Prologo

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El cuarto olía a tabaco barato y sangre. El sonido del agua goteando desde alguna tubería rota era lo único que se escuchaba, aparte de la respiración agitada de Bryan. Estaba en el suelo, amarrado de pies y manos con una soga áspera que le cortaba la circulación. La boca le sabía a metal por la sangre que brotaba de su labio partido, y un ojo estaba tan hinchado que apenas podía abrirlo. Las luces tenues del lugar lo cegaban de a ratos, pero eso no le impedía ver las dos figuras que se erguían frente a él.

De un lado, estaban los Yakuzas. Hombres vestidos impecablemente con trajes negros, tatuajes visibles en sus manos y cuellos. Llevaban las mangas remangadas, dejando al descubierto los intrincados diseños que contaban historias de poder y lealtad. Sus miradas eran frías, calculadoras, y Bryan sabía que no tenían paciencia para un pibe como él. Al frente, su líder, un hombre alto y delgado, con el cabello oscuro y peinado hacia atrás, sostenía un cigarro entre los dedos, observando a Bryan como si fuera poco más que un insecto.

—Mucho problema... por un chico insignificante -dijo el líder en un japonés lento y cortante, aunque Bryan apenas lo entendía. Doulingo y Google Translate no le servían para este tipo de situaciones, pero lo suficiente había había aprendido para captar el tono- ¿Qué valor tienes realmente?

Del otro lado del cuarto, casi en las sombras, estaba El Chino. La cicatriz en su rostro brillaba bajo la luz tenue, y aunque no decía una palabra, su presencia era tan pesada que casi se sentía en el aire. Tenía los brazos cruzados y una mirada fija en Bryan. El Chino había sido quien lo mandó a Japón, creyendo que Bryan podría manejarse. Claramente, se había equivocado.

— Vos me jodiste, pendejo... -murmuró El Chino, con un susurro amenazante que Bryan escuchó a pesar de la distancia- Vos sabías que esto iba a pasar, ¿no?

Bryan escupió sangre al suelo, mientras intentaba reacomodarse en el piso. Le dolía todo el cuerpo, pero no iba a dejar que lo vieran débil. Estaba metido en un quilombo, uno grande, pero no iba a dejar que lo quebraran.

—Qué les puedo decir, soy popular... -rió con un hilo de voz, aunque se le cortó de golpe cuando sintió una patada en el estómago de uno de los Yakuzas. El golpe lo dejó sin aire, pero no sin actitud- ¡Eh, la concha de tu madre! ¡Esos zapatos deben ser caros, no los ensucies conmigo!

El líder Yakuza esbozó una leve sonrisa, casi imperceptible. Levantó una mano, sosteniendo al hombre que estaba a punto de patear a Bryan de nuevo. Se inclinó ligeramente hacia él, con una expresión entre curiosidad y desprecio.

—Tienes agallas... -susurró el Yakuza, sacando el cigarro de su boca- Pero...ガッツがあなたを救ってくれるでしょうか?

(¿las agallas te salvarán?)

Bryan tragó saliva, aunque le costaba mantener la calma. Era un pibe del barrio, acostumbrado a enfrentarse a la policía, a los narcos locales, pero esto era otra liga. Los Yakuzas no eran unos chorros de esquina, y El Chino tampoco era un gil. Ahora estaban ahí, enfrentados por su culpa, y él estaba atrapado en el medio.

(Gil=Alguien ingenuo, incauto, simple o con poca capacidad de juicio)

—Mejor apurá con lo que sea que quieran, loco -respondió Bryan, con una media sonrisa que ocultaba su nerviosismo- Porque si siguen así, me voy a morir antes de que me digan qué carajo quieren.

El Chino avanzó unos pasos, metiéndose más en la luz. Sus ojos oscuros eran una mezcla de ira y frustración, pero también había algo más: el Chino no había llegado a donde estaba siendo emocional. Bryan lo sabía, pero eso no lo hacía sentir mejor.

—La cagaste, Bryan. Yo te mandé aquí a hacer un trabajo simple. Pero te metiste en un quilombo que ni vos podés manejar... -dijo, encendiendo un cigarrillo mientras hablaba- Ahora, los japoneses quieren su parte, y yo quiero la mía. Pero a vos... a vos te quieres muerto.

El líder Yakuza avanzaba lentamente. disfrutar Parecía de la situación. Le encantaba ver cómo alguien se desmoronaba, aunque Bryan todavía se resistía.

—Hay dos opciones, chico... -continuó el líder, haciendo un gesto a uno de sus hombres, que sacó una katana de su funda con un sonido metálico y afilado- Te quedadas con nosotros... o terminamos con esto ahora mismo .

Bryan respiró hondo, el sonido de la katana rozando el aire le puso los pelos de punta. Pero en ese momento, algo dentro de él se encendió. Había crecido en un barrio donde cada día era una pelea por sobrevivir. No iba a dejar que un par de Yakuzas de traje y su jefe narco lo dieran por muerto tan fácilmente.

—La verdad... -empezó, con esa sonrisa canchera y un hilo de sangre corriéndole por la comisura de los labios- No sé qué parte de esta historia me va a joder más, si ustedes queriéndome muerto, o yo cagándoles la vida a todos ustedes.

(Canchero= Actitud desafiante)

Los dos bandos se miraron por un momento, midiendo las palabras de Bryan. El cuarto se llenó de una tensión palpable. El Chino frunció el ceño, mientras el líder Yakuza observaba, fascinado por el desafío que este pibe argentino presentaba.

La noche estaba lejos de terminar, y Bryan Álvarez, golpeado y amarrado, no pensaba dejar que lo destruyeran sin antes hacer mucho más ruido.

—La puta madre... -pensó mientras sentía el dolor que recorría su cuerpo, con la katana brillando frente a él- ¿Cómo concha llegué a este quilombo?

Tiempo Antes..

Un argentino en JapónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora