[I] Un supuesto día de mayo

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Dedicado a mi mejor amiga, Fernanda.

Pocos saben, pero a unas cuantas cuadras de Plaza la Perla, esa egocéntrica joya arquitectónica de la ciudad más glamurosa del país (y más sinvergüenza, para variar), puedes tomar un camión, como le llamamos nosotros, que te dejará en un santiamén, en menos de media hora, en una colonia jodida a la que ni siquiera los Uber se atreven a entrar.

Entre árboles a medio caerse, basura siendo pastada por vacas de quién sabe dónde, uno que otro vagabundo que padece de sus capacidades mentales y mucho estiércol de perro, nacen unos edificios de color amarillento y verde, la combinación perfecta para que nadie quiera hospedarse en ellos, pero la necesidad mata; necesitábamos dónde vivir.

En el cuarto piso del 4071 vivía un muchacho de piel pálida, flacucho y de pelos locos, pues seguía renuente a admitir que su cabello no era lacio, sino chino. Él, a la misma hora, todos los viernes, se sentaba en el sofá a tocar su bajo eléctrico; siempre era la misma canción, de repente la cambiaba para aprender nuevos acordes, pero siempre terminaba regresando a "Patética" de PXNDX una y otra vez. Conectaba su amplificador y les daba un concierto a todos los vecinos, quienes le pagaban casi tumbándole la puerta a golpes, pidiéndole que se callara por una maldita semana.

Cuando ponía los pies en la tierra y abandonaba su papel de Ricardo Treviño para volver a ser él, solo él, se preparaba un té de frambuesa, se quedaba viendo los segundos en el microondas, sacaba su teléfono y buscaba a quién fastidiar un rato; las presas siempre resultaban ser algún número de su repertorio amplio de amigos.

Sunghoon no era un muchacho introvertido, era más bien sumamente sociable, aunque el bullicio le molestase sobremanera; siempre estaba dispuesto a ayudar con una sonrisa en el rostro, incluso cuando sus viejos vecinos le gritaban que se callara —lo cual jamás hacía, por supuesto— no relinchaba para bajarle al amplificador, a diferencia de la vieja del 35, quien al escuchar quejas gruñía como yegua pariendo y le aumentaba el volumen a su música de Selena Quintanilla.

Sunghoon tenía 17 años y una vida por delante, al igual que un amplio repertorio de sueños y aspiraciones que cada día crecía más. 
Su principal meta en la vida era clara: publicar un libro con su nombre en la portada, convertirse en autor. Le emocionaba y le hacía temblar la idea de postrarse ante un público a promocionar su obra literaria, enseñando a la gente sus títulos y las maravillosas letras que contenían en su interior, convertirse en el José Saramago de su generación, o en un nuevo José Emilio Pacheco. Después de ello, en su retiro, ya cruzando la línea de los 40 años, abriría un café con su mejor amigo, Jake, un café que tapizarían con murales de mariposas monarcas y un amplio océano, pues el sueño de ambos era ver en persona a sus animales favoritos: las mariposas monarca y los tiburones limón, respectivamente.

Y por último, pero no menos importante, Sunghoon quería ser padre. Quería casarse y formar una familia tradicional, no pedía mucho en realidad, y no le importaba con quién fuera. Desde su preadolescencia notó su atracción tanto por mujeres como por hombres, y al haber sido su primer interés amoroso un hombre transgénero, decidió no ponerse más títulos raros en la cabeza. Era simple y sencillamente un queer sin miedo a explorar nada. Pero eso sí, él realmente soñaba con hijos, con dos para ser exactos. Dos pequeñitos con su sonrisita de vampiro que todos sus amigos solían amar y notar a diario.

Su mente regresó a la realidad al escuchar el moderno aparato recordarle que el agua para su té estaba lista; lo sacó con cuidado, evitando quemarse el dorso de la mano como ya estaba acostumbrado a hacer. Mientras se sentaba a la mesa con su teléfono en mano, revisando las más recientes publicaciones de su cantante favorito en Instagram, un mensaje de Jake cayó en su bandeja de entrada. Dio un sorbo a su té, alzando una ceja al leer el comando de Jake.

"Te veo en el kiosco mañana a las 5:00, están regalando elotes. ¿Jalas?"

Pues qué idiota, si sabía que a él no le gustaba el elote. Pero no estaba de más pasar tiempo de caridad con su mejor amigo, hacía buen rato que no salían a solas.

A pesar de que Jake tenía un amplio repertorio de exnovias, no era inusual para ellos recibir preguntas estúpidas de gente... estúpida, sí. "¿Están saliendo?", "¿Cuánto llevan juntos?", "¿En serio sus padres los apoyan?" La gente se creaba historias completas en sus cabezas tan solo de verlos tomar un café juntos, criticando a sus correspondientes exnovios o ligues, bromeando de cómo ambos parecían tener el peor gusto en mujeres sobre el planeta.

A lo largo de su joven vida, Sunghoon había salido con más hombres que mujeres, en realidad, pero jamás lograba llegar a nada serio con ninguno. Si no lo ghosteaban y lo dejaban con el corazón en la mano, se daban a la fuga sin explicación y con un insensible "no estoy listo para esto" o "no estoy seguro, jamás he quedado con nadie de mi mismo sexo, ¿sabes?". Era, en definitiva, cansado; Jake parecía tener mejor suerte.

Con una sonrisa, escribió un sencillo "sí" en su teléfono celular, apagándolo para terminar su tarea de química, o la maestra lo reprobaría sin dudarlo. Después de que el reloj dio vueltas como maratonista, apagó su computadora, dejando caer la cara sobre la mesa, durmiéndose sobre sus apuntes, plumas, calculadora y teléfono, soñando, extrañamente, con el muchacho de cabellos castaños que lo había invitado a pasar la tarde juntos el día próximo. Pero sus sueños no eran agradables, por supuesto; fue una repentina pesadilla que lo despertó de golpe dos horas después, pues la imagen en su cabeza de Jake cayendo inconsciente en sus brazos para jamás despertar, le hizo dar un vuelco al corazón. Al mirar el reloj y darse cuenta de que apenas eran las 5:00 de la tarde, se metió a la ducha, se bañó con agua como para pelar pollos y se durmió, por fin conciliando un sueño cómodo, con muchos caballos de mar sobre una pista de patinaje... Normal, a comparación de su pesadilla pasada.

No podía esperar por pasar la tarde con Jake, su querido compañero.

No podía esperar por pasar la tarde con Jake, su querido compañero

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EL REY QUE SE AHOGÓDonde viven las historias. Descúbrelo ahora