Prólogo

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- ¡Debes de estar jodiendome!

Fruncí el ceño totalmente desconcertada, decepcionada, frustrada, enojada, ¿triste? Ni si quiera sabia. Solté un bufido y lance el libro a una esquina de mi habitación con una fuerza que probablemente no hubiera conseguido de no ser por mi enojo y frustración. Escuche a Diana, mi roomate, quejarse ante el ruido del golpe contra la pared, pero esta vez juraba que era una buena razón para lanzar algo a mi pared y arruinar nuevamente la pintura barata de esta.

- ¡Lo siento!

Me disculpe con una suave mueca antes de volver a hablar, tratando de justificarme

- ¡Pero la protagonista al final no se queda con el chico porque la estúpida moraleja era amistad! ¿Puedes creerlo? No entiendo honestamente, si vas a escribir un libro que me recuerde de mi sosa y miserable vida amorosa, ¿para qué clasificarlo como un romance?

Me queje y escuche a Diana suplicarme que me callara, levantándome de la cama porque era lo justo, ya pasaban de las doce y yo seguía en pijamas, despeinada y seguramente con restos de saliva en mi mejilla, asqueroso.

La verdad no tenia derecho de estar a esas horas seguir flojeando, tenia que terminar un ensayo argumentativo que me habían encargado semanas atrás y solo llevaba poco más de la mitad, lo cual me servia pero no lo suficiente, ya que era domingo y el limite de la entrega era el lunes a las siete de la mañana. Cualquier persona lo habría terminado con tiempo de sobra, pero el problema es que yo no estaba de acuerdo con las ideas de la persona que tenia que defender en el ensayo y me resultaba difícil escribir cosas que no entraran en mi moral.

Camine al baño y me eché un poco de agua en el rostro para por lo menos no parecer recién despierta en plena tarde. Como siempre, me hice un moño flojo en el cabello y me puse un short deportivo que no combinaba para nada con la sudadera enorme que llevaba puesta. Suspire y baje a la cocina donde se encontraba Diana.

- ¿Sabias que los tiburones son en realidad veganos y solo muerden humanos porque nos confunden con el brócoli? - preguntó Diana

Alce mi ceja confundida, observándola como observe a un pájaro el día que me cago en el cabello antes de un examen oral.

- ¿De verdad?

- No, estaba tratando de ver si era lo suficientemente creíble, hoy tengo una audición para un comercial de pasta dental.

- ¿Para qué mierda necesitas ser creíble para un comercial de pasta dental?

Le pregunte aún más confundida, mientras untaba queso en un pan tostado.

- Es que estoy segura de que la pasta no te blanquea en absoluto los dientes pero hay que convencer al publico que lo hace.

Solté una risa entre dientes, rodando mis ojos antes de pegarle una mordida a mi sandwich.

- Si la gran Diana Fernandez quiere el papel para ese comercial, necesita apurarse, escuche que entrara un frente frio a Londres y cerraran varias calles, tic tac, tic tac.

Murmure con ironía, chasqueando mi lengua varias veces mientras tocaba mi muñeca con mi dedo indice, como si tuviera un reloj.

- Aumentare el precio de tu renta solo por eso.- dijo con seriedad.

Afirmó. Abrí mi boca indignada, alzando mis brazos para dejarlos caer a mis costados, observándola correr hasta la puerta.

-¡Ni si quiera rento este lugar! - le respondí confusa, con la mitad del pan dentro de mi boca

- ¡Por eso!

- ¡Ughhhhh!

Hice una mueca, dejando la mitad del pan en el plato para caminar al baño y lavarme los dientes. Hoy no planeaba salir de casa por el ensayo, pero me resultaba más cómodo trabajar en la biblioteca que en el departamento, donde cada cinco segundos se escuchaban los tacones de la vecina de arriba azotar contra el piso cada que descubrir que su esposo había perdido otro trabajo. Tome mi laptop y bolso y sali de casa.

No fue hasta que pasó media hora y seguía sentada en la biblioteca pensando que escribir, cuando intente llamarle a Rosie; mi mejor amiga, para preguntarle que había puesto ella, pero inmediatamente me di cuenta que mi teléfono no estaba por ningún lado.

Mierda.

Ni si quiera me queje, solo me mantuve otros cinco minutos quieta, observando a mi bolso en silencio esperando que apareciera mi teléfono por magia o algún milagro, pero lamentablemente no sucedió.

- Diosito, ¿qué karma estaré pagando...?- susurre, pegando mis palmas mientras observaba al techo con mis cejas fruncidas y una mueca triste.

No conseguí respuesta, obviamente, así que suspire y me vi en la obligación de continuar el ensayo. Dos horas después logre avanzar más de tres párrafos, pero ya no podía seguir escribiendo ni una palabra más, me dolían los dedos y me sentía agobiada.

Acaricie mi entrecejo buscando relajar el punzante dolor que se instalo ahí, entonces decidí levantarme y caminar a la salida después de pagar por el pequeño café que había pedido para llevar. El clima estaba normal pero el aire si que estaba frío, no había mucho tráfico y en cada esquina de las calles habían puestos con decoraciones para Halloween, que se acercaba pronto, por cierto.

Cuando llegue al edifico, subí hasta mi departamento y sonreí relajada al ver a mi hermoso teléfono esperando por mí, abandonado, en medio del comedor. Lo tomé rápidamente después de cerrar la puerta detrás de mi con mi pierna, desbloqueando mi celular en tiempo récord. Hice una mueca al ver todas las llamadas perdidas que tenia de Rosie. Inhalé y la llame devuelta, con preocupación.

- ¡Mariand! Dios mío, ¿si sabes contestar el maldito teléfono? ¡He estado llamándote por horas, bruja!

Fue lo primero que escuche cuando me atendió la llamada.

- ¿Que sucede? ¿Está todo bien? - pregunte con obvia preocupación, solo había tres razones por las que Rosie me llamaba:

1) Había caído en las mentiras de su ex y regresado con él.

2) No sabia que ponerse.

3) Algo había descubierto, podía ser muy malo o muy bueno.

- Hoy en la mañana fui a la uni por unos papeles para cambiarme de carrera, y nuestro tutor me pidió que te avisara que te había encontrado pareja para el proyecto...

Ya sabía, ya sabía que es lo que estaba apunto de decirme, pero juro que le rogué a diosito todo lo que pude, le rogué que no fuera él, creo que hasta le rogué a la virgencita.

- ¿Y...?

Pregunte asustada, cerrando mis ojos con fuerza, esperando con miedo su respuesta.

- ¡No! ¡No me lo digas, prefiero descubrirlo yo misma! - la interrumpí rápidamente, negando rotundamente con mi cabeza aunque estuviéramos en llamada.

- Agh...bueno, como quieras, pero no te gustará nada la respuesta, ¿eh? - dijo Rosie

- Honestamente muero de curiosidad pero prefiero dejarle ese problema a la Mariand del futuro. - murmuré, suspirando.

-Es Santiago.

Mi mandíbula cayo al piso al escuchar su respuesta, y estoy segura de que hasta Rosie pudo escuchar en la llamada mi respiración detenerse.

- ¡ Lo siento! ¡No podía guardarmelo, tenía que sacarlo! - dijo rápidamente, pero mi mente estaba en blanco. - ¡Sabes que tengo colitis nerviosa, no puedo guardar secretos!

Gruñí, hace cuatro años no lo veía y mi vida estaba perfecta así, estaba maravillosa, pero algo tenia que cagar mi paz. Pero definitivamente no esperaba que fuera él, no quería que fuera él, todos menos él.

- Maldito seas Santiago.

Dije antes de colgar la llamada.

Con todo mi amor, MariandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora