Necesitaba un descanso después de todo el día agotador que tuve, eran las dos de la tarde y ya me ardían los ojos, la cabeza me daba mil vueltas y mi cansancio se volvía corporal. Siendo psicóloga, podía mantener el estrés del día laboral alejada de los problemas de mis pacientes, pero hoy era de esos días que no podía desapegarme y mi propia vida personal me llevaba a sentirme saturada.
Cerré el consultorio con llave y Paulina, mi secretaria, ya estaba apagando su computadora, esperé en la puerta y tardó menos de dos minutos en seguirme fuera del piso.
—Esa mujer parece loca ya, deberías derivarla.
— ¿La señora Barrios? Ella no está loca. —sonreí defendiendo a mi última paciente, ese no era el término para definirla pero entendía la percepción de Pau, en cinco minutos que la atendía le resultaba muy difícil tratar a la mujer desquiciada por llegar a mí.
—Se la ve tan perfecta, no tiene un pelo fuera de lugar, es muy prolija para lo loca que está cuando habla. —dijo y yo me reí apretando el botón del ascensor para bajar, iba por el piso cinco, el mío era el once así que nos tocaba esperar. —me da pena su hijo, se nota que lo ahoga, es que vivir con una mujer así, uff... lo compadezco, ¿cuántos años tiene?
—16, y sí es difícil y aunque el tratamiento va lento, confío en el proceso que estamos haciendo... y por cierto, me muero de hambre, no sabía que tenía una hora más con ella.
—No la tenías, pero la hice pagar la hora que se pasó. —me dijo Pau mientras las dos entrábamos al ascensor, yo suspiré frustrada. No me gustaba cuando mis pacientes abusaban de mi voluntad, me refiero a que yo también tengo una vida aparte de mi trabajo y un estómago que necesita de comida, además de un cerebro que le urgía un poco de tranquilidad.
Salimos del edificio saludando al encargado y nos fuimos al mismo lugar de siempre, el pequeño restaurante de la esquina, gracias al cielo no lo teníamos tan lejos y era un alivio para mis pies. Por cuestiones obvias debía estar vestida formalmente, llevaba mi propio estilo aun así para no parecer una señora de 70 años, pero aunque tuviera 46 años menos que eso, me costaba acostumbrarme a los altos tacones, por eso cuando me senté en una de las mesas del salón, me los saqué por debajo aprovechando que nadie podía verme.
Pedimos lo de siempre, ensalada con alguna carne asada, no manejaba una dieta estricta pero intentaba no desviarme de las comidas saludables, no por cuestiones de kilos en mi cuerpo, sino porque me gusta cuidarme y comer bien.
Paulina era mi secretaria hace un año, fue un poco rara nuestra historia ya que siempre que yo iba a la peluquería ella estaba haciéndose algo también, siempre nos saludábamos pero no más hasta que contó que necesitaba un trabajo estable, en ese entonces yo empezaba con mi proyecto de mi propio consultorio fuera de mi casa, y necesitaba una secretaria que manejara mis horarios y turnos, es así como la contraté.
Hacía dos años me recibí de la carrera de Licenciado en psicología, el primer año ejercí en mi casa, pero era un desastre ya que vivía con mi novio y él todavía seguía estudiando, no tenía un lugar estable y la casa de mis papás era un desastre todo el tiempo, así es como alquilé mi propio piso en la ciudad y ahora tenía mi consultorio funcionado cada vez mejor, fue una buena decisión apostar a ello, me sentía orgullosa de mí misma a pesar del cansancio que me provocaba.
El cansancio me abrumaba algunos días más que otros, hoy era de esos días que me obligaba a empezar desde muy temprano y atender pacientes que ya tenían una fijeza conmigo, sin embargo no me quejaba si alguno decidía suspender su sesión, esos pequeños cambios en la agenda no me importaban si me permitían descansar en la soledad de mi consultorio al menos una hora.
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Infieles.
RomanceComo buena profesional, Jazmín tenía el deber de ayudar, acompañar y apoyar a sus pacientes, pero el día que él pisó por primera vez su consultorio, sabía que nada de lo que intentara iba a salir bien. A Joaquín sólo le bastó conocer a su psicóloga...