La luz del sol ya se hacía presente en la habitación. Mar aún quería quedarse un rato más en la cama, intentó volver a conciliar el sueño, pero cuando por fin lograba hacerlo alguien tocó la puerta de la casa insistentemente, aunque ella no tenía ni una sola gota de fuerza en su cuerpo se levantó de la cama, se colocó una bata y unas sandalias color negro y se dirigió a abrir la puerta.Mientras cruzaba la sala pensé, ¿como un sábado a las 8 de la mañana me levantan tan temprano?, ¿quién será?.
Llegué a un lado de la puerta, la abrí, del otro lado pude observar a Gerardo, mi primo con algunas maletas y una gran sonrisa.
—¡Hola, primita, buenos días! —gritó muy emocionado mientras me daba un fuerte abrazo.
—¿Gerardo? —pregunté, separándome de él y tapando mi rostro con una mano.
—A mí también me da mucho gusto verte, pulga —dijo sarcásticamente mientras me hacía para atrás para que él entrara a la casa.
—¿Por qué estás así?
—¿Así cómo?
—Pues así, despeinada, llena de lagañas, en bata. Te ves demacrada.
—Gracias por ayudarme —dije rodando los ojos.
Gerardo dejó las maletas en la entrada y ambos nos sentamos en la sala.
—¿Por qué no me avisaste que ibas a venir?
—Pues porque era una sorpresa, primis.
—Claro —dije cruzándome de brazos—. ¿Y cómo estuvo el viaje?
—Agotador, no pude dormir ni un solo segundo, pero no importa, ya habrá más tiempo... Oye, pulga, ¿crees que me pueda quedar aquí unos días? mientras consigo un apartamento pequeño.
—Pues ya qué —dije entre risas.
—Ay, qué grosera.
—Es broma, obvio te puedes quedar. Sabes que eres mi primo favorito —afirmé intentando mantener una sonrisa en mi rostro.
—Más bien soy tu único primo.
Me levanté y me dispuse a enseñarle a Gerardo la casa y la habitación que ocuparía, para que descansara un poco, mientras yo me iría a dar una ducha y luego lo llevaría a mi restaurante favorito. En cuanto lo dejé en la habitación, me fui a la mía; supuse que él dormiría un poco, así que me fui a bañar. La ducha, y sin duda el agua tibia, me ayudó a despertar completamente. Cuando terminé de arreglarme, salí de mi habitación y noté que en toda la casa había un olor exquisito. Bajé hasta la cocina y allí estaba él, preparando un gran desayuno.
—Wow, ¿desde cuándo tú sabes cocinar?
—Ya ves, ahora soy todo un chef. ¿Qué preparo para mi prima consentida? Unos hot cakes, fruta con crema y tu jugo de zanahoria. Pero si gustas, también hay huevos revueltos y café.
—Yo pensaba en llevarte a desayunar, pero ya que te tomaste la molestia, ¿qué te parece si vemos una película?
—Me parece perfecto.
Ambos nos dirigimos a la sala con el desayuno en manos. Él eligió la película Feliz día de tu muerte. Disfruté del exquisito desayuno y vimos la película tranquilos. Cuando esta terminó, los dos lavamos los platos y limpiamos la cocina y la sala. Cuando terminamos, nos sentamos a charlar un rato. Platicamos de muchas cosas: el pasado, nuestra niñez, los momentos que compartimos juntos. Reímos mucho recordando cada una de nuestras travesuras. Me contó de su vida en Italia, me habló de los planes que tenía para estudiar aquí; yo le conté de mi vida, de mis planes, de mi escuela y de mi trabajo.
Después de un largo rato, empezó a buscar apartamentos disponibles y yo, aunque traté de convencerlo de que dejara eso para después, él no me hizo caso. Me levanté del sillón para ir por un vaso de agua. En el momento en que me levanté, me mareé un poco y comencé a ver todo mi alrededor muy oscuro, pero seguí caminando hasta que no supe más de mí.
Desperté en mi habitación con mi primo al lado de la cama. Mientras terminaba de reaccionar, él ponía un algodón humedecido en alcohol cerca de mis fosas nasales. Terminé de abrir mis ojos sin saber nada, con mil preguntas en la cabeza.
—¿Qué me pasó? ¿Por qué desperté en mi habitación si lo último que recordaba era estar en la sala? ¿Por qué no lo recordaba? ¿Por qué mi primo me ponía tan cerca el algodón? No lo entendía, no tenía la respuesta. Tantas preguntas.
—¿Te sientes bien? —preguntó preocupado y con la voz entrecortada.
—Un poco mareada y con dolor de cabeza —le dije—, pero ¿qué pasó?
Gerardo me explicó que me desmayé estando en la cocina y que él me llevó a la cama. Me regañó cuando le dije que ya me había pasado unos días antes en mi trabajo y que no había ido con un doctor. Insistió en hacer una cita con un doctor. Aunque me negué varias veces, él al final no tomó en cuenta mi opinión y decidió hacer una cita por teléfono. Duró alrededor de 20 minutos buscando en internet una buena clínica. Encontró el reconocido hospital Parker y decidió llamar ahí. En unos segundos, Héctor marcó el teléfono y comenzó a sonar. Del otro lado de la línea contestó una mujer.
—Hospital Parker, buen día.
—Hola, buen día —dijo mi primo—. Llamo para hacer una cita con el doctor Daniel Parker lo antes posible, por favor.
—Con mucho gusto, déjeme checar.
—Claro —dijo Gerardo.
Duró algunos segundos en retomar la conversación.
—El próximo viernes a las 8:30 a.m., ¿está bien?
—Está perfecto. ¿Cuál es el nombre del paciente?
—Disculpe, Mark Wilson.
—Okay, gracias, buen día.
Gerardo cortó la llamada y me miró.
—Listo, preciosa.
Yo solo rodé los ojos; no quería ir al médico. Estaba bien, solo fue un desmayo porque ayer en la noche olvidé cenar y no he dormido bien.
—no era para tanto, Gerardo.
—Pues ya está hecho y no podemos cancelar la cita —dijo burlonamente, volviendo a colocar el algodón con alcohol cerca de mi nariz, inundando mis fosas nasales con su aroma embriagante.
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Fuimos piedras de saturno
RomanceMar encuentra el amor en Héctor, pero ella prefiere alejarlo, haciéndole creer que no siente nada por él. Pues no está dispuesta a que Héctor padezca su enfermedad junto con ella.