-¿Has oído las noticias? -preguntó lord Henry aquella noche a Hallward cuando un camarero lo hizo entrar en el pequeño reservado del Bristol donde estaba preparada una cena para tres.
-No -respondió el artista, entregando sombrero y abrigo al camarero, quien procedió a hacerle una reverencia-. ¿De qué se trata? Nada que tenga que ver con la política, espero. No me interesa. Apenas hay una sola persona en la Cámara de los Comunes que se merezca un retrato, aunque muchos de ellos mejorarían blanqueándolos un poco.
-Dorian Gray se ha prometido -dijo lord Henry, examinando atentamente a su amigo mientras hablaba.
Hallward se sobresaltó y luego frunció el entrecejo.
-¡Dorian prometido! -exclamó-. ¡Imposible!
-Es absolutamente cierto.
-¿Con quién?
-Con una actricilla de poco más o menos.
-No me lo puedo creer. Dorian es demasiado sensato. -Dorian es demasiado prudente para no hacer alguna tontería de cuando en cuando, mi querido Basil.
-Casarse es una cosa que dificilmente se puede hacer de cuando en cuando, Harry.
-Excepto en los Estados Unidos -replicó lánguidamente lord Henry-. Pero yo no he dicho que se haya casado. He dicho que se ha prometido. Hay una gran diferencia. Recuerdo con mucha claridad estar casado, pero no tengo recuerdo alguno de estar prometido. Me inclino a creer que nunca estuve prometido.
-Pero piensa en la cuna de Dorian, en su posición, en su riqueza. Sería absurdo que se casara tan por debajo de sus posibilidades.
-Si de verdad quieres que se case con la chica, dile precisamente eso. Puedes estar seguro de que lo hará. Siempre que un hombre hace algo perfectamente estúpido, lo hace por el más noble de los motivos.
-Espero que la chica sea buena. No quisiera ver a Dorian atado a alguna horrenda criatura que pueda envilecer su cuerpo y destruir su inteligencia.
-No, no; la chica es mejor que buena..., es hermosa -murmuró lord Henry, saboreando un vaso de vermut con zumo de naranjas amargas-. Dorian dice que es hermosa, y no suele equivocarse en ese tipo de cuestiones. Tu retrato ha afinado su apreciación de las personas. Ése ha sido, entre otros, uno de sus excelentes resultados. Vamos a conocerla esta noche, si es que ese muchacho no olvida su cita con
nosotros.
-¿Hablas en serio?
-Completamente en serio. Me sentiría terriblemente mal si creyera que alguna vez llegaré a hablar más seriamente que en este momento.
-Pero, ¿tú lo apruebas, Harry? -preguntó el pintor, paseando por el reservado y mordiéndose los labios-
. Es imposible que lo apruebes. Se trata sólo de un capricho.
-Yo ya no apruebo ni desapruebo nada. Es una actitud absurda ante la vida. No se nos pone en el mundo para airear nuestros prejuicios morales. Nunca doy la menor importancia a lo que dice la gente vulgar, y nunca interfiero con lo que hacen las personas encantadoras. Si una personalidad me fascina, cualquier modo de expresión que elija me parecerá delicioso. Dorian Gray se enamora de una hermosa muchacha que interpreta a Julieta y se propone casarse con ella. ¿Por qué no? Si contrajera matrimonio con Mesalina no me parecería menos interesante. Sabes perfectamente que no soy defensor del matrimonio. El verdadero inconveniente del matrimonio es que mata el egoísmo. Y las personas sin egoismo son incoloras. Carecen de individualidad. De todos modos, hay algunos temperamentos que se hacen más complejos con el matrimonio. Conservan su egoísmo y le añaden otros muchos. Se ven forzados a vivir más de una vida. Se convierten en personas sumamente organizadas, y organizarse muy bien la vida, creo yo, es el objeto de la existencia humana. Además, toda experiencia tiene valor y, se diga lo que se quiera contra el matrimonio, no cabe duda de que es una experiencia. Espero que Dorian Gray haga de esa muchacha su esposa, que la adore apasionadamente por espacio de seis meses y que luego, de repente, quede fascinado por otra persona. Será un maravilloso tema de estudio.
-No crees ni una sola palabra de lo que dices; sabes perfectamente que no. Si Dorian Gray echara a perder su vida, nadie lo sentiría más que tú. Eres mucho mejor persona de lo que finges.
Lord Henry se echó a reír.
-La razón de que nos guste pensar bien de los demás es que tenemos miedo a lo que pueda sucedernos.
La base del optimismo es el terror. Pensamos que somos generosos porque atribuimos a nuestro vecino las virtudes que más pueden beneficiarnos. Alabamos al banquero para que no nos penalice por estar en números rojos y encontramos buenas cualidades en el salteador de caminos con la esperanza de que respete nuestra bolsa. Creo todo lo que he dicho. Desprecio profundamente el optimismo. En cuanto a echar a perder una vida, una vida sólo se echa a perder cuando se detiene su crecimiento. Si quieres estropear una personalidad, basta reformarla. Por lo que hace al matrimonio, por supuesto que sería una estupidez, pero hay otros vínculos, mucho más interesantes, entre hombres y mujeres. Estoy desde luego dispuesto a alentarlos. Tienen el encanto de estar de moda. Pero aquí llega Dorian, que te lo contará todo
mejor que yo.
-Basil, Harry, ¡los dos tenéis que felicitarme! -dijo el muchacho, desprendiéndose impaciente de la capa con forro de satén y procediendo a estrechar la mano de sus dos amigos-. No he sido nunca tan feliz.
Ya sé que es repentino; todo lo realmente delicioso lo es. Y, sin embargo, me parece que no he buscado otra cosa en toda mi vida -tenía la tez encendida a causa de la alegría y la emoción, y parecía singularmente apuesto.
-Espero que seas siempre muy feliz, Dorian -dijo Hallward-, pero no te perdono del todo que no me hayas informado de tu compromiso. A Harry sí se lo has dicho.
-Y yo no te perdono que llegues tarde a cenar -intervino lord Henry, poniendo una mano en el hombro del muchacho y sonriendo mientras hablaba-. Vamos a sentarnos y a enterarnos de qué tal es el nuevo chef, y luego nos explicarás cómo ha sucedido todo.
-En realidad no hay mucho que contar -exclamó Dorian mientras los tres ocupaban sus sitios en torno a la reducida mesa redonda-. Ayer, sencillamente, después de dejarte; Harry, me vestí, cené en el pequeño restaurante italiano de Rupert Street que tú me hiciste conocer, y a las ocho estaba en el teatro. Sibyl interpretaba a Rosalinda. Por supuesto, el decorado era horroroso y el actor que hacía de Orlando absurdo. ¡Sibyl, en cambio! ¡Tendrías que haberla visto! Cuando apareció vestida de muchacho estaba absolutamente maravillosa. Llevaba un jubón de terciopelo color musgo con mangas de color canela, calzas marrones, un precioso sombrerito verde con una pluma de halcón sujeta por una joya, y un gabán con capucha forrado de rojo mate. Nunca me había parecido tan exquisita. Tenía la gracia delicada de esa figurilla de Tanagra que tienes en tu estudio, Basil. Los cabellos rodeándole la cara como hojas oscuras en torno a una pálida rosa. En cuanto a su interpretación..., bueno, vais a verla esta noche. Es, ni más ni menos, una artista nata. Me quedé completamente embobado en mi palco cochambroso. Me olvidé de que estaba en Londres y en el siglo XIX. Me había ido con mi amada a un bosque que nadie había visto nunca. Cuando terminó la representación, pasé entre bastidores y hablé con ella. Mientras estábamos sentados uno al lado del otro, apareció de repente en sus ojos una mirada que yo no había visto nunca.
Mis labios se movieron hacia los suyos. Nos besamos. No soy capaz de describiros lo que sentí en aquel momento. Me pareció que la vida entera se concentraba en un punto perfecto de alegría color rosa. Sibyl se puso a temblar de pies a cabeza, estremeciéndose como un narciso blanco. Luego se arrodilló y me besó las manos. Comprendo que no debería contaros todo esto, pero no puedo evitarlo. Por supuesto, nuestro compromiso es un secreto total. Sibyl ni siquiera se lo ha dicho a su madre. No sé lo que dirán mis tutores. Lord Radley montará sin duda en cólera. Me da igual. Seré mayor de edad en menos de un año, y entonces podré hacer lo que quiera. ¿No es cierto que he hecho bien sacando a mi amor de la poesía y encontrando a mi esposa en las obras de Shakespeare? Labios a los que Shakespeare enseñó a hablar han susurrado su secreto en mi oído. Me han rodeado los brazos de Rosalinda y he besado a
Julieta en la boca.
-Sí, Dorian -dijo Hallward, hablando muy despacio-; supongo que has hecho bien.
-¿La has visto hoy? -preguntó lord Henry.
Dorian Gray negó con la cabeza.
-La dejé en el bosque de Arden y hoy la encontraré en un huerto de Verona.
Lord Henry saboreó su champán con aire meditabundo.
-¿En qué punto mencionaste la palabra matrimonio, Dorian? ¿Y qué respondió ella? Quizá lo hayas olvidado por completo.
-Mi querido Harry, no me comporté como si fuera un trato comercial, y no le hice explícitamente una propuesta de matrimonio. Le dije que la amaba y ella respondió que no era digna de ser mi esposa. ¡Que no era digna! ¡Cuando el mundo entero no es nada para mí comparado con ella!
-Las mujeres son maravillosamente prácticas -murmuró lord Henry-; mucho más prácticas que nosotros. En situaciones como ésa, olvidamos con frecuencia mencionar la palabra matrimonio, pero ellas nos lo recuerdan siempre.
Hallward le puso una mano en el brazo.
-No, Harry. Has disgustado a Dorian, que no es como otros hombres. Dorian nunca haría desgraciada a otra persona. Tiene demasiada delicadeza para una cosa así. Lord Henry miró por encima de la mesa.
-Dorian no está nunca disgustado conmigo -respondió-. He hecho la pregunta por la mejor de las razones, por la única razón, a decir verdad, que disculpa de hacer cualquier pregunta: la simple curiosidad. Mantengo la teoría de que son siempre las mujeres quienes nos proponen el matrimonio y no nosotros a ellas. Excepto, por supuesto, las personas de la clase media. Pero lo cierto es que las clases medias no son modernas.
Dorian Gray se echó a reír y movió la cabeza.