El infierno, un lugar donde las almas de los pecadores encontraban su destino final. Izby, una joven que no nació en este reino de fuego y azufre, sino que llegó desde el mundo humano, era una excepción. No era una overlord, ni un demonio de bajo rango, sino una soberana cercana a Lucifer, el ángel caído del cielo.
Izby, en su vida terrenal, había cometido varios pecados que la condenaron: asesinato, robo y torturas. Estas acciones le habían dejado como marca dos grandes cuernos rojos, que aún conservaba a pesar de mantener su forma humana.
Después de un día agotador, cumpliendo las órdenes de Lucifer, Izby finalmente podía descansar. Se dirigía a su hogar, lejos de los otros anillos o círculos del infierno. Su casa se encontraba en un barrio tranquilo y elegante, por lo que llevaba un vestido negro formal que acentuaba su figura. El vestido, sin mangas, se extendía hasta el suelo y se abría en dos a la altura de sus piernas. En sus muñecas y tobillos llevaba brazaletes de metal que la ataban a Lucifer, asegurando que su alma no sufriera en el infierno.
Caminaba con tranquilidad, saludando a los demás demonios que encontraba en su camino. Al llegar a su hogar, se sentó y se preparó una taza de café. Aunque los demonios tenían gustos extraños, Izby prefería las cosas más humanas.
Mientras preparaba su café, miraba a través de la ventana. A pesar de estar en el infierno, había momentos de belleza. Sin embargo, como buen demonio, su pasado en la tierra la perseguía. En la ventana, podía ver a su versión humana asesinando a sangre fría a un hombre rico. Ese había sido su último encargo.
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Mundo Humano, 2024, Tokio, Japón - 11:30 pm
Izby caminaba por las calles de Tokio. A pesar del frío, no llevaba un suéter, solo una camisa de manga larga negra, pantalones cargo del mismo color y botas negras. Su cabello corto y ondulado, con un copete en la frente, estaba suelto. Observaba el hermoso paisaje, buscando a su víctima: un hombre rico japonés.
Caminaba tranquilamente detrás de él, fingiendo no conocerlo. Cuando el hombre pasó por un callejón oscuro, Izby se adelantó y lo empujó hacia adentro.
"¡Agh... qué demonios te pasa?!" -exclamó el hombre, enojado, mientras se sobaba el golpe-.
"¿Usuma Sato?" -preguntó Izby, sacando una navaja mariposa de su bolsillo-.
"¡Sí, quién eres tú?" -respondió el hombre, mientras se levantaba y sacudía su gabardina-.
"Izby, mucho gusto..." -dijo Izby, acercándose lentamente-.
"¡Aléjate!" -gritó el hombre, poniéndose en posición de ataque-.
"Ey, amigo, relájate!" -dijo Izby, sonriendo y riendo suavemente mientras lo observaba-.
El hombre la miraba con confusión, a punto de irse, pero Izby lo tomó del hombro.
"¿A dónde piensas que vas...?" -susurró Izby en su oído. Con un movimiento rápido, lo tiró al suelo y se subió encima de él-. "No pienses que puedes dejarme aquí así. Eres mi encargo, y necesito cumplirlo..."
Izby sonrió, aunque se sentía un poco vulnerable. El hombre la tomó de la cintura, observando su figura. A pesar de su peso de 66 kg, Izby tenía una silueta atractiva. El hombre recorrió su mirada desde sus pechos, bajando lentamente por su abdomen y cintura, hasta su cadera, donde la apretó ligeramente. Izby se quedó quieta, sorprendida y ligeramente sonrojada.
"¿Quédate conmigo y no tendrás que cumplir estos encargos, Izby? ¿O es que no sabías que sé todo sobre ti? Sé de dónde vienes, quién es tu familia, a qué te dedicas aparte de esto... ¿O es que también lo haces para pagar tus pinturas?" -dijo el hombre, con una sonrisa-.
"¿Mis pinturas?" -susurró Izby, bajando sus brazos y la navaja-. "¿Mi familia...?"
Sus ojos se abrieron con sorpresa al recordar a su familia, su madre y sus hermanos. Sus ojos se humedecieron un poco. La propuesta del hombre era tentadora.
"No..." -susurró Izby. El hombre sabía más de ella que cualquier otro encargo, que solo conocían su nombre real. Izby volvió a levantar sus brazos, empuñando la navaja, y comenzó a apuñalar al hombre repetidas veces en el cuello y el pecho, matándolo.
Izby se limpió las lágrimas y la sangre con cuidado, mientras metía al hombre en una bolsa de basura para tirarla en un contenedor cercano. No sin antes tomar la gabardina negra del hombre.
Sus ojos se humedecieron de nuevo, mientras recibía el dinero de su encargo. Estaba en un cajero automático, cerca de la escena, depositando la mayor parte del dinero a su madre. Después, salió y caminó cerca de un parque.
"Así que eres tú..." -dijo un sujeto detrás de ella-.
Izby sintió un escalofrío y se giró rápidamente para ver al sujeto. Recibió un disparo en la frente que terminó con su vida esa noche...
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A través de la ventana de su cocina, Izby veía la escena pasar por sus ojos, como un recuerdo de su vida. Estaba a punto de tomar un trago de su café cuando escuchó el movimiento de un arbusto justo debajo de la ventana. Se asomó, abriendo la ventana y sacando la cabeza. Miró a los lados, pero no vio nada. Estaba a punto de cerrar la ventana cuando sintió el filo de una espada en su barbilla. Izby se quedó inmóvil, sintiendo el filo deslizarse por su garganta.
"Te quedarás quieta sin hablar..." -susurró una voz masculina mientras salía del arbusto-.
Era un ángel. ¿Cómo lo sabía? El aro en su cabeza era evidente, y unas alas blancas con un ligero tono amarillo salían del hombre de tez morena.
"¿Un ángel en el infierno?" -susurró Izby, sorprendida, ya que no había visto a ningún otro ángel aparte de Lucifer-.
"¡Cállate, dije!" -gritó el ángel, tirando a Izby al suelo de su casa y entrando él, dejando ver su silueta-.
"Soy Uriel, el ángel Uriel, y he venido a tu mundo por un trabajo que me pidieron." -dijo Uriel, sonriendo al ver a Izby tirada en el suelo-.
"¿Y eso a mí qué?" -dijo Izby, tratando de levantarse mientras la espada se posaba frente a ella-.
"Me ayudarás..." -dijo Uriel, guardando su espada y sus alas-. "Tengo que matar a Lucifer, y tú eres la soberana más cercana a él. Mañana por la mañana, me llevarás hasta él..."
"¡Estás loco! ¡No dejaré que mates a mi jefe!" -dijo Izby, levantándose de golpe, a punto de responderle a Uriel, quien se acercó a ella-.
"Mueres tú o muere él. Tú sabes que las espadas divinas están hechas para que, en cuanto te mate, tu alma desaparezca y tú..." -dijo Uriel, riendo-.
"Está bien..." -susurró Izby, tomando nuevamente su taza de café. No era la primera vez que algo así sucedía-.
"¡Bien! ¿Puedo quedarme en tu casa esta noche? Por fiiiis..." -dijo Uriel, haciendo una cara tierna. Izby era sensible a la ternura, aunque no conocía a este ángel y sospechaba de él, era parte de su nuevo plan-.
"Está bien... está bien..." -susurró Izby, solo para ambos, mientras se dirigía a la sala-. "Solo quédate callado y no hagas desorden. Por más ángel que seas, esta es mi casa."
Izby se sentó en la sala, dejando a Uriel solo. Él reía en voz baja. No le gustaba usar su lado dominante y agresivo, pero debía hacerlo. Se quitó los zapatos y se dirigió hasta donde estaba Izby para observarla. Izby sintió la mirada del ángel, pero no le prestó atención.
"Yo... lo siento por cómo llegué. Pude haber tocado tu puerta, pero no sabía cómo dirigirme. Lo siento." -dijo Uriel, apenado, mientras se ponía sus lentes que llevaba guardados-.
"Tranquilo, es el infierno. Estoy acostumbrada..." -dijo Izby, mirando con sospecha a Uriel, quien se sentó a su lado-.
No mentía, Uriel le parecía hermoso y guapo, sobre todo porque era tierno. Eso le llamó la atención.
Tal vez no estaría mal probar al ángel? Bueno, nunca había visto a uno y pensaba que eran falsos, pero algo tenía ese ángel.
Algo que a Izby le estaba llamando la atención...