3 de abril de 2017.
Desde siempre busqué en el cielo una nave espacial, un vampiro en una casa abandonada o un fantasma por la noche. Cualquier cosa era esperable en una ciudad como Tronco Noble, hogar de rumores y leyendas. A pesar de que nadie tiene pruebas de ello, acá todo el mundo tiene un relato personal donde afirman que la ciudad está infestada con sombrías maldiciones. Incluso es común leer en el diario un conjunto de testimonios que te dejan con más preguntas que respuestas.
Pero no me malentiendas, no digo que todo sea una mentira sostenida por los medios y rumores de boca en boca. Yo estoy seguro de que las desapariciones y los monstruos existen ahí fuera siendo generadores constantes de historias sin fin. Últimamente estuve muy al pendiente de lo que contaban sobre los monstruos y, luego de estar unas semanas buscando, creo haber encontrado el lugar donde todos tienen una anécdota sobrenatural en común —y al que mamá no me deja ir—, un parque recreativo alrededor de una laguna de quinientas hectáreas: La Laguna.
Me armé de valor para salir a investigar junto con un compañero de clases y responder las preguntas que llevo arrastrando desde hace años.
Ya sé que no soy un chico normal, mi curiosidad siempre me lleva a los peores lugares, aunque no te sorprendas si a futuro escuchas mi nombre en alguna otra parte gracias a que hice algo colosal. Y no digas que no te lo advertí.
Antes de que lo olvide, me dicen Flinn Murphy. Tengo doce años y una motivación un poco peligrosa.
***
—¿Ya terminaste? —preguntó Lucas, queriendo leer lo que escribía.
—Estoy en eso, ¿qué te parece si lo escribo en cursiva?
—Tu letra por sí sola es horrible de ver, no lo empeores —bufó, ahogando un suspiro contra su mano—. Como sea, se nos va a hacer muy tarde, apuremos el paso.
Busqué no perder el equilibrio por el peso de mi mochila y me levanté del pasto limpiando mis pantalones. Nos dirigimos al bar Stones. Él asegura que la camarera tuvo una experiencia paranormal en La Laguna y que puedo escribirlo en mi cuaderno. Hasta ahora solo conseguí historias de gente que me toma el pelo cuando digo: ¡Hola! ¿No vio un monstruo raro por la ciudad?
Caminé mirando el suelo, como siempre dice mi abuelo, nunca está mal en caso de encontrar una moneda, cuando mi respiración se cortó de golpe al cruzar a Félix en la vereda del frente.
Un poco de contexto previo. Félix Álvarez es un chico que va con nosotros al colegio. Es quien se la pasa usándome de muñeco de trapo desde antes de comenzar la secundaria. No lo puedo culpar, soy flaco y el más bajito de los varones, no me gusta defenderme y tiemblo cuando estoy nervioso.
Pensé en doblar y evitarlo, pero Lucas me dio su cara de "que ni se te ocurra". Desde que le conté que ese idiota se la pasa molestándome desde primaria quiere que —de alguna forma— lo enfrente. Pero seamos honestos, si les molesta un chico más alto que ustedes y con un padre que es boxeador, ¿pelearían? Estoy seguro de que no. Lo hice antes y me llevé unas cuantas palizas por bocón. Terminé pasando a su lado cabizbajo, sujetando con muchas fuerzas las cintas de mi mochila y rezando para que no me reconociera. Unos pasos más adelante, Lucas suspiró y me dijo:
—No es tan complicado. Le das un "paw" y listo —dio una patada al aire.
—Sí, bueno, pero no voy a ganarle en una pelea. Él es muy grande y mis brazos seguro se quiebran antes de que pueda tocarlo.
—Eso lo decís porque te da miedo. ¿Te parece que vas a crecer de la noche a la mañana?
Me quedé mudo. Estaría mintiendo si dijera que no es mi deseo recurrente.