Permitirme que vaya de año en año, de anécdota en anécdota pues mi muy voluminosa cabeza guarda pocos recuerdos y el simple hecho de recordar que desayuné ayer me hace añicos.
Allá por el año dos mil catorce, en la oscuridad de mi cuarto y gracias al odiado y muy presente en aquel día aburrimiento tuve el placer de contemplar a través de la enfermiza pantalla de mi ordenador uno de los mayores logros cinematográficos que mis ojos había saboreado pero para mi desgracia y los contribuyentes, aquella no era si no otra película más sobre los años sesenta y sus complicaciones para, en especial cuatro muchachos y su profesor de literatura. El aclamado actor ya fallecido Robin Williams encarnaba el personaje de Jhon Keating quien se dirige a sus alumnos como aquella frase célebre que fue escrita por W.W. (Walt Whitman) dedicada al, por aquel entonces actual, presidente Abraham Lincon: Oh Capitán, mi Capitán.
El resto de alumnos eran normales, ilusionados con aprender lo básico para poder acabar así su época como conocido estudiante y acudir por fin a una universidad. Corrientes adolescentes con las hormonas alteradas y deseosos de libertad y mujeres ya que cabe mencionar que su escuela era privada para varones. Sin embargo, estos muchachos demostraron algo en la pantalla que nunca antes había visto yo en la vida real: devoción a su profesor. Los profesores, maestros y aquellos que se dedican a la enseñanza nunca reciben un trato favorecedor mayoritariamente de sus alumnos pero lo que yo pude ver en estas secuencias surrealistas de una vieja y anticuada película de mil novecientos ochenta y nueve era algo con lo que a menudo soñaba mi mente despistada en mis propias clases pues al igual que el resto de sus corrientes alumnos deseaba acabar ya mis años de estudiante abrumado y arrogante para poder empezar así la que yo soñaba que sería mi vida llena de aventuras y mil sitios por descubrir.
Un profesor que nos hiciera vivir las clases, que nos enseñara la esencia de la importancia de cada minúsculo detalle, alguien que nos abriera los ojos a los necios y nos vislumbrara un nuevo mundo donde cada susurro te cortaba la respiración y tus palabras al recitar poesía surgían como un arroyo de limpia, fresca y dulce agua fría que corría a través de cascadas por los bosques, iniciada en antaño en las cumbres de las colinas mas heladas y frías que la tierra conocía para acabar su trayecto desde las alturas hasta el final de los océanos y mares más puros y cercanos a sus afluentes. Pues así era mi mundo soñado y contado por un profesor, alguien como el señor Keating que a pesar de ser un personaje ficticio inspiró decenas de personas y no creáis que no se me rompe el alma al decir simplemente decenas pues mas quisiera yo decir miles o millones pero supongo que no todo el mundo está pendiente de la esencia de una palabra o la fluidez de un susurro. Ya que, desdichada poesía mía a la que nunca lograré entender, el único que abrirme los ojos y hacerme ver pudo, que la vida no es sino Carpe Diem fuiste vos Oh Capitán, mi Capitán, señor Keating, antiguo miembro del Club de los Poetas Muertos.
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Memorias de un vagabundo
SonstigesA mis queridísimos descendientes, progenitores y compañeros...