Vanessa.
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.Desperté lentamente, sintiendo una pesadez extraña en mi cuerpo, no exactamente física. A mi alrededor, el aire parecía estático, como si el tiempo en aquella ajena habitación se hubiese detenido. No sentía frío, ni calor. Mi piel, antes tan sensible a la temperatura, ahora no respondía ante ella. Podía percibir la textura de las sábanas bajo mis manos, suaves pero inertes, carentes de la calidez que solía asociar a la vida.
Abrí los ojos poco a poco, dejando que la oscuridad de la habitación se acomodara a mi nueva percepción. Me senté en la cama, y al moverme, noté algo distinto. Mi vista, antes un poco borrosa por las mañanas, ahora captaba cada pequeño detalle. Las cortinas gruesas colgaban como sombras pesadas, y las paredes de piedra se mostraban en todo su esplendor, con grietas que antes jamás habría notado.
Todo se veía con una claridad que me resultaba abrumadora. Mis manos, que solían estar tibias, se veían extrañamente pálidas, como si la sangre hubiera dejado de correr dentro de mí. Las venas, apenas visibles, parecían no tener razón de ser.
Respiré profundamente, aunque no lo necesitaba. Era más como una costumbre que parecía haber quedado grabada en mi cuerpo. Al hacerlo, los sonidos del castillo llegaron a mí con una precisión impresionante. Podía escuchar el crujir de madera a lo lejos, el eco de pasos en algún pasillo del lugar, y el suave movimiento del viento entrando por alguna rendija. Los sonidos no se mezclaban; cada uno estaba perfectamente separado de otro, como si mi mente pudiera separar y analizar cada partícula de ruido con una claridad que antes habría sido imposible.
Mientras procesaba con dificultad todos los cambios, la puerta de la habitación se abrió suavemente. Una mujer entró, sus pasos apenas perceptibles en el suelo de piedra. Llevaba un vestido largo y oscuro que rozaba el suelo con un sonido sutil. Me observó con sus penetrantes ojos negros, con una calma inquietante, pero no intimidante. Algo en su mirada me decía que no podía esconderle nada. Que sabía perfectamente qué estaba haciendo ahí.
—¿Cómo te sientes? —su voz era suave, pero había una fuerza en ella que no podía ignorar.
La miré, todavía tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. No respondí. Sentía que cualquier palabra que dijera no podría abarcar en absoluto lo que estaba sintiendo. Solo dejé a mis ojos vagar por la habitación nuevamente, buscando algo que anclara mi mente para poder descansar de todos mis abrumadores sentidos.
Nada parecía igual, nada se sentía real. Observé mi piel, mi respiración que no necesitaba, y ese constante zumbido en mis sentidos.
—Supongo que aún no estás lista —continuó ella tras un breve silencio entre ambas, sonriendo de una manera comprensiva—. Te daré un momento.
Cuando estaba a punto de girarse para salir de la habitación, algo dentro de mí reaccionó.
—Espera —dije, con una voz que me resultaba extraña, como si no fuera la mía—. ¿Dónde está Nathalie? —la mujer se detuvo y me miró con una sonrisa.
—El amor de un aeternum es hermoso —dijo, aún con aquella radiante sonrisa en el rostro—. Nathalie acaba de salir, pero estará de vuelta en un momento.
El nombre de Nathalie me atravesó el pecho como un latigazo. Mi cuerpo, aunque ya no obedecía a las mismas reglas, aún respondía a aquel hermoso nombre. La necesidad de verla y de tocarla, se volvió una fuerte urgencia.
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Rebecca, Still With You | Vampire |
RomanceSegundo libro. Continuación de "Vanessa, I found you"