CAPITULO V - ADOLESCENTES

0 0 0
                                    

El: Los primeros años del secundario, al menos para mí, fueron bastante irrelevantes, casi imperceptibles. No recuerdo muchas cosas, y era extraño encajar en ese colegio privado al que logré entrar más por mis buenas notas en la primaria que por otra cosa. Siendo honestos, ¿quién no tiene buenas notas en primaria? No sé qué pensaban mis padres, especialmente mi papá, que el primer día, mientras me llevaba a la escuela, hacía chistes diciéndome que lo primero que tenía que hacer era hacer los amigos correctos, aquellos que más adelante pudieran ayudarme con algún trámite o, en el mejor de los casos, prestarme dinero. Aunque lo dijo con un tono irónico y hasta gracioso, hoy reconozco que es un consejo que todos deberíamos considerar al decidir nuestras amistades desde jóvenes. Es cierto que, desde una perspectiva, puede parecer un poco cínico y egoísta, pero la realidad es que todos los padres que se esfuerzan por generar ingresos en casa quieren que tengamos mejores oportunidades y contactos que ellos no tuvieron, para ahorrarnos trámites engorrosos o largas esperas. Es una inversión en nuestro futuro, si lo romantizamos un poco.

No voy a mentir y decir que me era difícil socializar o hacer amigos, ya que aún no me había despegado de mis amigos del barrio. La realidad era que mis padres querían evitar esas amistades a toda costa, porque la mayoría de ellos, aunque suene cruel, no tenían a alguien que se preocupara realmente por su presente y futuro. Es una triste realidad. Mi abuela siempre decía: "Tarde o temprano, los chicos pierden la inocencia de jugar con la pelota en la calle y empiezan a andar en malos pasos". En ese entonces, no lo comprendía, pero con el tiempo me di cuenta de que la vida puede cambiar cuando te das cuenta de que puede ser mejor.

Aprendí esta lección sin necesidad de un reproche de mis padres o allegados, y por eso acepté que mi amistad con Fernando, mi amigo de toda la primaria, ya no era buena para mí. Nuestros caminos empezaron a divergir. Todo comenzó con los comentarios que él hacía sobre mí por estudiar en un colegio privado y por el estilo de vida que llevaba. Esto me hizo comprender que comenzar en el mismo lugar no siempre lleva al mismo destino. A veces, todo influye, desde quiénes nos acompañan hasta quienes nos guían mientras estamos en el camino. En mi caso, tuve una familia interesada en mi desarrollo tanto emocional como académico. Al crecer, me di cuenta de que, para muchas personas, ser padres es un desafío enorme que a veces solo pueden improvisar. No siempre es suficiente proporcionar una cama y un plato de comida. La realidad es que los hijos también necesitan amor, guía y una visión a futuro. La verdadera crianza va más allá de lo material; es una inversión en su desarrollo emocional y educativo. Esta diferencia se volvió evidente cuando los caminos de Fernando y los míos comenzaron a separarse. Mientras Fernando se quedaba atrapado en un entorno sin mucho apoyo ni dirección, yo, aunque no tenía el estatus o las apariencias de mis compañeros, me di cuenta de que lo mejor para mí era seguir el camino que mis padres habían trazado. Vivir en un barrio no significaba que el barrio tuviera que definir mi vida.

En esos primeros años del secundario, ser popular o completamente ignorado en las clases no era lo peor; lo peor era ser uno más, común y corriente, el que no destacaba en nada. Tenía claro que no era el más talentoso ni mucho menos el mejor posicionado. Lo veía en cosas tan simples como la calidad de los pantalones del uniforme de mis compañeros, los zapatos y las mochilas. Esto no me hacía sentir mal, al contrario, estaba agradecido de poder tener un uniforme limpio todos los días. Lo que realmente me afectaba era mi incapacidad para conectar con algún compañero lo suficiente como para llamarlo amigo. Aunque me reía y compartía charlas con los chicos del aula, no llegué a formar un grupo específico en mis primeros años. Todo parecía rutinario, un ciclo repetitivo de clases, tareas y recreos que no dejaban una marca significativa en mi vida; no había nada particularmente emocionante ni destacable.

Disfrutaba más del día a día en casa, visitando a algunos de mis primos o jugando al fútbol en la calle con Fernando, mi viejo amigo de la primaria. Fernando vivía a la vuelta de casa, y coincidimos en los últimos años de la primaria. Siempre nos encontrábamos en la cancha común del barrio, donde esperábamos para hacer equipo y jugar a la pelota. Al día siguiente, nos veíamos en la escuela, y así, día tras día, nuestra amistad se fortalecía, compartiendo tardes frente a la casa con otro par de amigos del barrio.

Aquel Último OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora