Pacto Lunar

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Las luces en el cielo eran hermosas, pero no deberían estar aquí.

Aquellas auroras boreales verde esmeralda que se abrían paso entre las pocas nubes y se mezclaban con los colores del atardecer aunque eran un espectáculo, casi como un sueño, solo gritaban que todo estaba mal.

La vida sonaba aquel día como un cuarteto de cuerdas depresivo y caótico, pero el caos no es más que el desorden acomodando las cosas.

Nunca le tuve miedo al final de este mundo, no hasta ahora que tenía por quien vivir, que tenía vidas por proteger, mis hijos.

El teléfono sonaba con insistencia entre mis cosas pero mi cabeza no daba para más, y aunque hubiera querido sentarme a ver aquel espectáculo, en otra ocasión lo habría hecho, habría disfrutado de una copa de vino mientras veía el mundo alterado, esta vez no podía permitírmelo.

La tierra había temblado y de esos cuentos de las trompetas que anuncian el fin me había reído tantas veces, pero juro que esta vez lo había escuchado.

Movilizarse era imposible, carros atascados, gente violenta, el mundo estaba patas arriba, encontré una bicicleta en medio de la calle, por supuesto que me serviría.

Recorrí toda la ciudad y crucé dos puentes para poder llegar a mi hogar, pero todo estaba tan de locos, sobrevivir el camino ya era un reto. Al llegar al segundo puente pude ver que las luces intensificaban su color y tamaño y como si de una obra de destrucción planificada se tratara, un edificio que quedaba al pie del río caía completo, como si un gigante lo agarrara desde la raíz tirándolo a un lado, el agua se levantaba ante la mirada perpleja de quienes pasaban entre los autos porque el atasco del puente era peligroso, el cualquier momento colapsaría.

El único carril libre lo estaban usando los agentes del orden y los bomberos, pero, a qué acudía?, ¿qué podrían salvar ellos?

Pedaleando lo más fuerte posible pasé entre los autos y arriesgándome a ser arrollada por un camión, tenía que llegar a casa, aunque fuera el fin, quería estar con ellos, mis hijos.

Al llegar a mi pequeño pueblo, el caos era más eminente, algunos pobres desgraciados saqueaban las tiendas mientras otros corrían a sus casas, entre todo ese alboroto logré llegar a casa, aún era de día, mi pequeña brujita corrió como siempre hacía mi a darme un abrazo. Lo que diera por tener ese abrazo eternamente.

En su inocencia ignoraba lo que sucedía, el más pequeño ni si quiera podía sentarse solo aún y el mayor jugaba mientras veía doraemón.

-Ma, ya mismo vemos a la luna

-Si princesa, ya mismo la vemos

-La luces son lindas, no son malas, son lindas

-¿Quién te dijo que son malas?

-La tita me dijo, eso es malo, no lo mires.

-Si quieres puedes seguirlas viendo, me iré a cambiar de ropa, si.

Al ingresar a casa mi abuela me cuenta lo que habían dicho en el noticiero, al parecer las luces estaban causando algún efecto en el clima y varios terremotos estaban azotando todo el sur de América, en cualquier momento nos tocaría también a nosotros.

-Ma! -Gritó mi pequeña- La luna está muy grande, la podría tocar

Pensé que era su dulce imaginación. Cada tarde salía al mismo sitio en el patio a ver como la luna aparecía, a su corta edad incluso sabía cómo funcionaba el calendario lunar y aunque no sabía leer comprendía las fases de la luna.

-Pero hoy no hay luna llena!

-No, pero mira, ven, está cerca.

Al salir comprendí que no mentía, ese satélite blanco era más grande, más brillante, más nítido.

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