F i n a l

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Mientras Chu Wanning intentaba no ahogarse con sus propios sollozos, Mo Ran apretaba con fuerza el teléfono que sostenía junto a su oreja.

–Wanning, ¿estás bien? ¿Dónde estás?

–Lo de la película... Lo siento –susurró el mayor, cuando consiguió tomar algo de aire.

–¿Eh? Tranquilo, te avisé de repente, pero...

–Mo Ran. Yo estoy bien –mintió, mientras más lágrimas calientes caían sin cesar, mojando sus mejillas–. Adiós.

Aunque aquella fuera su última conversación. Con eso le bastaba.

Al escuchar ese último adiós, Mo Ran sintió cómo su corazón saltaba aterrorizado dentro de su pecho.

–¡Espera, Wanning! –al escuchar su grito desesperado, el mayor se quedó paralizado y volvió a acercar el móvil a su oreja– ¿De verdad estás bien? –preguntó, aunque ya sabía que la respuesta era negativa–. Si te ocurre algo no te aguantes. Puedes llorar.

Esas palabras de consuelo provenientes del único ser humano que le había mostrado bondad, cariño y afecto, hicieron que terminara de romperse. Ya no pudo controlar más sus quejidos, ni su mar de lágrimas.

–Mo Ran... –lloró, suplicándole ayuda. Aunque fuera tan solo mencionando su nombre.

–No me cuelgues. Si puedes hablar, yo te escucho. Voy para allá.

Todo lo que Chu Wanning necesitaba era que le pegaran. El sexo violento. Pensaba que todo eso le haría sentir mejor. Debido a eso, se acostumbró a usar a los demás para su propio beneficio, involucrando también a Mo Ran en ese bucle oscuro y deprimente. Realmente pensaba que ya no tenía remedio, que no podía cambiar. No tenía derecho a sentir que ya no quería continuar así.

Pero a pesar de eso, le daba mucho asco que lo tocara otro que no fuera él. Ya no podía soportarlo, porque solo le hacía sufrir más.

Chu Wanning no supo cuánto tiempo estuvo escuchando la voz de Mo Ran, pero cuando sus pensamientos se estaban volviendo cada vez más tenebrosos, la puerta de su apartamento se abrió de un golpe y su ángel llegó a rescatarlo.

–No sé qué hacer... –susurró medio ido mientras las lágrimas continuaban cayendo por su rostro. Aún sostenía el móvil pegado a la mejilla.

–Es normal que no lo sepas –respondió Mo Ran en cuanto se agachó a su lado, abrazándolo con fuerza, permitiendo que llorara en el hueco de su cuello–. Porque como siempre te has culpado no podías hacer más que aguantar –el cuerpo de Chu Wanning temblaba pegado al suyo–. Pero el dolor, el miedo... es normal que no los quieras. Sentirte así no te hace egoísta ni nada por el estilo –sus manos abarcaban toda su espalda, intentando calmarlo con sus caricias–. Solo significa que por fin te has dado cuenta de lo que significa valorarte. Y por eso, Wanning... a partir de ahora puedes decir que no quieres que te hagan daño –al decir esas palabras, Mo Ran notó que dejaba de temblar poco a poco–. No podemos cambiar que vivieras preso del pasado. Pero nosotros ya no somos como hace diez años.

DIEZ AÑOS SIN TI | ranwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora