a intensificarse. Su cuerpo, que ya era masivo, comenzó a cambiar, su armadura se retorcía y su carne se deformaba en algo monstruoso. De su espalda comenzaron a brotar tentáculos de sombra, y su fuerza aumentó exponencialmente. La corrupción dentro de él había sido liberada, y ahora enfrentaba a la armadura con un poder que desafiaba la razón.

La armadura se detuvo un momento, evaluando la nueva amenaza. Sabía que lo que tenía enfrente ya no era un simple guardián, sino una abominación nacida de la desesperación y la oscuridad que había consumido el mundo. Pero su determinación no flaqueó. Sin miedo, se lanzó hacia adelante, enfrentando a la bestia con la misma furia implacable que había mostrado al principio. Breves recuerdos de luchas pasandas contra los imponentes Dragones eternos pasaron por su mente.

El combate se volvió aún más frenético, cada golpe resonaba como un trueno y cada movimiento dejaba un rastro de destrucción. La armadura atacaba con renovada intensidad, sus golpes eran más rápidos y precisos, buscando el núcleo de la corrupción que había transformado al coloso. Sabía que debía destruir la fuente de ese poder oscuro si quería poner fin a la batalla.

Finalmente, en un movimiento que requería toda su fuerza y destreza, la armadura logró encontrar una abertura en la defensa de la bestia. Con un golpe poderoso, su hacha atravesó el torso del coloso, alcanzando su núcleo corrupto con una explosión de electricidad que lo dejo aturdido. La abominación dejó escapar un grito de dolor y furia mientras la oscuridad dentro de él comenzaba a disiparse.

Con un último esfuerzo, la armadura desgarró al coloso de su oscuridad, separando al monstruo del guardián original que había sido. El coloso cayó de rodillas, su forma monstruosa desmoronándose en cenizas mientras su cuerpo se disolvía en la necrópolis.

La armadura permaneció inmóvil por un momento, observando cómo la corrupción se desvanecía. Sabía que esto era solo el principio, que aún quedaba mucho camino por recorrer antes de que pudiera cumplir con su propósito. Sin dudar, giró y continuó su marcha hacia el Santuario, el lugar donde su destino se revelaría por completo.

A medida que avanzaba, las ruinas a su alrededor parecían cobrar vida, susurros y ecos de un pasado lejano resonaban en el aire. Pero la armadura no se desvió, su objetivo estaba claro y no se permitiría distracciones. En su interior, algo comenzaba a despertar, un recuerdo de lo que alguna vez fue, de la razón por la cual había sido forjada en primer lugar.

El viaje era largo, y la noche interminable. Pero la armadura no se detendría hasta alcanzar su destino. Lo que la esperaba en el Santuario aún estaba envuelto en misterio, pero estaba segura de una cosa: su regreso cambiaría el curso de la historia, y el mundo, para bien o para mal, nunca volvería a ser el mismo.

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⏰ Última actualización: Sep 03 ⏰

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