Prólogo
El ángel Uriel, un ser de belleza celestial, con tez morena y ojos negros que reflejaban la inmensidad del universo, se encontraba al borde de la perdición. Su destino, una condena al abismo infernal, se cernía sobre él como una oscura nube de tormenta. Su amada, Izby, la soberana del infierno de Lucifer, contemplaba con angustia la crueldad de la justicia divina.
"¡No!" - exclamó Izby, su voz resonó con la fuerza de mil demonios, desafiando la voluntad de los ángeles que se preparaban para arrastrar a Uriel a las fauces del infierno. "¡Dejenlo! ¡Él no tuvo la culpa!"
Su cuerpo, atado al infierno por un pacto ancestral, no podía escapar de la condena eterna, pero su alma ardía con un amor que traspasaba las fronteras del cielo y el infierno. Su amor por Uriel era un fuego que ardía con una intensidad que desafiaba las leyes del universo. Ella, una reina del infierno, había encontrado en él una luz que iluminaba su oscuridad, una esperanza que la hacía soñar con un futuro que no le pertenecía.
"¡Quítate! Tú y ese traidor son un asco, una vil blasfemia... Cometió un pecado, involucrarse con un demonio," espetó uno de los ángeles, mientras tomaba a Izby por el cuello, arrojándola lejos de Uriel con brutalidad.
El cuerpo de Izby, frágil a pesar de su naturaleza demoníaca, rodó por el suelo del Jardín del Edén, lejos de su amado. Su cuerpo, marcado por la crueldad de los ángeles, se estremecía de dolor, pero su mirada, llena de amor, no se apartó de Uriel.
"¡No!" - gritó Uriel, su voz desgarrada por la angustia, extendiendo sus alas para volar hacia ella. "¡Izby! ¡Izby!"
La pequeña demonio, con una sonrisa que irradiaba un amor infinito, lo miraba desde el suelo. Uriel se arrodilló a su lado, tomando su rostro entre sus manos. "Estás bien..."
"Estoy bien..." - respondió Izby, su voz apenas un susurro. Su mirada se posó en el ángel que se había posicionado detrás de Uriel, empuñando una espada mortal. "¡No!"
El tiempo se congeló. Dos segundos. Suficientes para que el ángel, cegado por el odio, se abalanzara sobre Uriel, listo para acabar con su vida. Izby, con un acto de amor tan grande como la propia eternidad, empujó a Uriel hacia un lado, interponiéndose entre él y la espada.
Un crujido, un grito desgarrador. La espada se hundió en el cuerpo de Izby, atravesando su abdomen y pecho. El ángel la había apuñalado.
"¡No!" - gritó Uriel, desgarrado por el dolor, mientras acunaba a su amada en sus brazos. Izby escupió un poco de sangre, con una última mirada llena de amor hacia su amado. Sus ojos, llenos de lágrimas, se encontraron con los de él, y en ese instante, Uriel sintió como si el mundo se fuera a desmoronar.
Sus ojos, lentamente, se apagaron, apagándose como una estrella fugaz en la noche. Su cuerpo, débil y frío, se desvaneció ante sus ojos. Antes de cerrar sus ojos para siempre, susurró con voz apenas audible: "Te amo".
Uriel, desgarrado por el dolor, la estrechó con fuerza, sintiendo la frialdad de su cuerpo. Su amor, la llama que lo había mantenido con vida, se había extinguido, dejando un vacío insoportable en su alma.
"Me iría al infierno contigo sin importar que", susurró Uriel, su voz llena de un dolor profundo, mientras las lágrimas le recorrían el rostro. "Te amo, Izby. Te amo."
La furia se apoderó de Uriel. La ira, como un volcán en erupción, lo consumió por completo. Con un rugido de dolor y venganza, se abalanzó sobre el ángel que había asesinado a Izby. Sus alas, antes símbolo de pureza y luz, se convirtieron en armas de destrucción. Con una fuerza sobrehumana, lo golpeó, destrozando su cuerpo en mil pedazos. La sangre del ángel, un líquido oscuro y viscoso, manchó el suelo del Jardín del Edén, como un símbolo de la furia que había consumido a Uriel.
La justicia divina, ciega ante el amor de Uriel, lo condenó por su acto de venganza. Lo desterraron al infierno, junto al cuerpo de su amada Izby. Su amor, prohibido y condenado, se convirtió en una maldición eterna. El infierno, antes un lugar de oscuridad y sufrimiento, se convirtió en su santuario, un lugar donde su amor podría florecer en la eternidad.