Prólogo

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Ronald sigue balbuceando cosas sin sentido, y más aburrido no puedo estar. Le lanzo una mirada de hastío a mi padre, quien la entiende al instante y me la regresa con una severidad que no deja lugar a dudas. Sin otra opción, termino rodando los ojos y decido darle una miseria de atención a Ronald para ver qué tanta tontería habla.

-Las criaturas son cada vez más peligrosas y sangrientas. ¡Debemos hacer algo ya mismo o acabarán con los cuatro reinos! -balbucea, nervioso y temblando-. Volvieron a atacar Terragor ayer por la noche y yo... yo les ofrecí todo mi oro a cambio de que se fueran...

-¿Oro, Ronald? ¿De verdad les ofreciste oro? ¿Qué se supone que hagan con eso, comprarse unos zapatitos brillantes? -suelto, ya obstinado de escuchar tanta ridiculez-. Espero que te dejen algo para sobrellevar el reino y así pueda salir de la miseria en la que lo tienes -digo, parándome y señalando directamente a Ronald, el rey de Terragor.

-¡Dravenor! -dice sorprendido el rey de Grimvale-. Toma asiento y por lo menos finge que te importa esto.

-¡Claro que me importa, padre! Llevamos más de dos consejos en menos de una semana y nunca se obtiene una solución porque hay que escuchar a Ronald diciendo lo asustado que está porque lo maten y ya no pueda comer pasteles -digo exasperado mientras todos en la sala me observan. Pero me siento y continúo-: llevamos años bajo las garras de estas criaturas, que ni siquiera sabemos qué carajo son en realidad. Perdón, padre, si soy el único que realmente ve la magnitud de la situación a la que nos sometemos.

Pienso en decir algo más, pero mis palabras quedan en el aire cuando se abren las puertas, dándole entrada a ella. Más helado no puedo estar; siento que me falta el aire y que me voy a caer con todo y silla. Entra sin importarle pedir permiso o tocar, pasa por delante de la mesa y gira la cabeza, encontrándose conmigo. Es ahí cuando siento que realmente moriré. ¿Cómo es posible? Son esos ojos rojos vivos que han estado torturándome desde hace semanas. Sigue su camino hasta llegar a su asiento sin apartar la mirada de mí, mientras yo sigo de piedra.

Era ella, la princesa de Elondria.
Valyndra Konrrath.
𝑳𝒂 𝒎𝒖𝒋𝒆𝒓 𝒅𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒑𝒆𝒔𝒂𝒅𝒊𝒍𝒍𝒂𝒔.

El legado de las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora