Mi mirada perdida en el camino polvoriento, de aquel desierto en medio de la nada. Me dice que debo despertar de este trance, que ya empezó la carrera de los diez mil dólares. Que debo al menos apretar mi maldito cinturón de seguridad, algo que me brinde la seguridad de seguir con vida. Después de fiársela al mismísimo Anton Lee, a pesar de haber sido advertido de en lo que me estaba metiendo. Parecía que todo me daba muy igual, estaba en una especie de trance.
Este en el que Anton me ha tenido, desde que se obsesiono con la idea de tenerme. Mi vida ya no se siente correcta, si no es estando bajo su dominio. He olvidado como se siente ser libre, como se siente no tenerle como dueño. Preguntándome siempre la razón, en que momento me volví tan dependiente de él. Era casi imposible de recordar, mi mente había desechado cada recuerdo. Un evidente trauma de vida, que he tratado de encubrir. Parpadeo pesado, mareado de mí.
El viento pega fuerte contra mis ojos y mi cabellera roja es un remolino en contra de la velocidad que subía. De reojo puedo centrarme en sus grandes manos, que manipulan los cambios del motor con gracia. Un Honda Civic negro, su bebé favorito para ganar. Porque en efecto si, a ellos también solía llamarlos bebé al montarlos. Justo como lo hacía conmigo, haciéndome casi una posesión más de su deseo. A mí también me había comprado con millones, mi familia estaba bien con ello. Ellos amaban más el dinero, que a mí.
Los carros iban siendo sobrepasados por nosotros, en una carrera que parecía no tener juicio. Una recta que mostraba no tener fin, hasta que llegabas al tope próximo a la curva. El giro se tornó violento como un demonio y mi cuerpo se sacudió de la misma forma. Pude sentir la mano de Anton apoyando mi pecho, de un tirón acomodándome en mi asiento. Mi corazón zumbo a mil por hora, cuando me encontré con sus oscuros ojos. El coñac que los inundaba, era un color imponente. Incluso bajo las sombras, de aquel lugar.
_ ¡Por un demonio! _ Vocifero entre dientes. _ ¿Qué te dije sobre el maldito cinturón de seguridad? _ Su mandíbula marcándose en una perfecta escuadra.
_Perdón. _ Fue lo único que alcance a decir.
_Colócatelo de una buena puta vez. _ Alzo su voz.
_Si. _ Trague hondo.
Todo había pasado demasiado rápido y ya nos estábamos acercando a la recta final. Mientras yo ajustaba el jodido cinturón, que no sabía ya para que necesitaba. Anton ni siquiera ocupaba el suyo, nunca realmente lo hacía. El giro parecía no haberle movido una sola cuerda y la adrenalina del momento lo alimentaba. Una sonrisa retorcida mientras se acercaba a la meta, cuando se llevaba por los cachos al resto de los contrincantes. Yo solo lo observe sin poder comprenderlo, como podía ser tan bueno en algo que siempre lo hacía peligrar.
Notando como cada competidor se volvía mas vicioso, a medida que rondaba el final de la carrera. El final de la muerte, así lo llamaban todos aquí. Sabiendo que, en aquella línea final, se valía cualquier artimaña. Eran como esos últimos minutos, en los que tu vida más peligraba. Los carros yéndose contra los otros, algunos volcándose hasta quedar atrás. La imagen helaba la sangre de cualquiera, la mía solo se conservaba fresca. Mientras Anton gruñía contra el volante, apretaba sus dientes. Notando como lo asechaban, frunció el ceño vicioso.
_ ¡Pero que veo aquí! _ Bufo sonoro el desgraciado. _ Quieren ganarme esos bastardos, jugando sucio como siempre. _ Anton rio en un delirio de grandeza. _Yo también se jugar su juego, me encanta ese maldito juego. _ Mordió divertido. _Les demostrare con quien se están metiendo, les daré lo que tanto están pidiendo. _ Me miro de repente Anton. _ ¡Ah! ¿Qué piensas de ello kjære? ¿Les damos por culo a esos malditos? _Busco mi aprobación.
Kjære: Cariño
Mi cara palideció. _Anton. _ Mi boca se secó en respuesta. _Solo rebasa a esos malditos. _