Cinco años después de Amanecer, las cosas parecen ir relativamente bien tanto para la familia Cullen como la manada de los Quileute.
Sin la amenaza constante de Aro y el resto del clan Vulturi, se podía respirar la paz y la calma en el ambiente.
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Seth la observó fijamente durante varios segundos, con una sonrisa enorme y radiante en el rostro.
— Hola — dijo por fin, con una ligereza que contrastaba con la intensidad de su mirada.
Noah entrecerró los ojos, analizando su expresión con cautela.
— ¿Hola? — repitió ella, con un tono inquisitivo.
Había algo extraño en la forma en que Seth la miraba. No era la primera vez que notaba su energía efusiva, pero ahora... ahora había algo más. Algo que no lograba descifrar del todo.
El chico echó un vistazo al interior de la casa antes de volver a mirarla.
— ¿Puedo pasar?
Noah dudó por un instante, pero terminó haciéndose a un lado sin decir nada.
Apenas cruzó la puerta, Seth olisqueó el aire, su nariz frunciéndose ligeramente.
— ¿Se está quemando algo? — preguntó con una ceja arqueada.
Noah sintió un súbito calor en sus mejillas y desvió la mirada con fingida indiferencia.
— No — respondió, aunque después de una breve pausa, suspiró y se corrigió —. Bueno, sí. Pero ya lo apagué.
Seth no dijo nada, pero su expresión claramente contenía diversión. Con pasos casuales, se encaminó hacia la cocina y observó el sartén con lo que una vez había sido tocino, ahora reducido a una masa carbonizada.
— Creo que se te quemó un poco — bromeó, su voz cargada de diversión.
Noah, que ya había tenido suficiente humillación culinaria por un día, se apresuró a acercarse y le arrancó el sartén de las manos con un gesto brusco.
— ¿Qué haces aquí? — preguntó, cruzándose de brazos.
Seth parpadeó, notando el leve cambio en su expresión. Su sonrisa titubeó por un momento, y sus ojos marrones adoptaron un destello de ligera inquietud.