Capítulo 2.

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Erik.


Seguía exactamente igual desde la última vez que la vi.

Tuve que aguantarme las ganas de que mis dedos se perdieran por la suavidad de su pelo cuando estuve con ella en la cocina.

— ¿Qué piensas de Crystal? – Preguntaba mi madre con curiosidad mientras yo apagaba el motor del coche.

"Que estaba jodidamente irresistible, mierda"

— Parece una buena chica. – Fue lo único que salió de mis labios.

— Erik, te conozco, por favor, llévate bien con ella, cariño...

Me giré hacia ella y enarqué una ceja.

Ni que yo fuera el villano que va a secuestrarla o algo por el estilo.

— Me estás pintando como un monstruo.

— Eso no es cierto.

— Sí que lo es.

Mi madre suspiró cansada.

— Entiendo que volver a Dalston y dejar atrás tu vida...

— ¿Qué vida, mamá?

Pareció arrepentirse por lo que dijo, agachó la cabeza y abrió lentamente la puerta del coche para entrar a nuestro piso.

No pude evitar pegarle un puñetazo al volante antes de salir del coche al mismo par que ella y entrar al edificio.

— Lo siento. – Se disculpó mientras giraba la llave y abría la puerta.

Pasé a su lado sin mirarla.

No es como si yo y mi madre nos lleváramos a matar, simplemente... ahora mismo yo no era el mejor hijo del mundo.

¿Si hubiera una competición al peor hijo? Creedme, me llevaría el primer premio de cabeza.

Mi cuarto seguía igual a cómo lo dejé la última vez. Las mismas sábanas, mismos pósteres... Nada había cambiado, excepto yo.

Entré al baño para cambiarme y ponerme algo más cómodo. El traje me quedaba como anillo al dedo, pero los la entrepierna, me estaba matando ya.

Cuando me miré al espejo, mi mirada viajó hacia mi abdomen, no pude evitar poner cara de asco al ver la estúpida cicatriz. Me puse la parte de arriba del pijama y me metí directo a la cama.

— ¡Ya está todo!

— ¡Andando!

¿Las mudanzas? Las odiaba.

¿Descargar las cajas? Lo odiaba.

¿Tener que escuchar cómo se gritaban los chicos de la mudanza para darse unas simples órdenes? Lo odiaba el doble.

Toqué el claxon de mi moto para que mi madre se pusiera ya en marcha. Pero, al parecer, mi madre se había tomado hoy muy en serio eso de: precaución.

Ya que su velocidad no pasaba de los 90.

Di un pequeño bufido y, sin pensarlo mucho, aceleré rebasándola por el lado. Lo siento, no me gustaba competir y menos con mi madre, pero llevaba años sin usar a mi pequeña, la necesito.

Al cabo de un rato llegué a la casa de los Miles.

Me bajé de la moto y me quité el casco mientras me ponía en marcha para tocar el timbre. Pero por suerte, alguien ya salía por la puerta, chocando de bruces contra mi pecho.

De nuevo tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora