Capítulo III

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El espeso bosque se llenaba de gritos lejanos, el olor a lluvia y a tierra mojada se mesclo con la cecina que caía despistadamente en el bosque. Unos grandes pinos quebrados en el suelo se dejaron ver, zarpazos de garras en la mayoría de los árboles, y el aterrador y oscuro silencio que solo el eco del caos perturbaba en la inquietante y perturbadora tranquilidad del bosque.

Entre todo el caos, ese era el escenario que le dio la bienvenida a Leila y al pequeño Sebastián.

La inquietud albergo la mente de Leila, se encontraba atenta a cada segundo. Cada paso que daba lo hacía con una rapidez y con un silencio que pasaba desapercibido en el bosque. El extraño silencio le era sofocador y hasta asfixiante. Su corazón exigiéndole salir de su cuerpo cada vez que se alejaba del pueblo la tenía ofuscada de sobremanera.

El pequeño Sebastián se encontraba tan sumido en su sueño que no se percató cuando Leila hizo una maniobra para saltar por un riachuelo.

¿Acaso sabia a donde dirigirse Leila?

Sus orbes grises se fueron a todas las direcciones posibles. Pero solo encontró un silencio abrumador. Sujeto con una sola mano al bebé y con cuidado se escondió detrás de un árbol. Se sentó en la húmeda tierra y prosiguió a abrir la mochila.

Sacando de ella; un pañal y una pequeña lata de papilla de pera.

Acostó al bebé sobre sus piernas haciendo que este por inercia abriera los ojos, al reconocer quien era, termino por sonreír de forma risueña. Leila ni siquiera lo contemplo lo suficiente, cuando dirigió sus manos al pantalón del bebé para cambiarle de pañal. Este se dejo hacer mientras enredaba su pequeña mano en un mechón rojizo de Leila.

Al terminar la acción, dirigió la mirada al pequeño Sebastián; quien se encontraba mirándola de forma curiosa.

—Cuando crezcas tienes que pagarme por esto. —susurro mirándolo a los ojos. Sus ojos grises destilaban neutralidad y frialdad comparados con los risueños azules de Sebastián.

 — No te servirá de mucho esa cara tuya en estos momentos— musito abriendo la lata. Sebastián solo la observaba de manera despistada.

Unto un poco de papilla en su dedo, lo acerco a la pequeña boca color fresa y está la succiono con un ímpetu intranquilo. El hambre agarro desprevenido al pequeño Sebastián.

 Hizo la acción de manera monótona 6 veces más. El acto no la distrajo de estar alerta, estaba con los sentidos a flor de piel, su corazón le bombardeaba queriendo esconderse en el fondo del bosque. Ella solo era una víctima más del miedo y una mártir de su angustia.

<<Tenemos que avanzar antes de que los …>>

Unos gritos desconocidos interrumpieron a Leila de sus pensamientos. De pronto sus cienes le ardían, su respiración se contrajo. Llevo sus orbes grises a su izquierda; al lugar de donde provenían los iracundos gritos.

—¡No te acerques más!, ¡Solo déjame, por el amor de dios! — se oyeron de manera desesperadas las suplicas.

La desgarradora voz se escuchaba ligeramente lejos de donde se encontraban. Y Leila lo supo, estaban a unos cuantos metros de ellos. Un alivio angustioso recorrió el cuerpo de Leila al percatarse de la oportunidad y el peligro que se presentaban ante ella.

Intento levantarse cuidadosamente, pero cuando logro su cometido el bebé empezó a inquietarse, se movió incomodo en su lugar. Mientras más se movía Sebastián, los gritos más se intensificaban, volviendo el escenario desesperante para Leila.

—¡Te lo suplico no me comas!, ¡No, no!, ¡Aahh!

Los jadeos y los gritos ahogados de la victima dejaron entumecida la conciencia de Leila, con la respiración temblorosa llevo su mirada a Sebastián, encontrando que este, se encontraba frunciendo el ceño y los ojos; a punto de llorar.

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